El don de la ignorancia

José Corredor-Matheos

EL DON DE LA IGNORANCIA

 

 

 

 Qué extraño es estar muerto

 

Rainer Maria Rilke

 

Qué extraño es estar vivo,

sentirse rodeado

de otros seres

igualmente extraños

y de cosas inertes

que te atan

con su solo silencio.

Qué extraño es oír

las voces más calladas,

que se haga visible

lo invisible,

tocar lo que se escapa

para siempre.

Te sorprende que esto

que te envuelve

sea en verdad real,

que tú mismo lo seas.

Tu vida la sostiene,

acaso, esta extrañeza.

 

 

¿Qué músicas son éstas

que hieren mis oídos

como hojas de otoño?

¿Quién es el que me dicta

lo que escribo

y me hace vivir

con la clara conciencia

de mi muerte?

 

 

No hay pájaros que vuelen

y no hay tampoco aire,

aunque pueda volver

a respirarlo

con la misma delicia.

El sol brilla con luz

que se apaga conmigo.

Los caminos abiertos

por el hombre

se cierran con el hombre.

 

 

Dejar tan sólo el hueso,

hasta que brille

como puñal o luz

que ilumine la noche

a mediodía.

Cortar de mí el tronco,

luego cortar las ramas.

Del mar, cortar las manos:

que no pueda apretar

con fuerza la garganta.

De la vida, cortar

lo que más duele:

los días y las noches.

De la muerte, cortar

el esfuerzo incansable

con que incita

a vivir para siempre.

 

 

A Jaime Siles

 

 

El poema se oculta

en el poema,

igual que la montaña

se oculta en la montaña,

y hasta el nombre de Dios

se oculta en las palabras

de los hombres.

Escribes las palabras

y el poema se oculta

entre una letra y otra,

la montaña en los granos

de arena del desierto,

como el nombre de Dios

entre los números.

El agua. allá en la playa,

disuelve agua y rocas,

disuelve las palabras,

disuelve los deseos

de vivir.

No busques el poema

en el poema,

no busques la montaña

en la montaña,

ni los nombres de Dios

en el nombre de Dios.

Que los nombres, al fin,

sean un sólo nombre,

y un número los números.

Contempla la montaña

cómo es

y deja que el poema

sólo sea poema,

que los nombres de Dios

se borren con las olas,

y verás el poema

florecer,

descender la montaña

hasta tus pies,

disolverse en las aguas

las palabras,

los nombres y los números.

Y que el poema sea.