Erik Lindegren
El armario blanco solo guardaba toallas.
Acechaba en el pasillo la voracidad de su aroma.
Alta torreta de un barco pirata
Navegando el turbio mar de cristal esmerilado.
Era el lugar sagrado de los juegos
De un niño solitario sin hermanos.
Era un protegido país el que reinaba.
Sobre el parquet encerado: un castillo de naipes.
Ninguna noticia llegaba de la calle alarmada.
Pero el intenso perfume de las toallas
Invitaba a una excursión placentera
Y el pequeño brazo se hundió en su marea.
El hielo del metal tocó la carne.
El peso del revólver alcanzó mi mano.
Hay en las odiosas bibliotecas
Tantas almas en pena,
Tantas vidas guardadas
En sus camarotes encuadernados.
Hay tantos pasajeros letales
En estos transatlánticos inmóviles.
Príapo es un hierro griego.
Un delgado verde oxidado
Que mira hacia el cielo.
Este remedo de un dios
Tiene la piel helada.
Y aunque su fiebre se borró
Persiste el trueno.
Las caras sostienen
Su perpetua vehemencia.
¿Hacia dónde marca la brújula?
El pasado es una flor que me hiere.
El norte eléctrica luna encendida.
El futuro es una flecha de oro.
El sur un recuerdo que ansía volver.
Sagitario una sombra transitoria
Del guerrero que tensa el arco rojo.
El este tiene cuerpo y alma perversa.
Hay junto a mí un rostro y pájaros.
El oeste es desierto de hielo.
Se acercan ratas y cerdos manchados de negro.
Por los nueve libros de Herodoto.
Por Alejandro de Macedonia, que dormía con la Ilíada.
Por el joven Virgilio, que palpó la seda de sus Geórgicas.
Por la Historia natural de Plinio.
Por el verso de Juvenal: «Ultra aurora et Ganges».
Por Ricardo Corazón de León, the Lion-Hearted.
Por Marco Polo, que le descubrió Kublai Khan a Coleridge.
Por las fábulas que inventaron Las mil y una noches.
Por Kipling, que oyó el llamado de Oriente.
Por la letra de Israel, arcana patria de la revelación.
Por Lane y por Burton, que nos acercaron la tierra del mañana.
Porque en esas páginas crece el viaje,
Y en los libros permanece la vida.