Jules Laforgue
I
LA SUBIDA
Para decir
por fin la primavera,
para
decirla toda enteramente,
por fin y
hasta el final,
a solas —y
ahora ya con esta luz
nueva del
bosque:
luz llena
de caminos invisibles,
de claros
con sentido—,
subo hasta
aquí en silencio cada día,
subo sin
más, acudo
siempre y
con sed a donde deseaba,
te vengo a ver a ti,
árbol azul
y fuerte, sin descanso,
para decir
que yo la he visto, entera,
la
primavera toda,
que la
conozco de verdad,
árbol lleno de estrellas muchas veces,
o que me
llama sin saberlo,
con sus
palabras húmedas,
lentamente...
La música
mejor del mar
y el polen
perfumado cada día
dan al
aire este cálido trayecto
en verdes
tan distintos, mientras subo
a solas,
con mi sed,
de la
misma manera que las nubes
suben
también conmigo,
vienen, a solas me acompañan,
se diría,
o hacen ver que me siguen, todas,
muy
blancas, sin saberlo,
parece que
me siguen de verdad,
conmigo, a
lo más alto.
Subo en
silencio muchas veces, solo,
pero como
si en la subida,
durante el
discurrir principalmente,
hubiera
pájaros en mí, adentro,
pájaros
invisibles
que tal
vez nunca más veré:
pájaros de
colores
y vuelos
prodigiosos casi siempre.
O como si
también hubiera en mí,
durante la
subida,
en mi interior
lleno de pájaros,
brasas
húmedas y tristes
de
hogueras que están lejos
y frías
sobre todo:
brasas de
voces que han ardido
azules,
junto al mar.
Y ahora yo
llamo a este subir tan mío,
tan claro
y diferente,
a este
subir a solas sin dudarlo,
yo ahora
lo llamaría, una vez más,
sólo subida propia
y verdadera.
Para decir
que sí, que yo la he visto,
la
primavera entera, de verdad,
llena de
nuevas claridades, rojos
abiertos,
llena de amarillos,
de
extraños amarillos casi verdes,
subo hasta
aquí en silencio,
hasta
llegar a ti, árbol del bosque,
árbol que
estás (me digo)
siempre
allá arriba, en el reflejo
total y
cíclico del sol,
en la
llanura azul del cielo,
pero
mirando al mar. (Sé que oyes olas
en ti y el
mar oye las tuyas,
las olas
de tus ramas,
cuando el
aire las trae, las lleva y las extiende,
en paz y
sin descanso,
solo y
despacio, cada día,
siempre
desde el principio y porque sí...)
Para decir la primavera,
para
decirla toda, muchas veces,
subo entonces por fin: tomo el camino
también
azul y fuerte
de los
acantilados. Y escucho en mi subir
una
respiración que reconozco,
el aire
sin final de lo que viene: luz
de la
tarde bañando los almendros,
mostrando
abiertamente
toda la
plenitud de su caída.
Saludaré
al asfódelo primero
y seguiré
seguro mi camino hacia el árbol
transparente
y fecundo,
hacia el
árbol que sé, que yo recuerdo,
siempre lleno de estrellas,
porque es
el árbol siempre que está arriba.
Todo lo
que hay en él me pertenece:
ramas,
cortezas, animales, frutos,
muerte y
resurrección,
principalmente
las raíces,
pero
también el sol del mediodía
que lo
calcinará... No me detengo
hasta
llegar a él,
aunque me
asomo muchas veces
a nuevos
precipicios,
voy
buscando una altura, un horizonte
oscuro y
vertical que me recuerde
la salida
primera,
la que yo
digo andando todavía
hacia el
bosque total,
la palabra
que vuela por el aire
y ya no
vuelve.