Camino de mi ventana
Yo me eché a caminar por un camino
que llevaba a la fábrica de luz.
Un camino, además, que terminaba
delante de mi casa, justamente
al abrir la ventana que da al mar.
Yo me fui convirtiendo, sin pensarlo,
en un obrero más, de los que abría
las más grandes compuertas invisibles,
celestes transparencias, y engrasaba
los émbolos más altos, las poleas
que elaboraban la mañana atlántica.
Después de mucho tiempo, tantos años
de aprender el oficio, convertido
en un obrero ya especializado,
me fue confiado dar la luz del día.
Como un profesional, yo me dedico
a cumplir la faena encomendada
apenas conocida por mi barrio.
Yo me eché a caminar por un camino
que termina delante mi ventana.
Donde pulso la grande maquinaria.
La máquina de luz
Su arquitectura aérea desplegada
flota oceánica, sin alcance alguno
desde la playa al infinito mismo.
Toda la maquinaria es de cristal.
Entonces herramientas, que utilizo,
me sirven para abrir, con gran destreza
(más allá de la vista, por afuera),
las compuertas, los cielos sucesivos
del día, según cambio los azules;
utensilios que fijan, y trasladan
las ventanas, celestes transparencias
sobre los territorios espaciales.
También engraso, ajusto los volúmenes
al horizonte, nubes producidas
que deberán fijarse en el paisaje;
después, con las poleas invisibles
inclino cada tarde, hasta ponerla.
Es el taller donde trabajo, a diario.
Y desde mi ventana, en Punta Brava
apenas alborea, despuntada
saco la mano, doy la luz. Arranca.
Soy quien pone en marcha la mañana
Así que pongo en marcha la mañana
atlántica, con todo su engranaje,
las compuertas se abren, estruendosas,
los grandes portalones celestiales,
levantados paneles invisibles,
émbolos infinitos que remueven
los espacios cerrados, los desplazo
ahuyentando las sombras, con violencia
hacia zonas azules, que penetre
en grandes cantidades oceánicas
la luz por todas partes cada día.
Un inmenso trabajo, indescriptible.
Aparte de cumplir todos los pasos
soy también quien los goza, pues me entrego
a su contemplación, su turbulencia,
la cantidad más grande concebida,
inmensa maquinaria puesta a punto
cada mañana, desde mi ventana.
Insólito espectáculo. Para luego
dejar que todo marche, que transcurra
según los apetitos espaciales.