Un hombre con encanto

Un domingo, en la primavera de 1950, Billy fue a cenar por primera vez a su casa: le había invitado el anciano, y a Maeve, nerviosa, se le cayó la fuente entera de espinacas al vapor sobre el suelo de la cocina, justo cuando estaban a punto de sentarse a la mesa del comedor. Las recogió y volvió a ponerlas en la fuente -¿quñe otra cosa podía hacer si, aparte de ellas, no había más acompañamiento que patatas cocidas y puré de nabos?- mientras se peleaba con el perro durante todo el proceso (se llamaba Lucky -su padre no sabía vivir sin un perro en casa-, un terrier de raza cruzada, siempre meneándose entre los pies, loco por la mantequilla), incapaz de apartar la rápida lengua del animal de la cuchara, la fuente y hasta de la mismas espinacas.

Dejó la fuente sobre la mesa, las espinacas humeaban todavía, y se quedó mirando cómo se servían Billy y su padre; nunca dijo una palabra sobre el accidente hasta años, muchos años después, cuando le estaba sirviendo a Billy un plato de espinacas hervidas y de repente no pudo contener la risa y se lo confesó; billy se rió también. Una tarde, en la mesa, de eso no hacía tanto tiempo. Billy estaba todavía sobrio porque era mediodía (los domingos les gustaba hacer la comida principal a las tres o las cuatro y luego tomarse un sándwich o un bocado de cualquier cosa eso de las siete) y también bien afeitado porque había ido con ella amisa aquella mañana; y se había reído, aunque sólo hacía una semana o dos que había salido del hospital y la caída que le había llevado allí, esa vez, era todavía visible enla descolorida magulladura amarillenta de su frente; aunque se le había hinchado la cara con el paso de los años, sobre todo alrededor de los ojos y en la barbilla, y la piel había empezado a descamarse y pelarse y tenía la cintura y las muñecas casi en carne viva; aunque entre ellos había más silencio, en aquella época, que palabras, y ella guardaba en la memoria, por entonces, mil y un momentos que nunca contaría, cosas que él le había dicho, cosas espantosas que él había hecho, estados en que había tenido que verlo (desdentado, desvariando, semidesnudo, ensangrentado, sucio, llorando) que no podía ni empezar a contar, porque, sencillamente, ponerlo en palabras la mataría: en una ocasión, por ejemplo (sólo lo contaría una vez), justo antes de que volviera a Alcohólicos Anónimos en el 72 -tal vez fue precisamente eso lo que le llevó de vuelta a las reuniones-, cuando ella bajó a la cocina en plena noche y le pidió que se acostara; vio que él estaba a punto de perder la conciencia, pero esperaba que antes pudiera subir solo las escaleras. Se inclinó sobre él en la mesa y le susurró Billy al oído (ella sabía que tenía que ser firme con él, lo sabía), Billy (más alto) y, como no se movió, se apartó de él y se dirigió hacia las escaleras. < Dennis no vendrá, ¿sabes?> , dijo desde el pasillo, hablando para sí como si ya no le importara que la oyera. < Ya tiene bastante de qué preocuparse con Claire, no vendrá por más quele llames, Billy. Hasta Dennis está harto de ti. Hasta Dennis tiene sus propios problemas.> Al momento, sin tiempo para que pudiera darse cuenta de nada, Billy la tenía agarrada del cuello. Era mucho más alto que ella, y por entonces había aumentado mucho de peso. No llevaba las gafas. Su cara…, bueno, habría pasado por un completo desconocido que había irrumpido en la casa. < Billy, me vas a matar> , había dicho ella, clavándole las uñas en la mano. Y al momento él estaba llorando a sus pies. A continuación, se había quedado inconsciente en el suelo y tuvo que llamar a la pareja de la puerta de al lado porque aquellos días Dennis tenía sus propios problemas.

Una ráfaga de carcajadas surgió de la sala de estar, donde estaban los hombres, pero las mujeres en la cocina permanecían en silencio.

Sin embargo, dijo Maeve en voz baja, no hacía tanto tiempo, aquella tarde de domingo, se habían reído tanto con la historia de las espinacas caídas que ella volvió a ver, por un instante (oh, ya sabéis a qué me refiero), lo apuesto que era. Vio de nuevo los atractivos de los que se habbía quedado prendada desde el primer momento. Recordó de nuevo lo que había supuesto para ella, para sus nervios, para su corazón palpitante, haber tenido a Billy Lynch allí, el chico de la zapatería, en carne y hueso, sentado a su mesa aquella primera noche en que supadre le había invitado a cenar.

-Era un hombre apuesto -dijo Bridie, la del vecindario, en voz baja..

Era la cocina de Maeve, en Bayside, cuando el día llegaba a su fin, el monseñor ya se había ido a realizar otra visita y las mujeres iban de acá para allá convirtiendo el dispar conjunto de marmitas y tartas en un bonito y pequeño bufé, Maeve se inclinó sobre su taza de té flojo sin leche y, sonriendo, contó con su voz suave y paciente que hasta que no estuvo delante de la puerta con el abrigo puesto y el sombrero en las manos, no le prenguntó si le gustaría ir al cine con él el sábado. Naturalmente, ella respondió que sí, y en la cabeza, claro -ya sabéis a qué me refiero-, no dejaba de rondarle una única duda: <¿Qué voy a ponerme?>. Esa noche llevaba su mejor vestido y, la verdad, es que no era más que una pieza de lana gris con un tira de terciopelo negro en la falda.

Cuando volvió a la sala de estar, su padre ya se había quedado dormido en la silla, y ya sabéis que entonces le echó la culpa a él de la ligera vacilación que notó en el caminar de Billy cuando lo vio apartarse de la puerta y dirigirse por el pasillo hacia las escaleras: su padres y el Jameson's que reservaba para las ocasiones especiales, como la visita de algún compatriota… De modo que no tenía a nadie a quien contárselo porque sabía que explicárselo a él, mientras le quitaba los zapatos y los pantalones y lo echaba en la cama, hubiera sido como hablar con la pared. A la mañana siguiente, hubiera reventado si no lo contaba. Pero, cuando finalmente le dijo que Billy Lynch le había pedido que fuera con él al cine el sábado por la noche, su padre se limitó a suspirar, removió su café y comentó:

-Sin duda se siente obligado. -Añadió que Billy había estado comprometido en una ocasión, ya sabéis, hacía sólo unos pocos años, con una chica irlandesa que murió.

Rosemary, ante la cocina, se volvió rápidamente y nos dijo por encima del hombro:

-Oh, ¡qué crueles son los hombres!

Pero Bridie, la del viejo vecindario, que había llegado con su famosa tarta de medio kilo en el momento en que se acababa de rezar el rosario, sonrió amablemente a Maeve y dijo:

-Estoy convencida de que tu padre lo hizo sin mala intención.

Maeve no pareció dispuesta a tomar partido al respecto. Ella había pensado, dijo, comprarse algo para el sábado, pero tras el comentario de su padre concluyó que para qué preocuparse. Cualquier falda vieja y un suéter le servirían. Vieron Eva al desnudo y luego estuvieron en Horn & Hardart. Ella encendió un cirio en la iglesia el domingo siguiente por la mañana, pero no abrigaba muchas esperanzas. Pese a todo -el poder de la oración-, una o dos semanas más tarde fue a la tienda y él le pidió que salieran otra vez. Luego su padre volvió a invitarle a cenar, y al cabo de poco tiempo se veían con regularidad.

Pero Maeve sólo se convenció de que Billy y ella podían ser una pareja cuando fueron a cenar al piso deDennis y Claire -que sólo llevaban alrededor de un año casados-, un piso pequeño y agradable junto a Prospect Park. Su primer hijo (<tu hermano Danny>) tenía pocos meses y Billy había estadoi sosteniendo al bebé adormecido contra su pecho durante toda la cena, así que tuvo que comer con una sola mano. Y asñí, también, tuvo que pedirle a ella que se acercara y le ayudara a cortar el bistec, lo que hizo, por supuesto, sintiendo cómo Billy la miraba. Hasta su padre tuvo que admitir que, después de todo, lo de Billy con ella era algo más que simple obligación, con chica irlandesa o sin ella.

-Por una herradura -empezó a decir la señora baja de la Legión. Todo el mundo se volvió hacia ella-. ¿Cómo es? -Se tocó el dibujo del arlequín que llevaba sobre el pecho-. Por una herradura se perdió el caballo, por un caballo se perdió el jinete, por un jinete se perdió…¿Cómo sigue?

Hubo un momento de silencio desconcertado.

-Por un jinete -dijo Bridie servicialmente- se perdió la batalla…

Los demás seguíamos frunciendo el ceño.

-Me refiero, para Maeve -dijo por fin la señora de la Legión, extendiendo la mano, y aunque todas estábamos casi convencidas de que no pretendía decir que para Maeve, la batalla, el reino, estaban perdidos (aunque bien podría considerarse así) ninguna había llegado a comprender qué quería decir realmente-. Para Maeve fue justo lo contrario -explicó finalmente-, por una herradura, bueno, en su caso, por un zapato, encontró un novio…

La carcajada fue tan repentina como breve; unas migas cayeron de un trapo de cocina.

-Oh, ya entiendo -dijo alguien-, bueno , eo es verdad.

Sonriendo, asintiendo, comprendiendo (este tipo de conversación le hace bien -se veía que todas las mujeres estaban pensando lo mismo-, esto es lo que necesita ahora), Maeve acarició su taza de un té que ya estaría frío e, inclinándose hacia delante, dijo:

-Os contaré lo que hice.

Todas le sonreímos.

-Tiré el zapato de mi padre a la incineradora. -Sus mejillas habían recuperado un poco de color o, tal vez lo iban recuperando a medida que hablaba-. No una vez sino dos. Creedme. Le decía: <Vamos a ver, papá, no sé dónde habrá ido a parar la pareja de tus zapatos buenos, pero será mejor que vayamos a Holtzman's el sábado o no tendrás nada que ponerte para ir a la iglesia el domingo por la mañana>.

-¿Y por qué lo hiciste? -preguntó Kate. Acababa de volver de colocar la vajilla buena sober la mesa del comedor.

-Sólo para poder volver allí -exclamó Bridie-. Sólo para tener una excusa para entrar en la zapatería.

Maeve asintió.