Amor duro

Todos y cada uno de los sucesos de esta historia son de algún modo verdaderos, y todo lo impreso en estas páginas ha sucedido alguna vez, de maneras muy diversas. En consecuencia, si alguien creyere reconocerse en la obra, tendría toda la razón: el autor lo ha utilizado sin duda como modelo. Es posible que el modelo considere que es dueño de los derechos sobre su propia imagen y que quiera, si encuentra razón para ello, llevar a pleito y condenar al autor, pero entonces ha de tener presente que las palabras que se pronuncian o se escriben, aunque sea una sola vez, nunca pueden retirarse, ni siquiera con leyes o sentencias.

 

Diarios

16 de octubre de 1993

Tardé un tiempo considerable en encontrar una habitación adecuada donde poder reunirnos sin que nadie se diera cuenta, ya que tenía que ser en un sótano con salida directa a la calle. Tenía que parecer que ibas caminando casualmente por la calle y desaparecías sin llamar la atención, como si te hubiera tragado la tierra. No podía haber otros inquilinos, la gente de los sótanos no es muy tolerante pero sí curiosa sobre el estilo de vida de los que viven en las mismas condiciones que ellos, y los desprecian íntimamente porque no han conseguido progresar en la vida lo suficiente como para comprarse una casa. Esa gente tiene la peculiaridad de escuchar todos los ruidos pero sin decirle nada a nadie aunque descubran irregularidades, robos o conspiraciones, prostitución, adulterio o contrabando. No por tolerancia, sino porque piensan que si dejaran traslucir su desprecio o sus ganas de entrometerse correrían el riesgo de que se descubrieran otras cosas, cada una peor que la otra, pues entre los pobres lo malo siempre puede empeorar aún mucho más. En este sentido, son más tolerantes que las personas sanas y acomodadas. Podría pensarse que la gente de los sótanos son los últimos descendientes de los hombres de las cavernas, que andaban a vueltas con los espíritus telúricos buenos y malos antes de que alcanzáramos la civilización y obtuviéramos lo que suele llamarse espíritu humano. No son solamente las malas condiciones externas las que arrastran a la gente a vivir en las cavernas tenebrosas, sino seguramente, sobre todo, la especial artificiosidad de las viviendas que ocupan sótanos o bajos.

Yo ya sabía esto por propia experiencia, pues me había familiarizado con ello en mis años escolares, cuando llegué, desconocido, a la ciudad. Entonces alquilé habitaciones en sótanos, no sólo porque disponía de poco dinero y el alquiler era barato, sino porque seguía siendo un hombre, en todos los sentidos, apegado a la tierra. Desde entonces, siento afecto por la gente de los sótanos y me considero ligado a ellos de corazón, aunque yo haya ido progresando paso a paso, deslizándome por la superficie de una sociedad que en mi corazón desprecio, especialmente las extravagancias de altos y bajos. En todo caso he llegado a fundar lo que suele llamarse un hogar seguro con habitaciones grandes, luminosas y elegantes, cuatro dormitorios y cocina completa. Esto no es del todo exacto -nadie progresa realmente en la vida por sus propias fuerzas-, en mi situación tiene mucho que ver un amigo de infancia, cuya prosperidad o infelicidad engendraron mi bienestar o mi desgracia. Así, todo se entreteje en un todo y por eso mismo puede desaparecer de igual forma en la vida de las personas.

Cuando estaba buscando un lugar adecuado llegué a pensar que había mirado casi todos los huecos de la ciudad sin encontrar nada. Finalmente, me decidí a poner un anuncio en la sección inmobiliaria; solicitaba un trastero espacioso en un sótano, pues pensaba que en algún sitio tenía que ocultarse una viuda decente que hubiera perdido la vista y que se decidiera a alquilar el antiguo cuarto de juego de los niños, vacío desde hacía muchos años, junto al lavadero. Probablemente, mi conciencia veía a aquella magnífica mujer que me alquiló en otros tiempos: una viuda medio ciega, de aspecto descuidado, que olía a comida vieja, tenía modales delicados y era todo lo inteligente que puede serlo esa clase de mujeres. Están por encima de los prejuicios a causa de una experiencia nefasta en el matrimonio, el infortunio de sus hijos, la ceguera de sus ojos, y aman la vida por indiferencia. No porque exijan algo para ellas mismas, ni mucho menos: hace tiempo que ya no esperan nada de la existencia y quieren que los más jóvenes gocen de una vida que en su propia naturaleza no es nada -si puede hablarse de naturaleza en lo que no es nada en sí mismo- pero puede llenarse recibiendo muchísimo de otros y convertirse así en algo deseable para los humanos.