Escaparate de venenos

por orden alfabético

 

La A, densa y borrosa, de la amnesia.

La B del bajel ebrio que navega en la noche

bajo una luna en C, creciente enigma.

La D de los desiertos dilatados

y la E de que mana el río Eúfrates.

La F fatalista de un infinito que agoniza

y la G de sonora oscuridad,

como un garfio de plata en la garganta.

La H en su abstracción de nada hermética.

Columna de la I, báculo de la J.

El baile de difuntos de la K: kirieleisón,

y una L de labio y noche líquida.

Corona de la M (y esa N nereida

a la que un delfín, al saltarla,

convierte en una Ñ).

El círculo de fuego de la O

que cruza la sorpresa de un tigre amaestrado.

Mariposas que mueren en la red de la P.

Ese rostro que fuma de la Q.

La R que es raíz de toda rosa.

La S de la sierpe que se arrastra

por nuestros paraísos.

La T de la tiniebla que titila

y la U, como un cuenco

de oscura miel lunar en nuestra boca.

Esas uves siamesas en la firma de Shakespeare.

La X del misterio y la aritmética.

La Y (que es nuestro vínculo

con una Grecia abstracta y luminosa),

capaz de unir la noche y la alhucema,

Camelot y la nieve.

La Z de un zenit nunca cumplido.

Combinándolas todas,

ordenan nuestro mundo,

y añaden un sonido al pensamiento,

y un eco de agua al mar,

y un vibrar de cristales fragilísimos

a todos los conjuros zozobrantes

que formulamos todos cada día.

cine de verano

 

Las noches de verano de mi infancia

son un tiempo inmortal y son un cine

que brindaba en su alquimia luminosa

vibrantes sucesiones de espejismos:

la glorificación sangrienta de los héroes,

la esencia desolada de un desierto

o el deseo expresado frutalmente

en el rouge pecador de una muchacha

que cifraba la esencia de un misterio

que el tiempo no desvela.

Las noches de verano de mi infancia

son un tiempo inmortal que muere en mí.

Yo le cavo esta fosa. Y esculpo este epitafio.

 

 

amigos de infancia

 

Unos hallaron

la muerte en una extraña imprevisión

de estrellas fatalmente conjugadas,

a la manera de naipes barajados

por rápidos tahúres del azar.

Otros se escurren

por la arena cambiante del tiempo.

Los hay que, cada amanecer, arrastran por las alas

el cadáver de un ángel

-con su plumaje sucio

de légamo- entre las brumas blancas de neón

de oficinas que huelen a boca de fantasma.

Algunos de ellos viven

en la contradicción sinuosa del destino,

condenados a amar lo que aborrecen.

Otros beben la copa fermentada

de un licor convertido en un veneno.

Todos juntos, en fin, en esta especie

de cabalgata de cascados acróbatas

que cada día saltan y sortean

los confusos obstáculos

de un mundo fugitivo que ya no

comprenderemos.

tv

 

Los países en guerra, los concursos.

El asesino inocente y el espía

que conoce misterios exclusivos.

El cómico gangoso y la princesa.

El mutante quirúrgico.

El novelista experto en reflejar

el alma femenina y sus misterios.

El ex subcomisario

que amasa con su lengua corrupciones

gramaticales y políticas.

Los que imploran amor y las estrellas

sinuosas del porno,

actuando en directo para el mundo.

La tensa iguana roja de los celos

y

la muerta violeta en pudrición de la venganza

cultivada con deje caraqueño en el sopor

animal de nuestra sobremesa.

. . . Aprietas un botón y surge, en fin, un mundo

caótico y demente, acorde

con la infinita locura de esa bestia indecisa

sin rostro ni razón que rige el universo

desde el trono celeste de su divina omnipotencia,

observando el gran baile de los muñecos defectuosos.

estampa matinal

 

El mendigo que cruza, con orgullo de príncipe,

ese paso de cebra de la gran avenida

con su abrigo dramático y sus bolsas repletas

de inservible quincalla y un menaje caótico,

sintiéndose el señor de la ciudad

cuando frenan los coches, reverentes,

ante su Majestad Lunática.

Alguien compra el periódico local

para sentirse atónito ante el mundo

y busca información sobre su caos

de guerras y de fraudes,

y se encuentra el anuncio

del último modelo de un coche de alma alquímica

o la oferta tantálica de un viaje a la magia

de Tailandia o Marruecos.

Una anciana, tras mucho razonar,

convence a su perrillo valiente de que no

le ladre a los mendigos ni a ese hombre

que lee en el periódico

la noticia de un nuevo asesinato

freudiano, pasional y tragicómico,

con su lírico espanto de azar y alevosía.

Alguien sale a la calle algo confuso

-a esa hora, algo tardía ya, de la mañana

en que las putas vampirescas

suelen tomar el desayuno

en pequeñas cafeterías envueltas en la bruma

de la mantequilla caliente-

y observa con un cierto fatalismo

el atasco formado ante el cadáver

de un perro atropellado

por un coche amarillo -y una anciana que oscila

entre el grito y el llanto.

¿Y qué es la realidad?

¿Y qué es

la realidad?