El agujero negro de la evolución humana
¿El hombre, ese desconocido? Hace décadas, los manuales de antropología hacían frecuentes referencias a los «ignotos» y «misteriosos» orígenes de nuestra especie. Tras decenios de fructífera labor paleontológica en diversas partes del globo, pero sobre todo en África, el panorama de nuestros orígenes a corto y medio plazo aparece hoy relativamente claro, aún cuando todavía persistan numerosas cuestiones pendientes, relativas a aspectos muy concretos de esta evolución (del tipo de ¿cuántas especies hubo de australopitécidos? ¿y de Homo? O, ¿en qué momento se produjo la primera colonización de Eurasia?). Pero es seguro que este otro tipo de cuestiones difícilmente quitaran el sueño a nuestros filósofos. ¿El hombre, ese desconocido? Ya no tanto. Por el contrario, son nuestros primos antropomorfos, los chimpancés y los gorilas, los que deberían reclamar para si su lugar como misterio de la Naturaleza, ya que mientras que la documentación sobre la evolución humana de los últimos 4 millones aparece razonablemente completa, por el contrario poco o nada de sabe, si no es por los datos moleculares, del origen de nuestros parientes más próximos. Y es que, más allá, de hace esos 4 ó 5 millones de años, es decir, del momento en que debió individualizarse la línea de los homínidos primitivos o australopitecos con respecto a las del chimpancé y gorila, muy poco se sabe sobre nuestros orígenes comunes. En efecto, por lo que hace a la evolución de los primates antropomorfos (también conocidos como hominoideos) el registro fósil de África muestra un enorme agujero negro durante el segmento más reciente de la época conocida como Mioceno, que es precisamente cuando se «cuecen» los fundamentos de lo que luego será la evolución posterior de los homínidos en el Plioceno y el Pleistoceno.
Particularmente, el Mioceno superior, la época entre hace 12 y 5 millones de años, constituye uno de los momentos más interesantes de la historia biológica a la hora de desentrañar las primeras fases de la evolución de los homínidos. Fue en esa época en la que las laurisilvas subtropicales cedieron su puesto a las sabanas arboladas y bosques más abiertos que hoy encontramos en extensas áreas de los continentes africano y euroasiático. Además, es en el Mioceno superior cuando encontramos los primeros indicios de desarrollo de los glaciares árticos, preludio de la dinámica glaciar-interglaciar que se establecerá de manera estable a partir de hace dos millones y medio de años. Por otra parte, en el Mioceno superior se sucedieron importantes cambios a nivel regional, los cuales han llevado a la actual configuración del Viejo Mundo. En particular, destacan los diversos eventos de desecación de las grandes masas de agua que en su tiempo circunvalaron el continente europeo, como fue el caso del mar interior Paratethys, o del Mediterráneo (que padeció una desecación prácticamente completa y estuvo a punto de desaparecer hace unos 6 millones de años), lo que sin duda favoreció el intercambio faunístico entre Europa, Asia y África. Al mismo tiempo, importantes procesos tectónicos como la elevación del Himalaya y de la meseta tibetana, así como las aperturas del mar Rojo y de las grandes cuencas del este africano, aunque trabajando en direcciones opuestas, debieron favorecer los procesos de aislamiento reproductivo y especiación en diversos grupos de vertebrados terrestres.
Todos estos fenómenos debieron tener a su vez una influencia decisiva en la evolución de nuestros ancestros arborícolas. Así, hace unos 10 millones de años, Eurasia aparecía poblada por una floreciente población de hominoideos, que incluía una alta diversidad de formas y diseños, desde gráciles braquiadores selváticos como Dryopithecus y Sivapithecus, hasta formas goriloides de gran talla y robustez como Ouranopithecus, pasando por antropomorfos adaptados a condiciones de relativa aridez como Ankarapithecus. !Y todo ello en un momento en el que el registro de hominoideos en África es casi nulo¡ De alguna manera, la radiación evolutiva de hominoideos euroasiáticos parece remedar las tendencias que, cinco millones de años más tarde, se producirán en África y que desembocarán en la aparición de nuestros primeros ancestros bípedos, los australopitecos. Pero al revés de lo que ocurrió en África hace cinco millones de años, la deforestación y expansión de los espacios abiertos en Eurasia no dio lugar a la aparición de los primeros homínidos bípedos sino, que por el contrario, provocó la extinción de la mayor parte de estos hominoideos, extinción a la que tan sólo escaparon algunas formas asiáticas altamente especializadas (como el enorme Gigantopithecus o el actual orangután, Pongo).
En orden a elucidar estas y otras muchas cuestiones que afectan a una de las fases más obscuras y controvertidas de la evolución homínida, la iniciativa conjunta del Museo de la Ciencia de la Fundación "la Caixa" y del Instituto de Paleontología M. Crusafont de la Diputación de Barcelona logró reunir en Barcelona del .. al . . . a los principales especialistas en el tema, como David Pilbeam (Universidad de Harvard), Peter Andrews (Natural History Museum de Londres), Robert Martin (Universidad de Zürich, Suiza) y Jordi Sabater Pi (Universidad de Barcelona). Desde el propio Instituto de Paleontología M. Crusafont, el coloquio contó con las aportaciones de Salvador Moyà, Meike Köhler y quien esto les cuenta. Y sorprendentemente, aunque el desarrollo de las sesiones permitió constatar la existencia de una gran diversidad de enfoques y opiniones, no es menos cierto que el resultado final de esta obra ofrece un conjunto altamente trabado y coherente, como el lector tendrá ocasión de comprobar. Así, de una parte, los capítulos 1 (Pilbeam) y 3 (Köhler), aunque aparentemente centrados en Sivapithecus y Dryopithecus, respectivamente, ofrecen una completa y cuidada introducción al mundo de los hominoideos no sólo fósiles sino incluso actuales. Por otra parte, el capítulo 2 (Sabater Pi) aporta de una manera concisa y rigurosa la experiencia personal de su autor sobre los ecosistemas que habitan nuestros más próximos parientes, los antropomorfos africanos actuales. Como contrapunto, el capítulo 4 (Agustí) trata de situar la evolución de los hominoideos euroasiáticos en el marco de las vicisitudes climáticas y ambientales del Mioceno. Los capítulos 6 (Moyà Solà) y 7 (Martin), en fin, se centran en el análisis de dos cuestiones clave en la evolución de los homínidos posteriores, a saber, el origen de la postura bípeda y la evolución del cerebro en relación con su coste energético. Al mismo tiempo, a lo largo de los sucesivos capítulos el lector encontrará información detallada sobre los principales actores de aquel drama, como Proconsul y Sivapithecus (Pilbeam), Ankarapithecus y Graecopithecus (Andrews), Dryopithecus (Köhler) y Oreopithecus (Moyà Solà). La obra, en fin, constituye un repaso al mundo de los antropomorfos del Mioceno, mundo hasta ahora mal conocido y cuyo estudio, sin embargo, es de vital importancia para comprender como se alumbró el primer homínido bípedo que dio lugar a Lucy y a toda su descendencia.
Jordi Agustí