La isla en peso

LAS FURIAS

(1941)

Este helado cristal de la persona

entre Furias cayendo se divierte.

Solemniza los apagados cirios el sueño de su risa

y los dientes que inician el destino.

A un viento de cadáveres

el borde de su túnica interroga:

Es la aplomada pluma de las Furias

la que en la frente de los dioses bate,

más allá de la piel, en sordo vuelo,

solicitando el río envenenado.

Necesito las Furias

—flor de ira ladrando entre las tumbas.

Cruel Narciso,

necesito las Furias desatadas.

Hasta ahora he asistido a los santuarios

con rodillas de perro ajusticiado,

con un golpe de sangre entre los labios,

vestido de cadáveres.

Y tú, perro que velas,

si en noche de caricias

bajas al agua y su rumor trenzado

para beber de la ternura agria,

a las Furias te entrego destripado.

¡Oh, tu remordimiento como un sapo!

Solicito las Furias

que por la noche olvidan

la feroz existencia del recuerdo

y este remordimiento de morirnos

con la cuerda de mimbre del pecado.

Más que una salvación administrada,

quiero vuestro engrasado vuelo, Furias,

cautas miradas sobre mansos brutos,

amarilla locura fulminando

las refinadas artes del fiel perro

y su lengua que lame las miradas.

No he conocido, Furias, el secreto

del pez alegre sin modestia alzada,

ni el envés de las hojas soñolientas,

ni aún los sistros de sones iniciados.

Nada tengo sabido, alegres Furias:

esas islas por aguas ataviadas

donde hombres sombríos y suntuosos

furiosamente sobre dioses ríen.

Esas islas y luz furiosa unidas

pasan con ramas y consagraciones

reclinadas en tenues soledades.

Todo es conocimiento, alegres Furias.

Soy el garzón de las melancolías

distribuyendo aires amarillos.

Amor, amor, vende tu roja pluma,

pero el remordimiento como un sapo,

pero el perro que lame las miradas,

pero las rodillas del santuario,

pero el aire amarillo entre las manos,

pero la salvación administrada,

pero el cadáver de la soledad,

pero el ojo podrido del espejo,

pero la lengua del envenenado,

pero el conocimiento sollozando.

Acaso, Furias, ¿vendéis sangrientas plumas?

Pero después del goce lo gozado,

pero después del agua la frescura,

pero después del sueño las visiones,

pero después del inocente la inocencia,

pero después del perfumado espejo

perfumados cadáveres sonando,

pero después de las combinaciones

los números sumando los cadáveres,

pero después del dios comunicado

siempre el conocimiento sollozando.

¿No es así, Furias mías?

¿No es que el río divido cayendo entre vosotras?

¿No es que el garzón de las melancolías

odia furiosamente esas islas de las consagraciones?

Una amarilla rabia,

una amarilla tela,

un amarillo espejo,

una amarilla lluvia,

es todo cuanto queda,

alegres Furias.

1941

elegía así

Invito a la palabra

que pasea entre perros su desierto ladrido.

Todo es triste.

Si con lustrosas hojas corona frente y senos

una fría sonrisa florecerá en la luna.

Todo es triste.

Después los perros tristes comerán de las hojas

y ladrarán palabras de lustroso sonido.

Todo es triste.

Un perro invita a los jacintos en el río.

Todo es triste.

Con lunadas palabras, con aperradas flechas,

con dentadas hojuelas

hieren a las mudas doncellas los jacintos.

Todo es triste.

Crece la negra yerba con un rumor tranquilo,

pero lustrosos filos acarician el ritmo.

Todo es triste.

Detrás de las palabras las serpientes se ríen,

la sorda tierra no permite sonidos.

Todo es triste.

Ladra un ave celeste por el cielo

para alejar la muerte.

Con flores de la noche la descubre,

con palabras de perro la seduce,

con una copa de tierra la sepulta.

Todo es triste.

Invito a la terrosa palabra

que perfora la vida y los espejos

y el eco de su imagen dividido.

Todo es triste.

Un juego de palabras con ladridos.

Todo es triste.

Un venablo con veloz viento vuela

en variaciones viriles.

Todo es triste.

Media copa de tierra enmudeció a la música.

Todo es triste.

Después la tierra se bebió a ella misma.

Todo es triste.

Y cuando llegue el tiempo de la muerte

ponedme ante el espejo para verme.

Todo es triste.

1941

la murena

Nadie medita la murena;

un tema de la romanidad;

yo no sugiero los esclavos,

no digo la voracidad.

Entre la cabeza y la cola

—en ese espacio sin salida—

la murena se desola.

No es un problema de comida.

Todo el mundo pontificaba

que la murena resolvía

un punto de gastronomía.

Quizá si el César sabía...

El esclavo bajo las aguas

era un pretexto romano;

el pueblo chocaba las manos,

la murena se oscurecía...

La beatitud de la murena

no salía a la superficie:

¿Qué cabellera para asirla

si la murena es la calvicie?

La salvación por un cabello,

la beatitud en el espacio;

la murena como un palacio

deshabitado, no podría...

Nadie defina que es marino

el silencio de la murena;

es un silencio repentino

el silencio de la murena.

Escucha entre dos sonidos

su silencio como una almena.

Su silencio de murena

es la flor del escalofrío.

Muerde la memoria acuática

la fulguración de su lomo,

y la tristeza, como un plomo,

muestra la murena enigmática.