Los perros seguido de las aventuras singulares

Ha entrado y yo llevaba las cuatro fajas de sábana en los brazos, como los atributos de un rito, de un bautismo. Yo había dejado a la vista el negro falo inflado de agua hirviendo y engrasado, las disciplinas, las pinzas de la ropa, no ha puesto expresión de sorpresa. Le he dicho: ¿quieres ser mi víctima o mi verdugo? En voz baja e imperiosa ha dicho: desnúdate, del todo, y túmbate. Yo había dejado en el suelo las cuatro correas, se ha puesto a desliarlas, después se ha desnudado, le he tendido el anillo de cuero negro claveteado para ceñirse la verga, le he dicho: tú llevarás sólo ese adorno, pero no se lo ha puesto, llevaba ese ceñidor herniario que trajo de Estados Unidos y que daba un perfil elegante a su sexo y sus huevos, al imprimir en su piel la fina trama de sus mallas, yo estaba acostado en la cama, boca arriba, primero se ha puesto a atarme los tobillos cruzados, a envolverlos en una multitud de nudos, me ha dicho: siéntate, y yo le he ofrecido las manos, del mismo modo, pero por la espalda, me ha atado las muñecas, cruzadas, al tresbolillo, se ha sentado junto a mí, ha acercado mucho su rostro al mío, me ha mirado con profunda gravedad, he creído que iba a besarme, me ha escupido en los labios, una vez y después otra, me ha dicho: levántate, entonces se ha puesto a ligarme el sexo, procurando oprimirme la polla y los huevos en su punto de arranque, y después a pasarme de nuevo la tela apretada en un segundo anillo por la base del sexo y por debajo de los huevos, a hacerlo subir por cada lado de las nalgas, al tiempo que lo ribeteaba, lo volvía a vendar en cada nudo y, por último, a atármelo en el vientre, lo más fuerte que podía, apretándome el vientre con uno de los pies y aplastándolo para comprimirlo más, yo apenas podía respirar, entonces por sorpresa ha tomado las dos pinzas de la ropa y las ha fijado en la punta de mis senos, he gritado, él ha dicho: no, así aún no hace bastante daño, y las ha retirado, me ha pellizcado las tetillas con la punta de los dedos humedeciéndolas con saliva, haciéndolas erizarse por entre sus pelos y después me ha vuelto a colocar las pinzas, me ha dicho: aún no vamos a vendarte la boca, va a poder servir, pero tal vez podamos hacer algo con tu cuello, ha desplegado la última venda y se ha puesto a atármela muy alta en el cuello, bajo la barbilla, como para darle la imposición, la elevación de una minerva, dejando una larga faja de tejido libre con la que poder dirigir mis movimientos como una correa para perro, me ha dicho: vuélvete, y me ha metido el largo falo negro hirviendo entre las nalgas, de un solo embite, apartándolas con una mano, he sentido el caucho aceitoso que me subía intestinos arriba y los quemaba, me ha dicho: la próxima vez lo untaremos con una mermelada de hashish caliente para embriagarte el ano o con un mentol glacial, ha tirado hacia abajo de la tela que me ataba el cuello para hacerme acuclillar y se ha sentado desnudo en el sillón de cuero con las piernas separadas, imperioso, regio, vestido sólo con ese taparrabos de mallas muy amplias, a través de las cuales podía yo ver su sexo inflarse y palpitar con sacudidas, me ha dicho: mírame, deséame, suplícame, quiero verte implorarme con todas tus fuerzas, sólo para desearme, te concedo el derecho de desearme, me gustaría verte llorar de agradecimiento por ello, aún no había tocado las disciplinas, que seguían al alcance de su mano, ni el anillo real que yo había destinado a su sexo, me ha dicho: te gustaría verme el sexo, pero vas a tener que merecerlo, y quiero que lo veas como si fuese la primera vez y que te deslumbre, que nunca hayas visto un sexo tan hermoso, tan grueso, tan potente, y que te lo comas con los ojos, lo adores, pero de momento vas a tener que ganártelo, y ha vuelto a darme un tirón del cuello hacia abajo, para someterme más, me ha dicho: arquea más el lomo, quiero verte a mis pies, arqueado, como un perro, como una mujer, y con la punta del pie se ha puesto a hundirme el falo negro en el culo, que lo iba expulsando lentamente, me ha dicho: es necesario que te merezcas mi sexo, a cuatro patas vas a intentar liberarlo de su ganga, con la punta de los dientes exclusivamente, procurando no tocarlo nunca, no ensuciarlo nunca con la punta de los labios, he acercado la boca a su calzoncillo, lo he olido, su olor genital me ha entrado en las ventanas de la nariz como un almizcle, una cocaína, me ha dicho: ni siquiera eres digno de respirarme, es un óbolo que te doy, relámete y gime un poco para mostrarme tu placer de perro, con la punta de los dientes he intentado hacer bajar el grueso elástico que retenía su calzoncillo, ha restallado varias veces y él se ha quejado, pero aún no ha utilizado el látigo, a cada torpeza se contentaba con volver a hundirme más profundamente con la punta del pie el falo negro en el culo, no he logrado hacer bajar el elástico, entonces he intentado alzar uno de los bordes del tejido, cerca de la ingle, para dejar salir su polla y sus huevos, su perfume se ha reavivado, bruscamente se han soltado de la ropa y me han tocado en las mejillas, pero al instante él me ha alejado el rostro de ellos tirándome del cuello hacia un lado con la correa, me ha dicho: te doy permiso sólo para admirarme el sexo, ¿ves?, aún está amoratado por el tejido, ya sé que estás absolutamente ansioso de metértelo en la boca y chuparlo, metértelo hasta la garganta, tragarlo y asfixiarte con él, pero te lo prohíbo, para eso tendrás que suplicarme y llamarme amo, adora mi sexo, ámalo, cómetelo con los ojos y sueña con metértelo en la boca, suplícame, he empezado a gemir, tenía la mirada clavada en su magnífico sexo, presa ante mis ojos de brincos autónomos, y me he puesto a rogarle, a suplicarle, porque era absolutamente necesario que ese sexo entrara en mi boca, lo más rápido posible, porque me retorcía con ese deseo, he dicho: te lo suplico, déjame chuparte el sexo, él me ha dicho: pero si aún no lo amas bastante, no lo adoras, me gustaría que se te viera más el deseo en los ojos, que te hiciese retorcerte, que te consumiera completamente, he repetido: te lo suplico, entonces con un tirón de la correa me ha acercado bruscamente la boca a su sexo, tan cerca, que mis labios casi lo tocaban, pero no del todo, y ha dicho: te prohíbo que te lo metas en la boca, conténtate con olerlo, con pasar la nariz pegada a él, para acariciarlo, cómetelo aún más con los ojos, te permito que le babees encima, ya que tanto te atormenta el deseo de jalártelo, ante esa orden mi saliva, largo rato retenida, ha empezado a chorrear desde lo alto de su glande y a deslizarse a lo largo de todo el aparato, hasta los pelos, a bañarlo, y cada vez le brincaba más, me ha dicho: no te quejas bastante, ya veo que no te duele bastante, y me ha retirado las pinzas de los senos para volverlas a colocar en otro sentido, a fin de que me hirieran aún más, ha dicho: ahora vamos a jugar a un juego, te voy a dejar que te metas mi sexo en la boca, pero te prohíbo que lo toques con la lengua, tan sólo quiero sentir en tu boca el vacío de tu aliento, tu hálito caliente, si una de tus mucosas osa rozarlo siquiera, recibirás un castigo, se ha retirado completamente el elástico del taparrabos y ha dejado que se le deslizara por las piernas, ha dicho: después va a ser una mordaza excelente para ti, ha cogido el anillo de cuero y se lo ha puesto en torno al sexo para aprisionarse los huevos e inflarlo aún más y que todas las venas se le tensaran, listas para estallar bajo la fina piel, yo seguía acuclillado a sus pies, arqueado y gimiendo, he abierto la boca al máximo, como me pedían que la abriera en la escuela para verme las amígdalas, y le he rodeado con ella el sexo, procurando no tocarlo, por el desplazamiento de su brazo he notado que agarraba las disciplinas, durante unos segundos no ha ocurrido nada, los dos, absolutamente inmóviles, reteníamos el aliento, entonces mi lengua ha tenido la desgracia de tocarle el glande y al instante las correas del látigo, que colgaban contra mis nalgas y las acariciaban con movimiento regular, se han puesto a azotarlas con perfidia, ese golpe ha sido para mis maxilares como un separador de cirujano, una escuadra de hierro atravesada en la boca, apenas podía respirar, de nuevo se me ha soltado la saliva y le ha bañado abundantemente el sexo, que seguía tieso, inflado en mi boca a unos milímetros de mi lengua, él repetía: te gustaría mucho chuparla, ¿eh?, ya sé que sólo piensas en eso, chuparla, mamarla, chuparla hasta la garganta, tragarla, embutirte la boca con ella, el músculo de la lengua se me ha tensado muy ligeramente para rozarle el glande y he vuelto a recibir el latigazo, al tiempo que me excitaba cada vez más, lo he interpretado como una orden de desafiar su prohibición y me he puesto a chuparle la polla codiciosa, ruidosamente, a embutirme la boca con ella, al tiempo que le derramaba por el vientre gran cantidad de saliva, y su brazo no cesaba de azotarme las nalgas y cuanto más me golpeaba más lo mamaba yo, cuanto más lo mamaba, para bebérmelo, más me azotaba, a veces me bajaba con el pie descalzo mi erguido sexo, que no soportaba más no poder gozar, para vejarlo más, hasta el espasmo, me ha dicho: me vas a chupar sin parar durante media hora, quiero que te jales toda mi carne y que te asfixies con ella, que llegue a darte asco, que te deje sin aliento, sin baba, yo seguía chupándole sin parar, cuando de repente su brazo fatigado ha cesado de marcarme como una cebra las nalgas, que me escocían, y, tirándome de la correa, me ha obligado a abandonar su sexo, ha dicho: ya me estás fastidiando, me vas a lamer el culo un poco, me he corrido en tu boca sin que te dieras cuenta, mi lefa debe de haberte tapizado el velo del paladar, tengo que recargarme un poco, reponer un poco de lefa para tu culo, me vas a lamer el culo, sé que te da asco y te excita al mismo tiempo, lo vas a chupar a fondo, aspirarlo, y pensar que te voy a cagar en la boca, aunque no lo haga, tienes que recibirme por todas partes, al cabo de un rato se ha vuelto y me ha dicho: tengo ganas de mear, me ha apartado los labios con un dedo a cada lado de la boca y la ha rociado con su orina, me ha dicho: la próxima vez te mearé en el culo, te llenaré el vientre, entonces me ha hecho levantar, yo estaba aún tragando su amargo chorro, cuando se ha puesto, detrás de mí, a azotarme las nalgas como un loco, decía: te voy a dar por el culo, hay que calentártelo bien, pero también debe resultarte intolerable no tener ya nada en él (acababa de sacar el falo negro), tienes que suplicarme una vez más, desear en voz muy alta mi picha dentro del culo, y pon un poco de entusiasmo, si no, sólo recibirás mis patadas, te voy a meter la polla hasta el fondo del culo, porque has sido un perro obediente, di que la quieres, mi polla en el culo, ruégamelo, retuércete, patalea, quiero que te cagues, llores y babees otra vez, de ganas de que te la meta por el culo, y, al tiempo que me obligaba con una mano a arquearme excesivamente, no cesaba de azotarme las nalgas, ha dicho: aún no estás bastante bien atado, podrías escaparte, aún no eres bastante dócil, y me ha desatado la ligadura que me trababa el cuello para volver a apretarla más pasándome por cada lado de los hombros, bajo los omoplatos, para ligarme, encordelarme como un paquete y, por último, volviendo a pasarme la sábana entre los dientes, como un freno, después de haberme llenado la boca con la bola cubierta de lefa y mierda de su calzoncillo, amarga contra mi lengua, yo mascullaba dentro, su polla ha entrado sin dificultad en el culo relajado y él se ha puesto a hurgar en él, a agotarme con empellones furiosos de la pelvis, sacudidas aviesas, a cada golpe uno de sus dedos me daba un papirotazo en la punta del glande, que ya no podía más de exasperación, con las dos manos me ha girado la cabeza, retenida por la mordaza, y me ha escupido en la cara, ha apretado los labios para que su escupitajo resultara pulverizado y, en el momento un poco penoso del goce, esa lluvia fina y almizclada ha sido como la vaporización de una palabra amorosa.