-Tu caballo se ha cortado
con un alambre.
Mi padre se ha detenido
junto a los corrales con un remolque para cuatro caballos. Éste es su segundo y
último viaje. El resto de los caballos los ha dejado en los invernaderos. La
nieve sigue formando sucios montículos alrededor de los edificios y los
árboles. La hierba empieza a abrirse paso por el sedoso mantillo gris que se ha
extendido bajo la capa de nieve invernal. El contrato de pastos del Servicio
Forestal no entrará en vigor hasta dentro de unas semanas. A todos los caballos
que tenemos aquí habrá que alimentarlos con heno. El heno es caro.
-¿Mi caballo?
-¿Tantos tienes que no
consigues acordarte de cuál es?
-Son todos de usted.
Se dirige a la parte de
atrás del remolque. Coge con una mano la manilla de la puerta. Tiene cara de
cansancio, de tener hambre.
-El caballo que montaste el
verano y el otoño pasados -dice.
-¿Socks?
-Creo que montar un solo
caballo todos los días de tu vida te otorga ciertos privilegios.
Abre la puerta del remolque
y tira de un gran castrado alazán, me da el cabestro y vuelve a entrar en el
remolque, de donde saca un caballo negro al que llamamos Bird.
-Que no se te escape Bird -grita desde dentro del remolque.
-¿Se ha cortado mucho o
poco?
Bird
arrastra la rienda de mano y va con la cabeza ladeada, procurando no pisarla.
Cojo la rienda antes de que se aleje.
Mi padre saca el tercer
caballo del remolque. Este fin de semana nos vienen unos cazadores de osos para
la temporada de primavera y necesitamos monturas para poder ir y volver todos
al campo de la carnada.
-A ver si me explico: ha
intentado cortarse una peñuza.
Voy con los dos caballos
detrás del que lleva él.
-¿Con qué?
-Con una puerta de alambre.
Algún cabrón la dejó en el suelo y Socks
se enganchó con ella. Lo he visto cuando estaba recogiendo a éstos. Había
conseguido soltarse, pero el daño ya estaba hecho.
-¿Está en el veterinario?
-Se le ha gangrenado la
pata. -Se detiene nada más entrar en los corrales. Mete su caballo y se vuelve
para mirarme por encima del hombro. Está haciendo un lazo con la rienda sobre
la cabezada-. Espero que simplemente te hayas vuelto duro de oído de repente.
Cuando me he ido esta mañana estabas mucho más despierto.
-¿Lo ha matado?
Me coge los dos caballos.
Lleva el sombrero calado. No puedo verle bien los ojos. Habla a media voz.
-Está en el remolque -dice.
Cuando subo puedo olerlo. Es
el olor de algo que ha muerto al sol. Un olor de desesperación que me hace
pensar en ciervos y alces muertos en la carretera, en moscas y encías descarnadas
con dientes amarillentos. Relincha suavemente y me acerco a su cabeza. Está
consumido. El pelo del invierno se le cae a mechones grandes e irregulares. Le
paso la mano por el costado y recorro el costillar con los dedos. Tiene briznas
de hierba seca enredados en la cola y la crin. Desato la rienda de mano y lo
saco del remolque. Cada vez que pisa con la mano derecha se le hunde el hombro
como si hubiera metido la pata en un agujero. Fuera del remolque mi padre
enciende un cigarrillo.
-Ponlo con los demás y
échales un poco de grano.
-¿Por qué?
-Porque te lo digo yo.
-No va a mejorar.
El humo del cigarrillo se
eleva y extiende alrededor del ala de su sombrero.
-No -dice-, no va a mejorar.
Fuera del remolque hay más
luz. Ahora veo que Socks tiene la
pata inflamadísima. Desde la pezuña hasta la espaldilla se ha hecho en la piel
varias llagas que le supuran. Tiene la cuartilla cubierta de una negra costra
de sangre seca y tan gruesa como debería tener el brazuelo. Cada vez que da un
paso se le abre el casco por la parte de atrás y le golpea la cuartilla. Hace
un ruido como de ventosa y luego un chasquido.
Mi padre habla con el
cigarrillo en la comisura de los labios. Está cerrando el remolque.
-Daría cualquier cosa por
agarrar al hijoputa que no tuvo tiempo para cerrar la puerta.
-No me siento muy bien.
-Pues aún te vas a sentir
peor. -Tira el cigarrillo junto a una bota y lo apaga metódicamente con la
punta. No levanta la mirada cuando habla-. Mañana tengo que ir al pueblo; si
no, no te lo pediría.
-Tengo que ir a clase.
-Si crees que tienes que ir
a clase, tu madre puede llevarte al valle después de comer.
Mi padre me mira ahora. Está
poniéndose un par de guantes de tela amarilla.
-Podría haberlo matado usted
en el pueblo -le digo-. Si no tenía una pistola, podría haber pedido una
prestada.
El pánico hace que se me
forme un nudo en la garganta. Es como un animalillo que acabara de despertarse
y se arrastrase con las garras para salir de su hibernáculo.
-Quiero que hagas carnada
con él.
-¿Para osos?
-No es que nos sobre
precisamente el dinero para matar un caballo utilizable. Todos los demás
aguantarán hasta el otoño. Es como si Socks
se hubiera ofrecido a ello, ¿no te parece?
No me lo parece, pero formo
parte de la familia y esto forma parte de mi trabajo. Tengo quince años. Edad
suficiente para que me pidan que lo haga. Con los caballos hacemos carnada para
osos grizzly; esperamos a que la carne esté a punto con la confianza de que los
atraiga, pues de lo contrario sería difícil cazarlos. Nuestros cazadores
disparan desde un escondite a los que acuden a comerse los caballos muertos.
Me quedo mirando las botas
de mi padre. Están tan desgastadas que han adquirido el mismo color que la
tierra. Socks me toca con los belfos
el cuello de la chaqueta vaquera. Noto en la piel su aliento húmedo y caliente.
Es la primera vez que me veo obligado a sacar mis propias conclusiones sobre el
tema del deporte. Los caballos con los que hemos hecho carnada antes estaban
desahuciados, se habían quedado sin dientes, iban a morir. Nunca había asociado
el dolor al negocio familiar.
-¿Dónde? -pregunto sin
levantar la mirada.
-En ese pequeño prado que
hay junto al río Kitty. Donde matamos a ese macho tan grande hace dos
primaveras. Está cerca; no hay que cruzar ningún arroyo. Si está vivo por la
mañana, puedes llevarlo allí.
Hago un gesto de
asentimiento. No sé si queda luz suficiente para que mi padre vea cómo muevo la
cabeza.
-Lo siento -dice-. ¿Has
cenado ya?
-Alce asado.
-¿Ha preparado postre tu
madre?
-Sólo peras de lata.
-Dile
a tu hermano que te eche una mano si crees que te va a hacer falta.