Opiniones y paradojas

Selección y prólogo de Miguel Sánchez-Ostiz

 

 

Prólogo

Por la fronda de Pío Baroja

 

          Leer a Pío Baroja, sin reparar en que no es ni por asomo nuestro contemporáneo, sigue siendo una experiencia que raras veces deja indiferentes a sus lectores. Una experiencia de mal lector, claro, como él mismo se autodefinía, del que lee un poco a salto de mata y otro poco al buen tuntún, y disfruta al volver a recorrer caminos muchas veces recorridos, engañándose a sí mismo (signo inequívoco de juventud) con el cuento de «Esto es nuevo para mí» o dejándose sorprender por algún hallazgo fortuito que luego resulta que no lo es tanto (cuando sólo el humor modifica el texto). Y es que tengo para mí que se coja a Baroja por donde se cojas, y se lea «empezando por cualquier parte», a algunos nos sigue gustando mucho porque continúa teniendo una rara frescura y una viveza extraordinaria. A él le pasaba algo parecido con Dickens, según nos cuenta en Las horas solitarias. Comprendía sus defectos, pero le seguía gustando a rabiar, a pesar de todo, a pesar de los pesares y de que su sensibilidad le resultara anacrónica. A otros, no les gusta. Qué se le va a hacer.

            Con la obra de Pío Baroja puede suceder algo parecido. Su ideología es o nos resulta positivamente difusa, errática, embrionaria, nada partidista;, al revés, siempre parece ir en la dirección contraria, como si su divisa hubiese sido aquella que, entre otros, utilizara Julien Benda, Etiamsis omnes non ego (donde estén los demás yo no), y sobre todo, al día de hoy, de una incorrección llamativa. Hoy, en tiempos de pensamiento único y de pesebrismo descarado y convenientemente blindado por el aplauso de los bonzos del periodismo y la política (para no decir que lo que no es tradición es plagio, para poder ser tradicionales y plagiar los modos sociales y culturales de la España eterna), a Baroja igual le habrían llevado preso. Capaces. Porque hay un Baroja, uno de los Barojas posibles, que al día de hoy, resulta tanto o más estrepitoso que su amigo Bagaría cuando dibujaba las portadas de aquella revista que fue todo un modelo de pensamiento crítico y radical: España. Y es esa misma ideología difusa la que a unos los echa fuera de sus páginas —como si fuera sulfurosa por reaccionaria o, poco menos, contaminante—, mientras que a otros les sigue pareciendo todo un modelo del decir: «No, por ahí no paso». Otros, en cambio, lo rechazan con empecinamiento por su prosa poco o nada retórica, poco vistosa, de nulo lucimiento, cosa que también es discutible y a la que el propio don Pío no fue ajeno porque reflexionó abundantemente sobre el particular, como podrá comprobar el lector que se aventure en las páginas ensayísticas y memorialísticas de cuya lectura gustosa (con subrayados de odioso pollo del Ateneo, habría dicho Baroja) ha salido este breviario.

                No seré yo quien sostenga que resulta fácil seguir a Pío Baroja en sus opiniones contundentes, y mucho menos compartirlas, ni en sus prejuicios y en sus arbitrariedades más que obvias. Además, lo de señalar lo obvio no sé yo qué interés puede tener a estas alturas. Pero sí diré que además de que me siga gustando el autor, a pesar de las nubes que advierto en su obra, me sigue pareciendo admirable el empeño de aquel hombre de vivir y escribir con verdad o con la mayor verdad posible, de no dejarse arrastrar por nada ni por nadie, y sobre todo por los ocasionales brujos de la tribu, ya fueran éstos los políticos o los periodistas o los santones de moda, el empeño en construirse una identidad fuerte, individual, independiente, en su muy literario papel de sempiterno Robinson de una Isla de Juan Fernández que fue para él algo más que de papel, desde luego, corriendo el riesgo de la opinión y del comentario, y en consecuencia de equivocarse. Se empeñó mucho Baroja (citando a Stendhal) en «ver en lo que es», es decir, en mirar qué es lo que contienen los lugares comunes, las convenciones y las conveniencias sociales, sobre los que tenemos montado el mejor de los mundos posibles.

            Sólo que Baroja se encarga de decirnos que él, muchas veces, no ha hecho otra cosa que expresar «ideas que flotan en el ambiente del tiempo». Y eso sin contar con que es el bachiller Juan de Itzea quien en su discurso a los Chapelaundis del Bidasoa (gente de boina grande y de corazón también grande) y con motivo de la solemne apertura de la academia de Cherribuztango-erreca (Momentum Catastrophicum), dice: «Un chapelaundi es un filósofo. No pretendo persuadir, y mucho menos arrastrar; no quiero más que exponer». Y en otro lugar, a la hora de escribir sus memorias, dice:

 

            «Durante mi vida larga, en la infancia, en la juventud y en la vejez, muchas veces me he encontrado con gente que me ha querido demostrar que yo estaba completamente equivocado en mis juicios y en mis puntos de vista sobre las ideas y las personas, unos con argumentos para mí sofísticos, y otros con ingeniosidades de poca monta. Yo he seguido en mis opiniones, y la verdad, no he comprobado en mis ideas grandes errores. Me he engañado poco, o si me he engañado, he vivido siempre en el engaño, lo cual es casi lo mismo. He mirado los hechos y la literatura con la misma clase de lente. Cambiarla me parece arbitrario y hasta absurdo».

 

            Ya en otra parte dije que, a mí, la obra de Pío Baroja se me figura un bosque sumergido en la niebla en el que los caminos se cruzan y entrecruzan, como lo hacen las ramas. Es en Laura o la soledad sin remedio, esa preciosa novela del tiempo de zozobra de la guerra, donde Baroja describe la enramada de unos árboles en la neblina del invierno, y la compara a una pieza de encaje, a un oscuro encaje. Una fronda en la que el lector puede simular perderse, un bosque en el que la enramada se cruza y entrecruza, una red en suma en la que el lector queda atrapado.

            Cuando uno recorre el bosque de las páginas barojianas, con sus claros y sus lugares oscuros y menos frecuentados, se da cuenta de que aquí y allá aparecen unos temas, unos asuntos o unas preocupaciones comunes a sus personajes literarios y al propio autor y que a la postre son los que constituyen el andamiaje y dan originalidad al mundo barojiano, los que le hacen ser lo que es y no otra cosa.

 

 

            [adulterio] El adulterio es a veces crimen, es a veces delito, a veces falta; es a veces, en los pueblos en que no existe el divorcio, un derecho, el derecho que todos los hombres tenemos al amor y a la felicidad. (...) Presenta diversos grados de inmoralidad, según las clases sociales en donde se presenta (...) Creo que el divorcio es la única solución humana del conflicto; creo que España debe irse preparando para implantarlo. [1904] (OC, XIII, 164, véase amor)

 

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            [afinidades] La gente muchas veces quiere encontrar motivos ideológicos para su antipatía, y la mayoría de las veces no los hay; es el instinto el que reina, como entre los animales; las rivalidades y los celos. [1941] (Mem I, 212)

 

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            [agnosticismo] El átomo, la unidad del alma y de la conciencia, la certidumbre de conocer, todo es sospechoso hoy. Ignoramus, ignorabimus. Esta posición agnóstica es la más decente que puede tomar una persona. [1917] (JE, 26)

 

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            [barbarie] Nuestra sociedad es todavía bárbara, y hay que perfeccionarla, cuanto antes mejor. Que es bárbara está en la conciencia de todos; una sociedad que necesita del cura, del militar, del verdugo, del título nobiliario, de la cárcel y de la horca, es una sociedad primitiva, embrionaria y absurda. En el fondo estamos en plena Edad Media. [1917] (NTA, 21-22)

           

            Nosotros no tenemos en España un enemigo, sino dos; los blancos y los rojos, que cada cual a su manera quiere hacer nuestra completa felicidad metiéndonos en la cárcel. [1939] (AH, 54)

           

            Se ha llegado a mirar con indiferencia la vida humana, naturalmente la vida ajena, porque la propia es imposible mirarla de ese modo. Los rojos han inaugurado un terror sin ejemplo y los blancos simultáneamente han seguido el mismo camino. La vida humana ya no tiene valor.

            Tanto hablar del derecho del hombre, de la mujer y del niño, unido a la excelsitud de la raza blanca predicada por los sabios alemanes, nos había hecho creer hace años que éramos una cosa seria y respetable, pero estas revoluciones, y antes la Guerra Mundial, nos han ido convenciendo de que no somos nada, de que se nos puede encerrar, apalear y fusilar impunemente, y de que no tiemblan por eso las esferas.

            Si siguen así, nos van a cubicar por toneladas y la carne de persona va a valer menos que la de ternera o la de cerdo. [1939] (AH, 147-148)

           

            ¡Qué horrores! Tantos años y tantos siglos de predicaciones de bondad, de caridad, de fraternidad, y el hombre sigue tan bruto y tan cruel como en la Edad de Piedra. Los discursos, las amonestaciones, las exhortaciones, no han servido para nada. Si el hombre no encuentra alguna penicilina especial que le mitigue sus instintos brutales, seguirá fusilando y matando y quemando con gases asfixiantes a los que no piensen como ellos o a los que tengan la nariz más corta, o el pelo más rojo o más negro. No puede haber esperanza ninguna. Únicamente la química o la biología puede que den algún remedio a la brutalidad humana. [1949] (DUVC, VII, 252)

 

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            [barbarie versus crueldad] No son exactamente lo mismo. La barbarie puede ser la fiereza, que no toma en cuenta los males ni el dolor que produce con tal de llegar a un resultado. La crueldad es la complacencia en el dolor ajeno, el placer de ver sufrir al prójimo.

            La barbarie es una consecuencia de un estado moral poco desarrollado, de una sensibilidad y de una cultura imperfecta. Barbarie, brutalidad, vandalismo, tendencia a la destrucción, son conceptos parecidos. La crueldad es más bien una disposición patológica de ánimo para hacer sufrir a los demás, lo que se llama por los médicos sadismo. [1935] (OC, XIV, 1317-1318)

 

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            [carácter] Todos los impulsivos y los serenos estados encerrados en nuestro temperamento, somos limitados, y nuestra limitación va desde el blastodermo hasta la muerte. [1935] (OC, XV, 102)

 

            Una buena idea de sí mismo es la base de muchas superioridades del mundo: de las sociales, de las artísticas y de las literarias. Lo primero que hay que tener es confianza en uno y en sus condiciones, tanto en las verdaderas como en las falsas. Valen tanto las unas como las otras. [1941] (Mem I, 57)

 

            Mucha gente, la mayoría, identifica el carácter con las fórmulas de cortesía, y a un hombre que las emplee con frecuencia y hable de «su querido amigo» y tenga la costumbre de preguntar a cualquiera por su familia, se le considera como un hombre afectado y amable.

            Es el espejismo de los meridionales. Esto no le impide al hombre lleno de fórmulas de cortesía reñir con el que ayer llamaba amigo querido y hacerle la guerra de cualquier manera y con malas artes. [1944] (Mem I, 61)

 

            Creo que se debe uno basar en sí mismo, con sus imperfecciones y sus torpezas, y ver de elevarse con ellas. [1947] (DUVC, IV, 19)

 

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            [caridad cristiana] En un artículo de un fraile de Lecaroz, en que habla de mí y protesta porque he dicho que el padre Coloma (...) era un adulador de la aristocracia —y yo creo que lo era—, el fraile dice, dirigiéndose a mí: «A este paso, cuando usted se muera, habrá algún desdichado que diga que fue usted un adulador del clero».

            No voy a impugnar las palabras de este fraile poco sagaz, que no ve las intenciones, sino a señalar lo piadoso y los franciscano de este «cuando usted se muera». [1933] (OC, XIV, 1264)

 

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            [carlismo] No creo que desde ningún punto de vista se pueda considerar como una actitud romántica, sino más bien como una postura clásica degenerada y amanerada. (...)

            No tenía condiciones para ser romántico. Sus postulados generales eran la legitimidad y la intolerancia religiosa. [1935] (OC, XVI, 1330-1355)

 

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            [Carlyle] Era un germanófilo exaltado y violento, un racista, un enemigo de la democracia y un espíritu latino (...), la divinización de la masa considerada como la única forjadora del destino de los pueblos le irrita. Él se siente superior, cosa que se puede perdonar. Su orgullo, la idea grande que tiene de sí mismo, le hace creerse héroe, el héroe que representará en las generaciones futuras al escritor veraz del siglo XIX, que, como un san Jorge, lucha con un dragón alimentado de mentiras y falsedades y lo vence (...) Unido a ese fondo aristocrático y soberbio, Carlyle tenía una gran elocuencia y una retórica original. [1943] (OC, XV, 230-231)

 

            Parece que Emerson fue amigo de Carlyle y es evidente que algo se parecían, aunque se diferenciaban en mucho, porque Carlyle es como el predicador puritano fanático y apocalíptico, y Emerson es más oportunista. [1947] (DUVC, 156)

 

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            [carnaval] El Carnaval es, o por lo menos ha sido, la fiesta más completa de los hombres. Lo tiene todo: la risa, la barbarie, el disimulo, el miedo, la inquietud y la perfidia humana. Hay en él posos de sentimientos ancestrales, totémicos, que se remontan a las épocas más lejanas. [1936] (OC, XIV, 1133)

 

            El Carnaval ha sido en nuestro tiempo un producto de misterio, de superstición, de individualismo, de diferencia de clases, de ironía y de venganza. No puede subsistir en un régimen moderno socialista en donde el espíritu pretende ser docente, lógico y moralizador y la policía severa. El Estado no va a dejar que por unos días o por unas horas las gentes se entreguen a la libertad y a la impunidad (...) tiene algo del gran Pan. Al enterrarlo y hundirlo en la oscuridad, no se hunde para siempre en el olvido a Baco y a Momo (...) lo que se hunde en el fondo de la historia y del silencio es una de las fantasías más irracionales y absurdas, pero más vitales de la humanidad. [ ] (OC, XV, 265)

 

 

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            [muerte] Tenemos la bella inconsciencia de no asustarnos de las desdichas más que cuando las tenemos encima. Si no fuera por eso, la vida sería insoportable. Al menos a mí, el «¡Hermano, morir tenemos!», que creo oír en el tañido de la campana, me deja sonriente y tranquilo; en cambio el «¡Hermano, sufrir tenemos!», ese me alborota y me pone tembloroso. [1918] (HS, 331)

 

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            [mujer] Nuestras mujeres son principalmente instintivas, y todo lo que sea alejamiento de su función les parece inútil y peligroso. Por eso son tan reaccionarias y conservadoras. Su ideal es hacer un nido, y para eso se necesita una rama firme. Una sociedad insegura y revuelta es para ellas poco simpática (...) Prefieren con mucho la rutina.

            La mujeres españolas no les gusta leer, y mientras tengan esa moral –admirable para el señor obispo y aburrida para el escritor —no se acercarán a la literatura. (...)

            Nuestras mujeres, en su mayoría, consideran que el mundo, la sociedad, el papel que ellas tienen en la vida está todo muy bien. Sólo algunas pocas empiezan a creer que podrían tener una esfera de actividad más extensa. [1918] (HS, 51)

 

            A mí me parece evidente que la mujer actual es más disimulada, más hipócrita que el hombre; pero no creo que sea por naturaleza, sino por educación, por la lucha por la vida y por las condiciones en que la ha colocado el hombre. (...) A la mujer le ha pasado lo que a las razas oprimidas (...) El oprimido se defiende con el engaño y se desmoraliza. (...)

            Yo creo que en todo esto influye esa pequeña superchería literaria del eterno femenino. El eterno femenino no es más que la consecuencia de un repertorio amanerado, aceptado por la gran dama y por la criada. (...)

            Todas estas oscuridades, incoherencias y veladuras que forman el repertorio del eterno femenino y hacen de la mujer un producto extraordinario, ángel y serpiente al mismo tiempo, se han producido por muchas causas. Una de ellas, de las más importantes, es la esclavitud. (...)

            La religión, sobre todo el catolicismo, ha colaborado en la hipocresía femenina. Ya de la Biblia viene la idea semítica de la mujer peligrosa y fatal. El catolicismo, con la confesión y las restricciones y reservas mentales, ha complicado esta idea, y le ha dado más perspectivas y más oscuridades. El confesor católico es la claridad en la oscuridad; un calamar que, después de ennegrecer el agua, la analiza con el microscopio. [1933] (OC, XIV, 1190-1193)

 

            Nuestras mujeres son principalmente instintivas, y todo lo que sea alejamiento de su función les parece inútil y peligroso. Por eso son tan reaccionarias y conservadoras. Su ideal es hacer un nido, y para eso se necesita una rama firme. Una sociedad insegura y un poco revuelta es para ellas poco simpática, y ¡qué puede haber tan inseguro y tan revuelto como el pensamiento! Prefieren con mucho la rutina.

            A las mujeres españolas no les gusta leer, y mientras tengan esa moral —admirable para el señor obispo y aburrida para el escritor—, no se acercarán a la literatura. [1944] (DUVC, 81)

 

            La mujer es casi siempre realista, optimista y social; lo que hacen los demás tiene siempre mucha fuerza para ella, y el camino solitario del inadaptado no la seduce. En el inadaptado ve un energúmeno o un pedante. [1945] (Mem III, 10)

 

            Hay una incomprensión fundamental entre el hombre y la mujer. Somos dos clases de seres que no nos correspondemos siempre psíquicamente. [1947] (DUVC, 378)

 

            Las mujeres semipolíticas son muy optimistas respecto al porvenir; yo, la verdad, no veo el motivo. La naturaleza ha dado a las mujeres más cargas que al hombre, y tener los mismos derechos que él no es una ventaja. También es una cosa difícil de comprender cómo habiendo sido siempre reaccionarias y de cierta tendencia mística, se están haciendo ahora revolucionarias materialistas. [1955] (Ap, 44-45)

 

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            [mundo] Me parecía una mezcla de manicomio y de hospital. Ser inteligente constituía una desgracia, y sólo la felicidad podía venir de la inconsciencia y de la locura. [1944] (DUVC, II, 276)

 

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            [nacionalismo] Es un ideal defensivo, que a mí me parece un error de perspectiva, que ni siquiera es autóctono y original, porque procede del lado del Mediterráneo.

            Vivir a la defensiva es un ideal bien pobre. Hacer de cada región un lugar sin peligros, sin aventuras, sin luchas y, por lo tanto, sin triunfos, sería hacer de las naciones y del mundo un organismo tranquilo y razonable, que pesaría sobre nosotros como una losa de plomo.

            No creo que un pueblo fuerte acepte, a la larga, un ideal puramente defensivo; toda fuerza tiende a extravasarse y a influir. [1920] (DA, 72)

 

            Yo no creo que haya nada útil, nada aprovechable en el nacionalismo; no me parece, ni mucho menos, el régimen del porvenir. Si ya a los hombres nos empieza a pesar el ser nacionales; si ya comenzamos a querer ser sólo humanos, sólo terrestres, ¿cómo vamos a permitir que nos subdividan más, y el uno sea catalán, y el otro castellano, y el otro gallego, como una obligación? [1910] (DA, 101)

 

            Yo no sólo soy enemigo del nacionalismo, sino de la misma idea de patria. «El mundo para todos los hombres», ése sería mi lema, y si éste pareciese demasiado amplio, me contentaría con este otro: «Europa para los europeos». [1918] (HS, 71)

 

            El nacionalismo tiene dos caras: una es la cara antigua: campesina, dogmática y reaccionaria; otra la cara moderna: progresiva y ciudadana.

            A pesar de esta divergencia de las dos ramas nacionalistas, hay en una y en otra los mismos o parecidos dogmas.

            El primero de los dogmas nacionalistas es la raza. [1918] (MC, 258)

 

            El nacionalismo vasco quiere basarse sobre la idea de la raza, así es de endeble y de raquítico. Es una teoría de chapelchiquis.

            El que no tiene los cuatro apellidos vascos no es vascongado, según nuestros nacionalistas. (...)

            Otros sostenes además de la raza tiene el nacionalismo, la religión, el idioma, la cultura, la historia, la simpatía, la antipatía, y, por último, el interés. (...)

            De todos estos factores del nacionalismo, para mí en el catalanismo y en el vasquismo influyen, más que nada, la vanidad, la antipatía y el interés. [1918] (MC, 261-262; véase bizkaitarrismo)

 

Parecería lógico que los regionalistas y nacionalistas tuvieran una gran curiosidad por los estudios étnicos y folklóricos en sus respectivos países, pero no sucede esto en España. Los catalanes quisieran que, en vez de aparecer la tabla de Cogul con un abrigo prehistórico, con mujeres con esteatopigia, apareciese una edición de Els segadors, con letras y música. Respecto a los vascos nacionalistas y sacristanescos, verían realizado su ideal si en alguna cueva o en algún dolmen apareciese una edición del catecismo sublime del padre Astete. [1934] (OC, XV, 23)

 

            Los restos del carlismo, que han olvidado la cuestión dinástica y han acusado a la furierista y la racial, como el nacionalismo, pueden llegar a ser románticos. Si el nacionalismo vasco, que prescindió de su amor por los Borbones, llegara a abandonar su carácter de exclusivismo católico y ultramontano y hacerse vasquista también en religión, sería de lo menos helénico, de lo menos clásico y de lo menos romano de Europa; es decir; de lo más romántico. [1935] (OC, XVI, 1335)

 

            Solamente los pueblos ñoños no pueden resistir que se burlen de ellos. Es una manifestación de debilidad y de tontería. [1944] (DUVC, I, 88)

 

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