La musa inclemente

Juan Gustavo Cobo Borda

La musa inclemente

 

 

extrañada

 

 

Extrañada

quizás quiera decir

sensible,

perceptiva,

atmosféricamente capaz

de intuir

la gradual intensidad del viento.

 

También puede significar

tocada en su entraña,

expulsada

de su ciudad amurallada.

A la intemperie. Sin nada.

 

Expuesta a la mirada

que la ve surgir

como Venus

de la simple espuma del agua.

 

Ajena a lo incomprensible

que la sobrepasa.

Que quizás rechaza. Desconcertada.

Sembrada en el aire.

 

Lejos de sí misma,

contemplándose

como extranjera

que habita un país

no imaginado.

 

O también puede ser

extrañada de percibirse a sí misma

como otra: exiliada.

Titubeante

puente de confianza

entre hemisferios separados.

 

O como hijo que se va

luego de morar en nuestra carne

extrañándolo.

Para nacer requiere

ser expulsado.

 

Sola ante su nada.

Atónita. Desarraigada.

 

Desconocida

que un otro ajeno

ve también

como incógnita

aún no despejada.

 

Estupefacta

ante quien nos nombra

y nos habla inesperado.

 

Percibiendo también

en la fragilidad

de una voz vacilante

el modo como nos deforman

desde fuera de la distancia.

 

Felizmente perdida

en el poema

que ni la cerca ni la atrapa.

Que sin embargo la sobrepasa,

tierra incógnita,

pues ya nada le dicen las palabras.

 

Apenas si alcanzan a sentirla

entre la lengua

y el paladar

que la moldea grávida.

Leída hasta el fondo

mientras pasa la página.

 

Se fue

remota

inabarcable.

Pretexto apenas

para desvanecerla

y cantarla.

 

Así se rehace

la cansada infamia

de quien inventa

la plenitud

y alcanza la nada.

Esa nada que nos une

irremediable.