Rimbaud

Introducción

 

Varias otras vidas me parecían debidas a cada ser.

 

«Délires II», Une Saison en Enfer

 

Desconocido a su muerte salvo para la vanguardia, Arthur Rimbaud (1854-1891) ha sido una de las figuras que han ejercido una influencia más destructiva y liberadora en la cultura del siglo xx. Él fue el primer poeta en crear un método científicamente verosímil para cambiar la naturaleza de la existencia, el primero en vivir una aventura homosexual como modelo de transformación social y el primero en rechazar los mitos de los que todavía depende su reputación.

La consternación causada por el abandono de la poesía a sus veinte años ha sido más general y duradera que la ruptura de los Beatles. Ya a mediados de los años ochenta del siglo xix, cuando los decadentes franceses lo aclamaban como a un «mesías», Rimbaud había experimentado varias reencarnaciones. Había viajado por trece países diferentes y vivido como un obrero, un profesor, un mendigo, un estibador, un mercenario, un marinero, un explorador, un comerciante, un traficante de armas, un cambista y, para algunos habitantes del sur de Abisinia, un profeta musulmán.

Rimbaud es responsable en gran medida de la idea que tenemos en la actualidad del artista rebelde: «el poeta révolté, y el más grande de todos», afirmó Albert Camus.1 Los poemas que dejó tras de sí como bagaje sobrante acabaron siendo bombas de relojería literarias: «Le Bateau ivre», el enigmático «Voyelles», Une Saison en Enfer, las prosas de Illuminations, y algunas obras maestras menos conocidas como la proustiana «Mémoire» y las obscenas parodias prefreudianas del Album Zutique.

Durante su trayectoria póstuma como simbolista, surrealista, poeta beat, estudiante revolucionario, letrista de rock, pionero del movimiento gay e inspirado consumidor de drogas, cuatro generaciones vanguardistas han visto en él una salida de emergencia para escapar de las convenciones. Según afirma Paul Valéry, «toda literatura conocida está escrita con el lenguaje del common sense, excepto la de Rimbaud».2

Resulta irónico que los experimentos que él llamó su «alquimia del verbo» hayan contribuido a que arraigue la idea de que, para poder ser estudiado, un texto literario debe estar clínicamente aislado de ese embrollo tan poco profesional que es la vida de una persona. La influencia de Rimbaud se ha dejado sentir de forma más clara en aquellos escritores, músicos y artistas que han entendido su vida como una parte esencial de su obra: Pablo Picasso, André Breton, Jean Cocteau, Allen Ginsberg, Bob Dylan y Jim Morrison, de quien a veces se dice que llegó a simular su muerte en París para marcharse a Etiopía tras sus pasos.

A diferencia de muchos antihéroes respetables de puertas adentro, Rimbaud llevó una vida ejemplar. La lista de los delitos que se le conocen es varias veces más larga que la de los poemas publicados por él mismo. Entre el momento en que huyó a París (1875) y la última muestra de interés en su propia poesía de que tenemos constancia (1870), los textos más extensos de su Correspondance son la carta en la que explica su plan para convertirse en «vidente» mediante un «largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos» y la declaración que prestó a la policía de Bruselas después de que su amante, el poeta Paul Verlaine, le disparara dos tiros de revólver.

El primer texto biográfico dedicado a su persona –aparte de los aduladores informes escolares– lo escribió en aquella ocasión un agente de policía:

 

«En moral y talento, el tal Raimbaud [sic], de edad comprendida entre quince y dieciséis años, era y es un monstruo. Es capaz de componer poemas como nadie, pero sus obras son completamente incomprensibles y repulsivas».3

 

Desde entonces las opiniones han sido casi siempre extremas:

 

«Una mente angelical que fue sin duda iluminada por la luz de los cielos».

Paul Claudel4

 

«El creador de los ritmos modernos en prosa y la base sobre la que se han apoyado todas las especulaciones de este tipo.»

Edith Sitwell5

«Un “espíritu” del más alto rango en el cuerpo de un niño terrible y depravado.»

Jacques Rivière6

 

«Un verdadero dios de la pubertad.»

André Breton7

 

«El primer poeta de una civilización todavía por nacer.»

René Char8

 

«Un degenerado mental de orden superior con la complicación añadida, durante el periodo de producción literaria, del delirio tóxico.»

Dr. E. Jacquemin-Parlier9

 

«Un psicópata por naturaleza.»

Dr. J.H. Lacambre10

 

«El primer poeta punki. El primer individuo en hacer una proclama importante en favor de la liberación de la mujer al decir que, cuando las mujeres se liberen de la larga servidumbre de los hombres, van a hacerse oír de verdad. Nuevos ritmos, nuevas poesías, nuevos horrores, nuevas bellezas.»

Patti Smith11

 

Como sugieren estas citas, la poesía de Rimbaud no constituye únicamente un fuerte estimulante mental, sino que es además un terreno abonado para la fantasía y el engaño. El gran desmitificador de la literatura y la sociedad burguesas ha sido acallado por el mito. Incluso ahora la inmensa confabulación de Internet difunde con más rapidez que nunca leyendas sobre Rimbaud que lo vinculan a vagabundos y visionarios como Bruce Chatwin y Kurt Cobain.

El tono reverencial se impuso en cuanto murió. Horrorizada de ver a su hermano retratado en la prensa como un inmundo terrorista homosexual, Isabelle Rimbaud se propuso limpiar su reputación: «¿No resulta inverosímil que un muchacho de entre quince y dieciséis años fuera el genio maligno de Verlaine, que tenía once más que él?».12 La biografía escrita por su marido, Paterne Berrichon –que estuvo a punto de titularse La Vie Charmant d'Arthur Rimbaud–, suele ser objeto de burlas, pero continúa ejerciendo una influencia sorprendente.

Uno de los puntos de partida de esta biografía ha sido el descubrimiento de que la imagen de Rimbaud continúa siendo un débil reflejo de los testimonios existentes. Aunque hace tiempo que las invenciones de Isabelle Rimbaud quedaron al descubierto, se siguen citando frases tranquilizadoras extraídas de misivas que se sabe que fueron falsificadas o expurgadas.

Muchos biógrafos de Rimbaud han preferido claramente las sentimentales aventuras de colegial que relatan sus primeros memorialistas al salvaje cinismo del poeta. El pasado colonial ha acabado siendo un pretexto para la nostalgia, y las facciones de Rimbaud han sido borradas para que su rostro adquiera la inexpresividad impúber del Tintín de Hergé y haga alarde de su espuria inocencia en un mundo de astutos indígenas.

Para numerosos lectores (entre ellos el autor de este libro), la revelación de la poesía de Rimbaud constituyó uno de los acontecimientos decisivos de la adolescencia. A diferencia de otros similares, se diría que éste no entraña la pérdida de la inocencia, sino que lleva a comprender que la inocencia ofrece muchas más posibilidades de las que cabía imaginar en un principio. Inevitablemente, a estos lectores les interesa que Rimbaud se mantenga joven; quizá, como sugiere Evelyn Waugh en las primeras líneas de Noticia bomba (1938), la vida de este poeta no sea un tema para adultos:

 

«Aunque todavía fuese joven, John Courteney Boot, tal como proclamaba su editor, había “alcanzado una posición sólida y envidiable en las letras contemporáneas”. [...] Había publicado ocho libros, el primero una vida de Rimbaud escrito a los dieciocho años, y el último, hasta el momento, Pérdida de tiempo, una descripción deliberadamente modesta de unos meses angustiosos pasados entre los indios de la Patagonia».13

 

He intentado por lo menos dejar crecer a Rimbaud. Tras haber pasado por alto anteriormente su «vida pospoética» a fin de mantener la pureza textual, la investigación de sus años en Arabia y África me ha parecido un viaje emocionante y esclarecedor. Este periodo de su vida representa un capítulo importante en la historia de la lucha por África. Además arroja luz retrospectivamente sobre su obra. Como todos los grandes poetas, Rimbaud fue un excelente manipulador. Cualquiera que haya leído sus poemas como las divagaciones oraculares de un «vidente» inspirado de forma natural sólo puede salir ganando al enterarse de que, aparte de Victor Hugo, ningún poeta francés de las postrimerías del siglo xix ejerció más influencia en la política imperial o ganó más dinero que él.

*

 

Mi experiencia personal en las ciudades y las zonas rurales de África oriental me ha sido menos útil para escribir este libro que la «dura realidad» de la investigación literaria. Resulta demasiado fácil mantener el apego a imágenes e ideas del pasado cuando se tiene la cabeza ocupada con guías de bolsillo, horarios, mosquiteras y pastillas depuradoras de agua. No hay nada como la brutal impresión producida por la información verificable: cartas redescubiertas, testimonios de otros viajeros en una Abisinia desaparecida, historias de terror nunca contadas relacionadas con las transacciones comerciales de Rimbaud, y el levantamiento del mapa de sus exploraciones en una de las terræ incognitæ más extensas que quedan en el mundo.

Llama la atención que las biografías de quienes han salido en busca de Rimbaud e incluso han tratado de vivir igual que él lleguen exactamente a las mismas conclusiones que las historias románticas de los biógrafos sedentarios. Los libros de viaje sobre Rimbaud pertenecen a un género aparte. Esta biografía no pretende ser ni un sustituto pedante ni un antídoto con garantía médica. Las mejores –como las meditaciones necrománticas de Alain Borer o Algún otro: Arthur Rimbaud en África, el descarnado y lírico homenaje de Charles Nicholl– son además obras de literatura.

Sacar mitos a la luz y corregir malentendidos constituye una actividad agradable, pero inútil e incluso ilusoria a la postre. En el laberinto de espejos de su reputación hay por lo menos tantos Rimbauds como personajes en sus escritos. Como siguen demostrando los especialistas –con una media anual de diez libros y ochenta y siete artículos–, su poesía no es el equivalente literario a un concierto en directo, sino una obra compleja y de una ambigüedad casi patológica. A diferencia de numerosos contemporáneos suyos, a Rimbaud no se le recuerda porque sea el autor de unas agudezas de contenido moral que suscitan un murmullo general de aprobación, sino porque escribió unas consignas enigmáticas que dan pie a una gran diversidad de interpretaciones: «La verdadera vida está ausente», «Yo es otro», «Hay que reinventar el amor», «He aquí el tiempo de los Asesinos» (frase que Henry Miller asoció a la guerra nuclear y el caos del fin de milenio)14 y «un desarreglo racional de todos los sentidos», que a menudo se cita sin el adjetivo «racional».

 

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Desde la publicación de las últimas biografías detalladas de Rimbaud –me refiero a la de Pierre Petitfils (1982) y a la de Jean-Luc Steinmetz (1991)–, ha salido a la luz gran cantidad de información nueva. Una parte apareció en la subasta de Drouot celebrada en 1998,15 en la cual se vendió por tres millones y medio de francos una carta suya perteneciente a su época escolar. No obstante, las principales novedades residen en la interpretación y la cronología de los momentos decisivos de su vida: sus actividades anarquistas, su relación con Verlaine, sus exploraciones y expediciones como traficante de armas, y sus relaciones religiosas, políticas y financieras con las sociedades esclavistas del Cuerno de África.

No he dado con el Rimbaud que esperaba encontrar. Tampoco esperaba dedicarle a este libro tanto tiempo como el que tardó él en escribir cuatro pequeñas obras que representan cada una por separado una etapa diferente de la historia de la poesía moderna. Lo único que lamento es que no me haya costado el doble. Rimbaud dejó de escribir poesía, pero pocas personas dejan de leerla una vez que le han cogido el gusto.

 

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No sería nada descabellado preguntarse por qué una reconstrucción de la vida de Rimbaud de aproximadamente medio millar de páginas acaba en un pedregoso páramo de notas, máxime cuando el libro está pensado para ser leído con un único punto de lectura. Las notas han sido incluidas para corroborar afirmaciones, facilitar nuevas investigaciones y reconocer el hecho de que toda biografía constituye una colaboración. Es decir, las notas y la bibliografía son una prolongación de los agradecimientos.

Las siguientes personas me han proporcionado información o ayudado con problemas que oscilaban entre lo trivial y aburrido y lo complejo e irresoluble: Damian Atkinson, Jean-Paul Avice, Michel Brix, Elizabeth Chapman, Mastan Ebtahaj, André Guyaux, James Hiddleston, Steve Murphy, James Patty, Claude y Vincenette Pichois, Raymond y Helen Poggenburg, John Wagstaff y Phil Whitaker. Deseo expresar mi agradecimiento al personal de la Taylor Institution Library, la Modern Languages Faculty Library de Oxford, la Bodleian Library, la oficina del Registro Público de Londres, la Bibliothèque Nationale de Francia y el Musée Arthur Rimbaud de Charleville.

Gracias a Tanya Stobbs y Peter Strauss de Picador, a Starling Lawrence de Norton, a Helen Dore y también a mi agente, Gill Coleridge, relatar la vida de Rimbaud ha resultado una experiencia absurdamente feliz.

Stephen Roberts ha leído lo que en teoría iba a ser la versión definitiva y ha arrojado luz sobre varias zonas oscuras que había en ella.

El principal motivo oculto que me ha empujado a escribir este libro han sido los valiosos comentarios de Margaret.

 

Graham Robb, Oxford, 1999