Prólogo
Los seis ensayos que integran este libro
tratan de filosofía. «Tratar» proviene de tractare,
y tractare, a su vez, de trahere, «traer». Tratando de filosofía,
estos ensayos, como evoca su título, pretenden traer la filosofía a su lugar, al lugar que corresponde a la
filosofía. Precisamente porque lo pretenden, es decir, precisamente porque el
objetivo buscado se muestra como una aspiración aún insatisfecha, la forma
elegida es la de la tentativa, la forma ensayística. El ensayo trata con su asunto, pero no es un tratado sobre él. Es ésta una decisión
impuesta, sin duda, por las peculiaridades del asunto elegido: preguntarse por
el lugar de la filosofía, en la actualidad, es asumir previamente que la
filosofía está fuera de su lugar, o fuera
de lugar. Asumir este dato, sin embargo, no significa aceptarlo como un
destino, sino, más bien, como el punto de partida de un viaje difícil. Que la
filosofía llegue a recuperar su lugar es, ante todo, una tarea. Ésta se orienta
a una meta, pero no es aún esa meta. Antes que un presupuesto, la meta es una
propuesta, algo que, en tanto se manifiesta como tal, supone arriesgarse,
aventurarse. Toda propuesta, en lo que tiene de riesgo, exige, en definitiva,
la hechura conjetural del ensayo: se ensayan las convicciones, no las certezas.
Evocando la crónica de la exploración de la
Florida de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, se diría que una parte del pensamiento
actual oscila de modo complaciente entre los naufragios y los comentarios.
La otra, que no renuncia a ser también pensamiento contemporáneo, se debate con
denuedo entre la Escila de una razón náufraga y la Caribdis de una disciplina
reducida a la melancólica custodia de su propio pasado o a la proliferación de
discursos incompatibles entre sí. La suma de ambas es el retrato en sepia (o el
collage) de una situación que no
puede ser obviada, aunque sí sometida a crítica, habida cuenta del predominio
de la primera parte sobre la segunda.
Para que la filosofía recupere su lugar, antes
es preciso que la misma filosofía se someta a crítica. Esta necesidad no parece
novedosa, ¿acaso no ha sido crítica
la filosofía desde la época de Kant? ¿Acaso la filosofía actual no concibe la
crítica a sus fundamentos, discurso, ambiciones y métodos como su primera razón
de ser? ¿No habría por fin alcanzado el pensamiento contemporáneo el horizonte
final que la Modernidad sólo habría atisbado?
El impulso crítico, en efecto, pertenece al lugar de la filosofía, pero no puede,
por sí mismo, darse en lugar de la
filosofía. Cuando esto ocurre, el pensamiento se repliega sobre sí mismo,
convirtiéndose en jerga para iniciados o en juego estéril. Se pierde de vista
lo que «hay» y la obligación (se diría que deontológica) de mostrar, haciendo
uso del pensar como una herramienta, el «haber» que se oculta o es ocultado
bajo ese «hay». Cuando el impulso crítico se desentiende de este trabajo casi
quirúrgico con lo existente, el lugar de la filosofía aparece como la negación
de que haya un lugar propio para ella. Todos los lugares serían de paso,
incómodos en su provisionalidad, no por ello menos confortables, a la postre:
estar de paso tiene también sus ventajas. Un pensamiento trashumante no da
cuentas a nadie de su errancia, no necesita justificar sus metas, no precisa
siquiera proponerse metas. Puede contentarse con poco: el ejercicio de la
autoironía, el desdén hacia esto o aquello, la complacencia en el ya no/aún no,
el placer de contemplar, como un pequeño príncipe, una sucesión interminable de
crepúsculos.
Junto al impulso crítico, el pensamiento precisa
además un proyecto hacia el cual se oriente dicho impulso. El proyecto y el
impulso crítico son los hitos que demarcan el lugar de la filosofía. De hecho,
el proyecto es también un impulso, consistente no tanto en el hallazgo de una orientación concreta, como en la
búsqueda de orientación. En la
existencia y en el ejercicio de esta búsqueda radica el aspecto «constructivo»
de la Filosofía, que antecede y sucede a los logros o fracasos particulares de cada filosofía. Decir que toda filosofía
siempre está en proyecto parece una
obviedad. Afirmar que no hay filosofía sin
proyecto, hoy por hoy, parecerá a muchos una provocación. Y, sin embargo, una y
otra aserciones dicen, en realidad, lo mismo. Los proyectos, en filosofía,
siempre están en proyecto. Se debe exigir del pensamiento que, aun a sabiendas
de este carácter paradójico y fructífero del proyectar, se demore en él con la
obstinación del artesano que, amén de emplear en su trabajo la experiencia
previa, es capaz de idear nuevas herramientas y nuevos procedimientos.
El lugar de la filosofía, dicho en una sola
palabra, es la razón. La razón admite adjetivos, pero no grados. Hay razón o no
hay razón. Antes que mostrarse bajo una cualquiera de sus modulaciones, la
razón es, ante todo, ingenua, es
decir, libre desde su nacimiento. La
razón se erige en imperativo de la filosofía sin otro requisito para su
ejercicio que el procurar que el imperativo no deje de serlo. Se trata de entrar en razón, estar en uso de razón y no, necesariamente,
rendir culto a esta o aquella Razón. También la razón está siempre en proyecto.
Como imperativo, la razón no dice nada de sí
misma, ni revela secreto alguno. Simplemente obliga. Esta circunstancia, lejos
de ser un obstáculo para el ejercicio de la razón, es la condición y el sentido
del mismo. Cuando falta razón, la filosofía ocupa lugares que no le
corresponden. Cuando hay razón, esos mismos lugares también corresponden a la filosofia. De hecho, el único modo que la
filosofía tiene de ser contemporánea de su propio tiempo es no dejar de
responder al imperativo, no suspender el ejercicio de pensar de acuerdo con él.
Desde posiciones distintas, cada uno de los
autores de estos seis ensayos obedece a este imperativo. Patxi Lanceros afronta
en «Como el arco y la lira» la construcción de un marco conceptual que permita
pensar una contemporaneidad definida por el reciclaje de los desechos de la
modernidad en un nuevo lenguaje-mundo, el de la tecnología, que ha alterado
radicalmente las formas de pensamiento y acción.
Manuel E. Vázquez se ocupa de establecer el
ámbito de reflexión adecuado a las circunstancias paradójicas que envuelven el
problema del individuo en la sociedad contemporánea. Antes que una suma de
rasgos inconexos, consagrados por una «sociología impresionista» (promoción de
la privacidad versus incremento de la
responsabilidad colectiva; carácter electivo de las tradiciones versus singularidad del éxito), o un término
que nombra un vacío, la cuestión del individuo podría ser entendida como la
pregunta fundamental de nuestro tiempo, el núcleo de una filosofía del futuro.
«Destino del individuo» intenta mostrar cómo formular adecuadamente esta
pregunta, condición imprescindible para proponer respuestas.
Jordi Ibáñez reivindica en «La otra montaña»
la necesidad de reconstruir la noción de experiencia, frente al tópico
contemporáneo de su desaparición o «secuestro». La tarea previa que se propone
el autor es la crítica de las nuevas formas que adoptan hoy las ideologías
(rebautizadas como «idolatrías de un razón perezosa»), sobre todo aquellas que,
en el ámbito de la cultura y la política, impiden reconocer el valor experiencial de la tradición intelectual
de Occidente.
El punto de partida de la contribución de
Francisco Vázquez —«El retorno de la práctica»— es el desarme del pensamiento
crítico a manos del «nuevo espíritu del capitalismo», eficaz mezcla de
principios ultraliberales con ideas tomadas del posmodernismo filosófico. A
través del análisis de los manuales para la formación de ejecutivos, el autor
muestra cómo el retorno del individualismo reaccionario (la apología del líder
creativo) se nutre del «retorno al sujeto» propugnado por el posmodernismo; a
su vez, el proceso de precarización y descentralización del trabajo se
justifica empleando nociones provinientes de la «crítica artista» al
capitalismo de los años setenta; el descrédito de toda ciencia social crítica
se apoya en argumentos lyotardianos dirigidos contra los metarrelatos. Se
proponen las bases para una nueva teoría de la racionalidad crítica orientada
hacia una «praxeología histórica».
Manuel Barrios Casares se ocupa en su
contribución, en primer lugar, de establecer los rasgos definitorios del
filósofo contemporáneo, producto de
una escisión heredada de la Modernidad: la que se produce entre razón crítica e
imaginación simbólica. El filósofo, ante todo, es aquel capaz de «mirar y ver»,
y preguntarse por aquello que ve y mira. En la segunda parte se acomete el
análisis de diversas figuras «ontológicas», esto es, los modos que, en la
contemporaneidad, se «da a ver» lo real. Comparecen así las figuras del
Comunicador, el Telespectador, el Internauta, el Transludópata y el
Hiperhombre. A partir de lo que de ellas resulta, en la tercera parte, se
proponen las líneas maestras de una nueva paideia
o un «paradigma intempestivo de modernidad», al hilo de una reactualización
personal del pensamiento de Nietzsche y Hölderlin.
Juan Antonio Rodríguez Tous, por ultimo,
propone en «La venganza de Hegel» las bases de un modelo alternativo al
hermenéutico (pues la Hermenéutica habría derivado en misticismo textual) y al
desconstructivo (que se habría trasnformado finalmente en Hermenéutica) para la
tarea de hacer filosofía en nuestra época. Defiende la necesidad de un «retorno
a Hegel» (no exento de ironía), concebido como recuperación de la dimensión
pragmático-racional del pensamiento.