Mecánica terrestre

el verano invencible

 

Hoy regresa el verano

en la luz vegetal

de este fosco emparrado

que acostumbra a cubrir

con su sombra la siesta.

 

Otro estío que trae

los gastados aromas

renovados al paso

de penumbras perdidas.

 

Otro estío en que el tiempo

se consume de un modo

demorado y distinto,

diferente al que suele.

 

El calor ahora aplaca

la virtud de saberse

aliado del tedio.

 

Y no hay culpa por ello:

no se siente ese peso

de agotar cada instante

como sed o derrota

de otro vano deseo.

 

A espaldas de la luz,

si llama tácita,

arde, vorazmente,

la noche.

 

mecánica terrestre

 

Lo mismo que una imagen

recuerda a alguna análoga

y una sombra a la fresca

humedad de otra estancia

y un olor a una escena   

cercana por remota

y esta ciudad a aquélla

habitable y distante,

así, cuando la tarde

se hace eterna y es julio

todo expresa una múltiple,

inasible presencia,

y el agua es más que el filtro

de lo que fluye y pasa

y la luz más que el velo

que ilumina las cosas

y el viento más que el nombre

de una oscura noticia.

 

el secreto

 

          

Sí, sé lo que me espera.

Llegará ese momento.

De una forma imprevista

o con la lenta madurez

con que nos llega

casi todo en la vida.

Valdrá de poco entonces

mostrarse sorprendido

o, si es el caso, resignado.

He acompañado a otros en el trance

y, aunque es costoso,

(qué difícil es siempre separarse

de aquello que queremos)

se impondrá, inexorable,

la respuesta.

                     Conservo

en un cajón de mi escritorio

(junto a cartas, apuntes

y alguna estilográfica inservible)  

el Colt que usé en la guerra.

Sí, lo haré solo.

De cara a todo eso, promesse

de soleil levant.

 

memoria del arquitecto luis barragán

 

Vuelve con los recuerdos, vacilante,

la huidiza sensación de lo que ignoro.

De la infancia, una luz; esa mirada

primera e inocente que no capta

sino una vaga atmósfera, un reflejo

tamizado de soles y de lunas

sobre los truncos muros

de una casa.

         Ya dentro,

una tibia penumbra, celosías,

o una sombra suspensa

que, implacable,

habría de cegarme para siempre.

Las ventanas, memoria de la luz,

sirven a un tiempo

de paso y de frontera.

Allí, tras ellas,

las paredes manchadas de un jardín.

Y allí, a su lado, el agua.

Ya en láminas cautivas que rebosan

desde la superficie de un aljibe,

ya en forma de rumor

que fluye, a un tiempo,

medido y obstinado

de una fuente.

Alrededor, tapias pintadas

con los vivos colores de esta tierra

o con los apagados de las otras.

Colores que vi, niño, en Jalisco;

que me siguen después

desde Comares,

desde Siena o Asís,

desde Marruecos.

Una puerta, por fin,

marca ese límite

que separa mi mundo del de fuera.

Aspiré a preservarme de su olvido

haciendo que mis sueños habitaran

un lugar consagrado a la memoria.