Pedro
Salinas, Cartas a Katherine Whitmore (1932-1947)
[Manuscrita]
[Madrid, 1
de agosto de 1932]
Desgarramiento. Una mujer, una
Katherine, se queda allí, metida en aquel cajón de madera, entre seres
desconocidos, frente a una noche triste e incógnita. Allí hay que dejarla.
Fatalmente. Y la otra mujer, la otra Katherine, permanece invisible y presente
a mi lado, se viene conmigo, alegremente colgada de mi brazo, mirándome en la
mirada noble, pura y honda de siempre. No, en la estación, en la despedida no
hay una separación simple de ser con ser, no, cada uno de nosotros nos
separamos no de la otra criatura querida sino también de aquella parte nuestra
que ella quiere y que se va con ella. ¿Verdad que anoche tú no te has separado
de mí, ni yo de ti? Más bien yo me he separado de mí mismo, eso siento, y tú de
ti misma. Y tengo, anoche, hoy, la sensación de andar entre fantasmas y
sombras, con alguien al lado, a quien no puedo estrechar, pero que vive en
torno mío, y se me escapa cada vez que quiero cogerlo. Sensación angustiosa y
dulce a la vez, caricia desgarradora. Además, qué pena anoche, aquellos
momentos últimos, atropellados por la estupidez y el desorden. ¡Qué ira sentí
contra toda aquella gentuza innoble, qué ganas de látigo, de echarlos a todos,
de hacerte sitio, un gran sitio, un tren sólo para ti! Al salir todos mis
sentidos se complacían, ¿sabes en qué? En sentir en el bolsillo, junto al
pecho, el bulto de tu carta. ¡Qué mentira eso de que el papel no pesa! Anoche
el papel de tu carta me pesaba como la más hermosa y grave de las realidades.
Lo sentía allí, en el bolsillo, como una prueba material de que eras, de que
habías existido. Porque, ¿sabes?, empecé a dudar. A dudar de todo, de tu
realidad, de la mía, del mundo, de los días recientes… Sólo el peso de tu carta
en el bolsillo me servía de prenda, de prueba. Vivía yo en ese rectángulo de
papel. Era el lugar más cierto del mundo. Y antes de poder abrirla, así,
cerrada y en el bolsillo, tu carta era el puente con la vida, el sí que me daba
la vida a la pregunta atormentada: «¿Soy? ¿Es? ¿Somos?». Sí, sí, sí. Todo, sí.
Todo, sí, oye, todo sí.[i]
Y luego en mi cuarto la leí. La he leído. La leeré. ¡Cuántas delicias! Primero
la delicia de ir aprendiendo tu escritura, tu letra, de tropezar en una palabra
y descifrarla, por fin. ¡Tu escritura, un modo más de ti, una manera más de
vivir tú! Primera carta tuya, en inglés. Júbilo, júbilo, alegría. ¡Sensación
festival, inaugural, de promesa, de fiesta! No importa que toda tu carta esté
teñida de una sombra de melancolía, tierna y suave. Así debía ser, así. Pero
por encima de esa melancolía, hay algo que me da un gozo sin límite. Esto. «You have
taken away the cynicism which was growing upon me.»[ii] ¿Es posible? ¿Tendré yo la suerte de ser elegido para en un
momento difícil de tu vida salvarte de algo? ¡Qué gran justificación, ya, de mi
papel a tu lado, de mi compañía! Ya no es por egoísmo, por lo que debo seguirte
a lo lejos en la vida, es por bien tuyo. Soy capaz de serte espiritualmente
útil. Y me preparo, ¿sabes?, ante esta espléndida tarea: ayudarte a vivir,
arrancarte de las fuerzas negras, de los poderes sombríos que te amenazaban. Y
eso por ti, no por mí, ¿sabes? ¡Oh, si tú me hicieras ese favor, dejarme que te
sirva! Qué cosa más justa, que tú, que no imaginas tal entusiasmo por la vida,
recojas, devuelto a través de mí, ese entusiasmo que es tuyo. No, no, tú no has
nacido ni para el escepticismo cínico, ni para la frivolidad desengañada, no.
No te rindas nunca a eso. No te puedo imaginar paseando tu spleen, por terrazas de grandes hoteles, con cualquier ser
insignificante. Nunca. Cree en ti, cree en tu valor único, en tu distinción
suprema, en la nobleza de tu alma. Y vive de ella. Yo de lejos, de cerca, te
ayudaré. Hasta que no me necesites más. Y mira, no tengas temor, oye, de quitar
a nadie nada, queriéndome, no. ¡Me lo dices tan delicadamente en tu carta! No,
yo no soy ni seré peor para nadie por ti, no. Lo que tú me pides, lo que yo te
doy en nada atenta a lo que debo a los demás. Tú en mí no serás nunca nada
malo, nada que robe algo a alguien, no. No tengas miedo. Seré cada día mejor.
Tú me has alumbrado una nueva riqueza y por eso lo que a ti te doy a nadie se
lo quito. ¿Comprendes? Nunca sufras por eso. Eres pura, leal, clara. De ti sólo
puede venir luz alta, luz de paraíso.
[Sin
firma]
[En los
márgenes]
Adiós. Perdona esta carta tan
larga y esta letra tan mala. ¿Sabrás leerla? Pero aún me parece que te he
escrito muy poco. Quiero más, más, más.
Gracias, gracias, siempre. Viviré
dándote gracias.
Hasta mañana, ¿sabes?, hasta
ahora, te escribiré.
NOTAS
[i]
La afirmación cósmica del sí resuena
a lo largo de La voz a ti debida. Véase, por ejemplo,
el cuarto poema del libro: «¡Si me llamaras, sí, / si me llamaras!» (vv.
102-103). Para todas las citas de la poesía de Salinas se sigue la edición de
Pedro Salinas, La voz a ti debida. Razón de amor. Largo lamento,
edición de Montserrat Escartín, Madrid,
Cátedra, 1997.
[ii]
«Te has llevado el cinismo que estaba creciendo en mí.»