En el crepúsculo de la denominada «década
del cerebro», el Museo de la Ciencia de la Fundación «la Caixa» de Barcelona
organizó las jornadas Emoción y
conocimiento: La evolución del cerebro y la inteligencia, cuyo objetivo era
hacer constancia del progreso que esa década ha aportado a las neurociencias
cognitivas. Para ello se invitó a un selecto grupo de científicos
internacionales a exponer su obra original sobre la evolución del sistema
nervioso y sobre algunos procesos mentales cruciales para la inteligencia
humana como la memoria, las emociones y la conciencia. El auditorio estuvo
compuesto a su vez por más de trescientos expertos en psicobiología y
neurociencias procedentes de universidades, hospitales y centros de
investigación de toda España. Entre los asistentes había también pedagogos,
sociólogos, físicos, lingüistas, filósofos y periodistas de diversos medios
nacionales y extranjeros.
En el desarrollo de las jornadas, todos los ponentes acreditaron su
valía profesional y mostraron una extraordinaria capacidad para superar la
ciencia descriptiva y presentarnos, además de un cuerpo coherente de nuevos
resultados experimentales, un lúcido conjunto de planteamientos teóricos
originales que tratan de explicar la naturaleza de los procesos que integran la
mente humana. En un primer bloque temático, Juan Delius, de la Universidad de
Konstanz (Alemania) y Jon Kaas, de la Universidad de Vanderbilt (EEUU),
abordaron, respectivamente, la evolución de la inteligencia desde una
perspectiva biológico-conductual y la evolución filogenética del cerebro desde
una perspectiva mas anatómica. A continuación, en un segundo bloque temático,
Howard Eichenbaum, de la Universidad de Boston (EEUU) y Richard Morris, de la
Universidad de Edimburgo (Escocia), expusieron sus respectivos trabajos sobre
el hipocampo y la memoria declarativa y sobre la plasticidad hipocampal y los
mecanismos moleculares del aprendizaje y la memoria. En un tercer bloque
dedicado a las emociones, Josep LeDoux, de la Universidad de Nueva York, Ralph
Adolphs, de la Universidad de Iowa (EEUU) y Rosalind Picard, del Instituto
Tecnológico de Massachussets (Boston, EEUU), hablaron de los mecanismos
neurales del aprendizaje emocional condicionado (miedo), la emoción y el
conocimiento en el cerebro humano y los ordenadores emocionales,
respectivamente. El último bloque versó sobre la naturaleza de la conciencia.
Semir Zeki, del Colegio Universitario de Londres, expuso sus trabajos sobre la
percepción visual y la conciencia; Giulio Tononi, del Instituto de
Neurociencias de San Diego (California) planteó sus teorías sobre conciencia y
complejidad, y Thomas Metzinger, de la Universidad de California en San Diego
(EEUU) abordó el mismo tema desde una perspectiva más filosófica.
En conjunto, podemos decir que éstas y otras aportaciones de diferentes
investigadores y laboratorios nos proporcionan ahora una visión mucho más
precisa de los mecanismos evolutivos que han configurado el cerebro y las
capacidades intelectuales del Homo
sapiens. Hemos ampliado nuestro conocimiento sobre la naturaleza biológica
de la conciencia y las percepciones, especialmente las visuales, sobre los
mecanismos neurofisiológicos que hacen posible la representación de la
experiencia en el cerebro, y sobre los mecanismos moleculares que permiten
mantener esas representaciones de manera indeleble. Hemos perfeccionado también
nuestro conocimiento acerca de la naturaleza y neurofisiología de las emociones
y sobre su importante influencia en los procesos cognitivos inteligentes. Se
plantea incluso la posibilidad, quizás algo prematura, de implementar rasgos
periféricos de las emociones en los sistemas de inteligencia artificial.
La presente obra contiene el desarrollo de la mayoría de las principales
contribuciones tal como los propios ponentes han querido que se publicaran.* Hemos dividido los trabajos en tres
bloques que, a grandes rasgos, reproducen los de las jornadas. La traducción de
cada capítulo ha sido revisada y adaptada a la terminología psicobiológica y
neurocientífica habitual en lengua española.
He tenido el privilegio de coordinar dichas jornadas y la edición de la
presente obra. Como coordinador, quiero expresar mi agradecimiento a cuantos de
un modo u otro hicieron posible el éxito del evento, empezando por todos los
colegas y el público asistente. Fue muy importante la colaboración de los
profesores Amadeo Puerto, de la Universidad de Granada; Vicente Simón, de la
Universidad de Valencia, y Luís Puelles, de la Universidad de Murcia, como
coordinadores de mesa en cada uno de los distintos bloques temáticos durante
las jornadas. Quiero expresar también mi agradecimiento a Ana Estany, de la
Universidad Autónoma de Barcelona, por su ayuda en la revisión de las
traducciones de los manuscritos y, especialmente, al Museo de la Ciencia de
Barcelona, a su director Jorge Wagensberg y a Paquita Ciller, por su decisión y
empeño en la organización del evento y en la edición de la presente obra, que
espero satisfaga plenamente a ese amplio rango de lectores que incluye no sólo
a los estudiosos del cerebro (psicólogos, biólogos y médicos) sino también a
educadores, pedagogos, maestros, sociólogos, filósofos, lingüistas, físicos,
periodistas y cuantos profesionales o, simplemente, lectores se interesen por
conocer la peculiar naturaleza del cerebro, la mente, las emociones, el
conocimiento y/o la inteligencia de los seres humanos.
Ignacio Morgado Bernal
Bellaterra, junio de 2001
Conciencia y complejidad
Giulio Tononi
Introducción: antecedentes, paradojas y cuestiones
fundamentales
No hace muchos años, un conocido
personaje inglés escribió: «Puede que la conciencia sea uno de los problemas
más fascinantes, pero nadie ha escrito nada interesante sobre ella». Empezaré
refiriéndome a un investigador hoy prácticamente olvidado, Edward Titchener, psicólogo
inglés que siendo muy joven se fue a Estados Unidos e impartió allí clases
durante toda su vida, concretamente en la Universidad de Cornell.
Titchener
dedicó muchos años a intentar comprender los átomos de la conciencia. Quería
conocer exactamente todos los afectos, como él les llamaba, sensaciones e
imágenes básicas cuya suma total constituye la conciencia. Fue un hombre
exigente, severo y con un aire ciertamente amenazador. Dicen que era duro con
sus estudiantes, especialmente con las mujeres. Hay informes científicos de la
época que cuentan cómo obligaba a sus alumnas a introducirse por la boca tubos
para echarles agua helada o hirviendo directamente al estómago; de esa forma
podían describir con toda precisión las sensaciones que experimentaban. Los
varones también sufrían lo suyo, ya que si estaban casados (y esto ocurría en
1880) les obligaba a marcharse a casa y al día siguiente explicar con todo lujo
de detalles las sensaciones que habían experimentado en su alcoba. Todos estos
experimentos sirvieron para ampliar el conocimiento sobre la conciencia al
permitir establecer con gran precisión el mayor número de sensaciones posibles.
El
resultado de todo ello fue un libro, The
Outline of Psychology (El perfil de la psicología), en el que Titchener
catalogó unos 44.000 átomos de la conciencia. Se trata de sensaciones
primarias, la mayoría de las cuales, al parecer unas 32.422, son visuales. El
problema fue que más tarde un psicólogo alemán llamado Külpe demostró que sólo
existían unas 17.222 sensaciones conscientes, y a partir de entonces el estudio
de Titchener perdió toda su credibilidad.
El gran
psicólogo William James expuso también sus ideas acerca de las sensaciones
primarias. Es la figura más admirada en los estudios sobre la conciencia. Su descripción
de la experiencia consciente todavía no ha sido superada, ni en el ámbito
científico ni en el de la literatura, incluyendo las obras de su hermano Henry.
El comienzo de su famoso libro de 1890 contiene las siguientes afirmaciones:
«Nadie ha experimentado una única sensación simple. Desde el día en que
nacemos, la conciencia está formada por una multiplicidad enorme de objetos y
sucesos». Con ello quería referirse al hecho de que la conciencia es un
universo entero; se va cuando dormimos y vuelve cada mañana cuando nos
despertamos. Es una gran escena. Cuando la conciencia desaparece, cuando
dormimos o al morir, un universo entero se destruye.
James lo tenía muy claro, y como él muchos que vinieron después. Sin
embargo, no era un holista. Entendía que las distintas partes del cerebro
aportan diferentes aspectos a la conciencia. Titchener compartía ese mismo
punto de vista. Por ello hubo una época en que se interesó por saber en qué
medida las diversas regiones del cerebro contribuyen a la conciencia. Ya en
aquella época se sabía que la corteza visual contribuía a la visión, la corteza
auditiva a la audición, etc. El misterio consistía en saber cómo se consigue
una imagen consciente unificada.
Un modelo
que construimos hace ya algunos años resume muchos de los conceptos clave que
Semir Zeki ha ido desarrollando a lo largo de los años y a cuya comprensión ha
contribuido de manera significativa. Como afirma Rosalind Picard, muchas veces
aprendemos haciendo, construyendo alguna cosa. Así, al diseñar este modelo, que
es todavía el mayor modelo existente del sistema visual, aprendimos muchas
cosas sobre su organización y funcionamiento.
Me
gustaría señalar solamente un par de cosas acerca del modelo. En primer lugar,
que el principio de especialización de las funciones, mencionado por Semir
Zeki, domina claramente la neurobiología. Además, ha sido ampliamente
verificado. En el modelo pueden verse las diferentes áreas del cerebro: V3 para
la forma, V4 para el color, V5 para el movimiento y muchas otras. Existe, por
lo tanto, una especialización funcional de las áreas que se ocupan, en este
caso, de los diferentes atributos visuales. También existe una organización
jerárquica, de modo que las regiones inferiores como V1 y V2, se ocupan de
aspectos muy especializados y locales de los estímulos visuales. Por ejemplo,
en V1 hay algunas neuronas que sólo responden a la longitud de onda, mientras
que en V4 lo hacen a la constancia del color. En la parte inferior están las
neuronas que responden a segmentos pequeños y orientados, mientras que en la
corteza inferotemporal, como ya sabemos, se encuentran las que responden a la
presentación invariable de objetos.
Si
experimentamos con un modelo así, podemos demostrar otras propiedades del
sistema visual que se han ido descubriendo a lo largo de los años. Por ejemplo,
se puede probar que los campos receptores en las regiones inferiores son
pequeños y que se van agrandando a medida que nos acercamos a las regiones
superiores que hay una topografía estricta en las áreas inferiores que a veces
se pierde en las superiores, y que las propiedades de respuesta se hacen cada
vez más complejas. De alguna manera, todos estos principios están incorporados
en los modelos.
Cuando
experimentamos con ellos, podemos comprobar que si lesionamos el área V4 el
modelo ya no puede reconocer el color real; pierde la constancia del color,
como le pasaría a cualquier ser humano. Esto puede comprobarse introduciendo
estímulos y obligando al modelo a responder. Si lesionamos la región V5,
perdemos la habilidad de detectar la pauta de movimiento. Sin embargo, si
lesionamos áreas inferiores y nos aseguramos de que las superiores se mantienen
activas, conseguimos una respuesta al color, por ejemplo, pero perdemos la
habilidad de detectar la longitud de onda; o vemos el objeto, pero no sabemos
exactamente dónde se encuentra ni sus límites exactos. Podemos introducir todos
estos datos juntos en el modelo y ver cómo cada parte de la corteza hace su
aportación específica a la diferencia de modalidad a un nivel diferente de
abstracción.
A pesar de que está claro que la conciencia necesita de la contribución de
las diferentes partes del cerebro, todavía nos queda por resolver el tema de la
suficiencia. La pregunta fundamental es: ¿por qué la actividad de las neuronas
en V4, V5, V1, o cualquier otra área, aporta algo a la experiencia consciente,
como nos demuestran los experimentos con lesiones y, en cambio, la actividad de
las neuronas de otras partes del encéfalo (como el cerebelo, la médula espinal,
los ganglios basales o incluso otras partes de la corteza) no aporta
absolutamente nada? También son neuronas, están activas y no hay nada que las
diferencie sustancialmente de las otras. Ésta es una de las paradojas que
encontramos a la hora de intentar comprender la base neuronal de la experiencia
consciente. Me gustaría ahora citar a un filósofo que, aunque no es
Shoppenhauer, bien podría serlo, porque fue el primero en darse cuenta de la
llamada «paradoja del cerebro»:
«Suponemos
que el proceso físico empieza en un objeto visible. De allí viaja al ojo, donde
se convierte en otro proceso físico. Este proceso, a su vez, provoca otro
proceso también físico que, finalmente, causa algunos efectos en el cerebro.
Simultáneamente percibimos el objeto a partir del cual empezó todo. La visión
es una actividad mental de naturaleza completamente diferente a los procesos
físicos que la preceden y la acompañan. Ésta es una idea tan extraña que los
metafísicos han inventado todo tipo de teorías para sustituir algo que parece increíble».
Esta breve cita nos sirve para
ilustrar de manera muy sencilla el problema de la relación entre cuerpo y
mente. Sherrington, el gran neurofisiólogo, afirmaba algo similar.
Me referiré ahora a las
palabras de alguien de procedencia completamente diferente, Sigmund Freud. A
Freud le fascinaba la conciencia, pero se dedicó a estudiar el inconsciente
porque la conciencia le resultaba demasiado difícil. Ésa fue su justificación
del proyecto de una psicología científica. En él afirma que conocemos dos cosas:
la conciencia y el cerebro. Todo lo que hay en medio lo desconocemos. «Si
descubriéramos que existe una relación entre los procesos neuronales y la
conciencia, este descubrimiento nos conduciría a una localización exacta de los
procesos conscientes, pero no nos ayudaría a comprenderlos». Esta afirmación de
Freud, en cierto modo visionaria, nos conduce a pensar que, por mucho que
progrese la neurología, por mucho que nos describa en detalle qué partes del
cerebro se ocupan de ciertos aspectos de la conciencia, nunca será capaz de
responder la pregunta fundamental: ¿por qué un trozo de cerebro produce un
instante de conciencia o, simplemente, por qué se produce la conciencia?
Pondré un ejemplo. Sabemos que
hay neuronas que responden a la temperatura y que percibimos la temperatura de
manera consciente. Hay otras, similares a las anteriores y localizadas en el
hipotálamo y el bulbo raquídeo, que responden a la presión arterial y, sin
embargo, no la percibimos directamente. ¿Por qué hay ciertas neuronas que
poseen esta propiedad y otras que no? ¿Por qué no asociar a la conciencia, o un
modelo, un mecanismo sencillo capaz, al igual que nuestras neuronas, de
discriminar colores o formas? Aquí es donde empieza, y en cierto modo acaba, la
paradoja.
Si nos fijamos en los avances
recientes en neurología, las profecías de Freud parecen cumplirse. Si
exceptuamos la afirmación de Descartes sobre la importancia de la glándula
pineal, las propuestas realizadas a lo largo de los años se han centrado en
intentar localizar la conciencia. Hay quienes están convencidos de que lo
crucial para la conciencia es la formación reticular. Otros opinan que son los
núcleos intralaminares del tálamo, simplemente porque están en el centro del
cerebro y se proyectan hacia todas las partes. Los hay que creen que son las
capas superficiales de la corteza, con su compleja estructura en forma de red o
pliegues corticales.
Durante mucho tiempo se creyó
que la corteza visual primaria era crucial para la experiencia del entorno. Hoy
en día hay científicos que lo niegan rotundamente. En su lugar, otras regiones
(como la corteza inferotemporal) están adquiriendo cada vez más importancia.
Muchos experimentos indican que quizá la conciencia tiene lugar allí y que
otras partes del cerebro pueden no ser importantes. Pero también hay
científicos que afirman que las emociones son importantes, en cuyo caso el
sistema límbico sería crucial. Durante años, los científicos Crick y Koch han
formulado diversas propuestas en este sentido.
Propiedades básicas de la conciencia
Como estrategia de estudio, en lugar de intentar
establecer correlaciones neuronales, deberíamos intentar identificar las
propiedades fundamentales de la conciencia, aquellas que todo estado consciente
posee. Posteriormente, deberíamos intentar encontrar los procesos neuronales
que explican estas propiedades y no los que sólo se correlacionan con ellas.
Eso es precisamente lo que haré a continuación. Mi explicación se dividirá en
tres partes. En la primera me referiré a las propiedades fundamentales de la
conciencia. En la segunda examinaré las afirmaciones de la neuropsicología y la
neurología sobre los procesos neuronales que subyacen tras estas propiedades.
Por último elaboraré una hipótesis y examinaré los conceptos y medidas que podemos
usar para contrastarla.
Tres son las propiedades realmente fundamentales de la
conciencia. La primera, indiscutible, es que la experiencia consciente no es
una cosa, sino un proceso. William James lo describió muy vívidamente al acuñar
el término «flujo de la conciencia». La segunda propiedad de la conciencia es
que es integrada, ya que cada estado consciente no puede subdividirse en
componentes independientes. La tercera propiedad, pocas veces reconocida aunque
igualmente fundamental, es que la conciencia es muy diferenciada, ya que
podemos experimentar un enorme número de estados conscientes diferentes.
Cada estado consciente es un todo unificado. Cuando
miramos un cuadro, por ejemplo, podemos identificar diferentes objetos,
personas, animales, etc. Sin embargo, también tenemos una impresión general de
lo que representa. Todas estas sensaciones nos llegan en un instante, en un
único estado consciente que no podemos descomponer porque perdería su sentido.
Del mismo modo, nuestra propia conciencia no puede dividirse en dos. Si lo
intentamos nos daremos cuenta de lo unificada que está. Si pudiéramos
dividirnos en dos, podríamos leer una novela con el campo visual derecho y
ocuparnos de alguna tarea aburrida con el izquierdo; pero no podemos hacer tal
cosa. Más allá de la anécdota, hay experimentos psicológicos que demuestran que
las tareas duales son imposibles sin interferencia. Cuando conducimos y
hablamos, por ejemplo, lo que ocurre es que cambiamos rápidamente de una tarea
a otra. Algunos experimentos indican que durante lo que se conoce como periodo
psicológico de refracción, que corresponde a la duración de un estado
consciente (unos 150 milisegundos), no podemos ni experimentar ni hacer dos
cosas al mismo tiempo. Ello ocurre incluso con tareas sencillas como distinguir
dos colores o dos tonos. La razón es la inevitable unidad de la conciencia.
En este sentido hay resultados concluyentes procedentes
de numerosos experimentos, como los realizados por Glanzman y Gazzaniga hace
algunos años con pacientes con el cerebro hendido. Aunque no podemos dividirnos
en dos, un cirujano puede conseguir ese efecto cortando el cuerpo calloso. El
experimento consistía en pedir a un individuo que discriminara entre un grupo
de posiciones visuales y espaciales. En una de las situaciones, la posición era
la misma tanto a la derecha como a la izquierda del campo visual. Por lo tanto,
la percepción era idéntica. El individuo normal lo hacía bien. En cambio, el
individuo con el cerebro dividido, aunque pasaba la prueba, lo hacía peor.
La situación más problemática era la independiente o
mezclada. En este caso, en el campo visual izquierdo había cierta secuencia de
posiciones, mientras que en el derecho había otra distinta. A los sujetos
normales les costaba mucho más discriminar correctamente entre posiciones que
en la prueba anterior. Tenían una escena consciente con todas las posiciones
entremezcladas y se les pedía que las relacionaran. La precisión bajaba
considerablemente. En cambio, el individuo con el cerebro dividido conseguía
discriminar dos o tres veces mejor que el individuo normal. Es un hecho
sorprendente, porque normalmente un individuo con lesiones cerebrales no
obtiene resultados dos o tres veces mejores que un individuo normal.
La explicación que dieron los investigadores de esta
superioridad fue que los pacientes con el cerebro dividido podían analizar las
dos partes del ejercicio de manera independiente, por lo que no sufrían
interferencias. El caso opuesto era el de los individuos normales, que se veían
obligados por la unidad de la conciencia a experimentar sólo una escena, por lo
que la prueba les resultaba más difícil de resolver. En conclusión, la unidad
de la conciencia es una realidad inevitable, y en ciertas condiciones hasta
puede llegar a ser un problema.
Otra propiedad fundamental de la conciencia es la
diferenciación. Podemos comparar nuestras experiencias pasadas y futuras con
una película. Si imaginamos cuántos fotogramas tiene una película y pensamos en
todas las que hemos visto y veremos, nos daremos cuenta de que son millones.
Los fotogramas son como nuestros estados conscientes: a lo largo de nuestra
vida experimentamos muchísimos y podemos distinguir claramente unos de otros.
Pero casi nunca nos fijamos en ello. Ni siquiera los filósofos se han detenido
a pensar en la diferenciación, a pesar de que es una de las propiedades
fundamentales de la conciencia.
Los sistemas construidos hasta el momento no son ni
remotamente capaces de imitar las capacidades del cerebro humano, como la
habilidad para discriminar entre millones de escenas en una fracción de
segundo. Somos capaces de distinguir millones de escenas diferentes y de
responder de manera apropiada en función de sus contenidos. Podríamos describir
esas escenas con palabras, aunque tardaríamos bastante. También podríamos
reaccionar de otro modo, por ejemplo abandonando la habitación. En definitiva,
la conciencia nos ofrece una cantidad increíble de imágenes diferentes,
visuales y de otros tipos. Hasta el momento no hemos construido nada que se le
parezca. Me gustaría señalar también que las escenas de la conciencia pueden
ser de muchos tipos, incluso dentro del ámbito visual. No tienen por qué ser
complicadas; pueden ser muy sencillas, como la visión de una pared totalmente
blanca o totalmente negra. Podemos tener tantos estados conscientes como
queramos, pero lo importante es nuestra habilidad para distinguir uno de otro.
Como ya he dicho, desde un punto de vista fenomenológico
la conciencia es un proceso integrado. Cada estado consciente es un todo y no
puede descomponerse. También he afirmado que existen millones de estados
conscientes diferenciados. A continuación me propongo examinar las disciplinas
de la neurología y la neurofisiología para ver si disponen de métodos que nos
permitan averiguar qué procesos neurológicos subyacen a la experiencia
consciente.
Neurobiología de la conciencia
Me referiré a tres grupos de observaciones. La primera es
que en la actualidad hay numerosas pruebas de que lo que subyace tras la
conciencia es un proceso neuronal distribuido. Las pruebas proceden de estudios
realizados a partir de lesiones cerebrales. Cabe señalar que no hay manera de
eliminar la conciencia lesionando sólo un área del cerebro. Para ello es
necesario impedir el funcionamiento de una gran parte del cerebro, igual que
ocurre cuando lesionamos el bulbo raquídeo. Como afirma Semir Zeki, cada parte
de la corteza aporta un aspecto diferente de la experiencia consciente.
En un experimento intentamos descubrir el sustrato
neuronal de la conciencia comparando el mismo estímulo en una situación de
conciencia y en una de no conciencia. Empleamos la técnica del encefalograma
magnético, un sistema compuesto por 148 canales distribuidos por todo el cráneo
que captura las pequeñas corrientes de la superficie del cerebro. Está basado
en un paradigma muy conocido en la psicología visual, popularizado por
Logothetis y sus colaboradores en el ámbito de los estudios neurofisiológicos
sobre la conciencia.
El estudio se basa a su vez en el fenómeno llamado
«rivalidad binocular», que consiste en presentar cierto estímulo al ojo
izquierdo y otro estímulo diferente al ojo derecho. Lo que la persona ve no es
una mezcla de ambos estímulos, sino uno u otro alternativamente. Los estímulos
son constantes; lo que cambia cada dos segundos es nuestra conciencia. Por eso
la rivalidad binocular es un buen paradigma para estudiar las correlaciones
neuronales de lo que sucede en el cerebro cuando somos conscientes de un
estímulo y cuando no. Para conseguirlo tenemos que presentar las dos imágenes
rápidamente y a distinta frecuencia, una a 7,4 Hz y otra a 9,5 Hz, por ejemplo.
El encefalograma magnético capta una señal bastante intensa llamada código de
frecuencia, que nos indica la respuesta a un determinado estímulo.
Si presentamos sólo uno de los estímulos a 7,4 Hz, la
respuesta del cerebro aparece muy distribuida: desde la parte posterior hasta
los polos frontales, la corteza parietal, la corteza occipital, etc. Esto
indica que no sólo responde la corteza visual primaria, sino que a través de
las fibras que comunican todas las regiones del cerebro se observan respuestas
hasta en zonas cerebrales remotas. Si el estímulo desaparece, lógicamente no
obtenemos respuesta alguna.
¿Qué pasa durante la rivalidad binocular? En primer
lugar, lo que intentamos hacer es comparar la respuesta a un estímulo cuando
éste se percibe de manera consciente (estímulo dominante) y cuando no (estímulo
no dominante). Se produce un fenómeno curioso: existe una importante respuesta
en el cerebro incluso en los casos en que el estímulo no se percibe de manera
consciente. El estímulo está presente, el individuo no lo percibe y, aún así,
una parte significativa del cerebro responde al estímulo. Todo esto parece
indicar que hay probablemente neuronas por todo el cerebro que de algún modo se
activan por la frecuencia del estímulo. Sin embargo, estas neuronas no producen
ningún tipo de conciencia. ¿Por qué?
Examinemos ahora lo que pasa en los casos en que somos
conscientes del estímulo. La diferencia radica en que la respuesta del cerebro
es mucho mayor. La razón probable es que hay muchas más neuronas activas y que
todas emiten sus respuestas al mismo tiempo. Estas respuestas se distribuyen
por todo el cerebro: no sólo en la corteza occipital, donde se encuentran las
áreas visuales, sino también en la corteza parietal, temporal, frontal, etc. Es
decir, en muchas zonas que no son propiamente visuales. En resumen, este
experimento en particular demuestra que los procesos neuronales que subyacen
tras la conciencia están bastante distribuidos. No obstante, es importante
señalar que, a pesar de observar un patrón similar en todos los individuos
estudiados, también existen diferencias significativas entre ellos. De alguna
manera, nosotros ya habíamos previsto estos resultados. Si los cerebros humanos
son diferentes unos de otros, ¿por qué no habría de serlo la conciencia?
Me gustaría referirme ahora a las pruebas que indican que
los procesos neuronales que subyacen tras la conciencia están integrados. Es
decir, no sólo están distribuidos en distintas áreas, sino que están unidos
mediante elementos neuronales. La evidencia más significativa es la que procede
de pacientes con el cerebro hendido. Ambos hemisferios están conectados por
cientos de miles de fibras. Si las cortamos, la conciencia parece dividirse en
dos. Así, el hemisferio izquierdo no es consciente de lo que ocurre en el
derecho, y viceversa. Por lo tanto, parece claro que son estas fibras las que
se encargan de integrar la conciencia de ambos hemisferios.
Un número creciente de estudios indica que, cuando
realizamos una tarea de manera consciente, se producen cambios de correlación
en la actividad de las neuronas de regiones distantes. Bressler ha realizado
experimentos con monos en los que se comprueba que estos animales son capaces
de discriminar entre estímulos y decidir si deben actuar o no. En fases
concretas de esta tarea, los monos muestran cambios de correlación en la
actividad neuronal de diferentes regiones del cerebro.
Recientemente se han obtenido resultados similares con
seres humanos. Por ejemplo, Varela ha hecho un estudio en el que ha observado
una actividad correlacionada de hasta 40 Hz entre diferentes regiones
cerebrales. El experimento consiste en registrar la actividad del cerebro
cuando un individuo percibe una cara y cuando no la percibe porque está
invertida. Se observa que, cuando el individuo percibe la cara, ciertas
correlaciones entre neuronas distantes son mucho más fuertes. Todas las pruebas
presentadas hasta el momento indican que, durante la experiencia consciente,
existe una interacción entre neuronas del orden de cientos de milisegundos.
De todos modos, sería interesante tener pruebas directas.
En las situaciones presentadas hasta ahora los individuos eran conscientes de
si veían una cara o no. En uno de nuestros experimentos aplicamos de nuevo el
paradigma de la rivalidad binocular. Algunas veces los individuos eran
conscientes de un estímulo concreto y otras veces no. En esta ocasión no sólo
examinamos las diferentes regiones del cerebro, sino también la fuerza de las
interacciones entre ellas. El criterio de medida fue la coherencia. Lo que
sucedió en casi todos los pares de áreas examinados es que, cuando los
individuos eran conscientes del estímulo, la coherencia entre áreas distantes
del cerebro era mayor que cuando no lo eran. Los resultados indican no sólo que
hay muchas regiones cerebrales implicadas, sino que éstas interaccionan más
rápidamente entre sí cuando estamos conscientes.
¿Y qué pasa con la diferenciación? ¿Hay pruebas de que
alguna característica de los procesos neuronales subyacentes tras la conciencia
se parezca a la diferenciación de la experiencia consciente antes mencionada?
Cuando dormimos, sobre todo cuando lo hacemos profundamente, la conciencia
desaparece. También sabemos que cuando estamos despiertos la actividad de las
neuronas de nuestro cerebro cambia constantemente. Estas pautas de cambio
continuo reciben el nombre de «actividad rápida de bajo voltaje» para indicar
que existe cierta desincronización entre diferentes partes del cerebro. Cuando
estamos quedándonos dormidos, primero nos desconectamos de lo que nos rodea y
no respondemos a los estímulos, pero todavía estamos conscientes, tenemos
alucinaciones, etc. Las pautas no son muy diferentes. En cambio, cuando ya
estamos dormidos, unos pequeños episodios llamados ejes del sueño indican que
una gran parte de nuestro cerebro empieza a funcionar de manera sincronizada.
De hecho, este fenómeno se aprecia más claramente en los estadios más profundos
del sueño, como en el estadio 4, en el que se observan unas ondas lentas que
aparecen de 1 a 4 veces por segundo. Como se ha demostrado con registros intra
y extracelulares, estas ondas nos indican que durante cientos de milisegundos
todas las células de nuestro cerebro se activan a la vez, explotan a la vez y
dejan de funcionar a la vez. En ese momento, la pauta de actividad diferenciada
típica de la vigilia se pierde y la conciencia desaparece. Si interrumpimos el
sueño de una persona en el estadio 4, le costará bastante despertarse, estará
terriblemente confundida y no tendrá nada interesante que contarnos. En cambio,
si la despertamos en el estadio REM, en el que el electroencefalograma (EEG) se
parece mucho al de la vigilia, tendrá un recuerdo vívido, porque de hecho
estaba todavía consciente. Durante muchos años se ha acumulado una abundante
evidencia acerca de la existencia de un cambio fundamental en los modelos de
actividad neuronal entre, por un lado, los estados mentales conscientes de la
vigilia y el sueño REM y, por otro, la actividad sincronizada del estadio de
ondas lentas en el que la conciencia desaparece.
Otro ejemplo de cambio en la actividad neuronal es el que
tiene lugar durante los ataques epilépticos. En la epilepsia generalizada de
«ausencia», típicamente infantil, el paciente de repente deja de hablar y nos
observa con la mirada vacía durante unos segundos. Al cabo de este tiempo
vuelve en sí y continúa hablando. Este fenómeno recibe el nombre de ausencia,
un lapsus de la conciencia que dura unos segundos. Si examinamos el
electroencefalograma, observamos el patrón habitual de actividad rápida de bajo
voltaje y, de repente, una pérdida de conciencia que se manifiesta en un patrón
llamado «de puntas y ondas», en el que las neuronas funcionan de manera
sincronizada. Cuando se pierde la desincronización se pierde la conciencia.
Luego se vuelve a recuperar la conciencia y de nuevo observamos el patrón de
actividad complejo.
Para resumir esta corta presentación de datos
neurológicos, podríamos decir que, en términos generales, lo que subyace tras
la conciencia es un proceso neuronal distribuido con intervención del sistema
talamocortical. Por una parte se trata de un proceso muy integrado, ya que
diferentes áreas del cerebro se comunican en una fracción de segundo. Por otra
parte, el proceso se caracteriza por una elevada diferenciación, puesto que,
como muestran los electroencefalogramas del estado de vigilia, los patrones de
actividad están en continuo cambio. Esto es todo lo que conocemos acerca de las
propiedades fundamentales del estado consciente en relación con la actividad
neuronal.
La hipótesis del «núcleo dinámico»
En la última parte de esta disertación me gustaría
desarrollar una hipótesis verificable sobre la base neuronal de la conciencia.
Para ello será necesario establecer criterios precisos que permitan determinar
si en un momento dado un grupo de neuronas contribuye o no a la conciencia.
Estos criterios se basan en las medidas y conceptos matemáticos que introduciré
a continuación.
En primer
lugar me referiré a la noción de integración, que muy pocos se han atrevido a
definir. Si queremos formular una teoría sobre la base neuronal de la
experiencia consciente, necesitamos definiciones y sistemas de medición. El
sistema desarrollado por nosotros se llama «agrupamiento funcional» (functional clustering). Según este
criterio, un grupo de elementos está integrado cuando las interacciones entre
ellos son muy fuertes, mientras que las interacciones de esos elementos con el
resto del sistema son débiles.
Para
formalizar esta noción usaremos una medida general como es la «entropía», que
también puede aplicarse a procesos neuronales. Definimos la entropía como una
excelente manera de medir la variancia. En estadística la variancia se define
como el número de posibles estados de un sistema o una variable. Un elemento
con pocos estados posibles tiene poca varianza, y viceversa. Según una antigua
definición de Boltzmann, la entropía mide el número de estados posibles de un
sistema, ponderados según su probabilidad. Si la probabilidad es la misma, la
entropía es sólo el logaritmo del número de estados. En resumen, cuantos más
estados tenga un sistema, más elevada será su entropía.
Otra
noción que nos interesa es la de interacción. Para conocer el grado de interacción
de un grupo de elementos con el resto del sistema usamos lo que se conoce como
«información mutua». La información mutua consiste en el solapamiento de las
entropías, es decir, la cantidad de entropía compartida por dos elementos. Si
esos dos elementos son independientes, la entropía conjunta es la suma de las
entropías de cada uno de los elementos, y la cantidad de información mutua es
0. Sin embargo, cuanto más interaccionan dos elementos, más entropía comparten.
La suma de las respectivas entropías individuales menos la entropía del sistema
entero es lo que define la fuerza de la interacción. Por lo tanto, la
información mutua nos informa de la dependencia estadística entre dos
elementos.
El índice
de agrupamiento funcional nos informa del grado de unificación de un sistema.
Imaginemos un subconjunto de elementos, como pueden ser diferentes áreas del
cerebro. Nos interesa conocer la cantidad de interacción entre ellas, para lo
cual usamos el nivel de integración. También queremos conocer la cantidad de
interacción con el resto del cerebro; para ello nos valemos de la información
mutua. Si las interacciones dentro del grupo son más fuertes que con el resto
del cerebro, decimos que forman un agrupamiento funcional. ¿Cómo sabemos si un
proceso neuronal está unificado? La existencia de sincronización apunta a que
las diferentes regiones están interaccionando, pero necesitamos indicaciones
más concretas. Afirmamos que un proceso neuronal está unificado cuando existen
interacciones fuertes entre los diferentes elementos del grupo, pero débiles
con el resto del sistema.
No se trata sólo de conceptos, sino de medidas que pueden aplicarse al estudio de imágenes del cerebro. En un experimento examinamos la actividad cerebral de individuos esquizofrénicos y normales durante la realización de tareas cognitivas, y observamos que ambos grupos tenían un comportamiento similar. Sus neuroimágenes eran prácticamente iguales, pues en ambos casos se activaban las mismas regiones del cerebro. En este aspecto no fue un estudio muy interesante. Posteriormente, Randy Macintosh y yo mismo decidimos examinar las interacciones entre regiones cerebrales. No nos interesaba la activación de diferentes zonas del cerebro, sino su interactividad. Para medir el nivel de interacción utilizamos el concepto de «agrupamiento funcional». Esta vez observamos diferencias significativas entre el cerebro de los individuos normales y el de los esquizofrénicos respecto de las áreas cerebrales con relaciones más fuertes.
Presentaré
ahora un concepto matemático para medir el nivel de complejidad. Como ya he
apuntado, hay millones de estados conscientes. La habilidad para distinguir
unos de otros constituye una de las características fundamentales de la
conciencia. También he dicho que cuando estamos conscientes la actividad
cerebral es muy diferenciada, ya que el cerebro pasa por un elevado número de
estados diferentes. En cambio, cuando el cerebro pasa sólo por unos pocos
estados de manera sincronizada, como durante el sueño de ondas lentas, ya no
estamos conscientes.
En este
punto, lo que nos interesa medir es la cantidad de estados posibles en un
proceso neuronal concreto. Imaginemos que hemos identificado un agrupamiento
funcional (es decir, un proceso neuronal unificado) y queremos saber cuántos
estados diferentes puede experimentar. La medida que nos proporcionará esta
información es el nivel de complejidad.
Las
diferentes áreas del cerebro tienen diferentes niveles de entropía. Existe
también una entropía compartida que nos indica la cantidad total de
interacción, lo que se traduce en estados diferentes. Como he señalado antes,
la entropía mide el número de estados. Pero esto no basta para averiguar cuáles
son los estados que resultan de las interacciones entre diferentes elementos.
Eso lo mide el nivel de complejidad.
El siguiente ejemplo es una serie de simulaciones que hicimos hace tres o
cuatro años. Se trata de un gran modelo de la corteza visual primaria que
contiene de 60.000 a 70.000 neuronas y millones de conexiones. Experimentamos con
tres arquitecturas diferentes. En una de las versiones establecimos muy pocas
conexiones entre un grupo determinado de neuronas, como si fuera un cerebro
enfermo cuya conectividad se hubiese reducido en un 90 por ciento. Al activar
este modelo observamos un tipo de actividad de «sal y pimienta». Cada
milisegundo se aprecia una pauta de actividad completamente diferente, pero no
se puede distinguir nada. Con un grupo de neuronas independientes y
completamente desincronizadas se obtiene un electroencefalograma plano. El
nivel de complejidad del grupo es muy bajo. Esta medida indica que, aunque el
modelo puede estar en un elevado número de estados, no existe un agrupamiento
funcional, ya que los distintos elementos se comportan de manera independiente.
En la segunda versión cada grupo está conectado con un número normal de
neuronas y las conexiones están repartidas uniformemente. Si ponemos este
sistema en funcionamiento, obtenemos resultados completamente diferentes: las
neuronas se activan o desactivan al mismo tiempo. Bajan y suben, bajan y suben.
Se trata de una situación de comportamiento sincronizado en el que cada neurona
hace lo mismo que las demás. El electroencefalograma muestra una oscilación
altamente sincronizada, como en los casos de epilepsia generalizada o durante
el sueño profundo. Sin embargo, el nivel de complejidad todavía es bajo. Aunque
se trata de un proceso muy integrado, el número de estados posibles del sistema
es extremadamente bajo. Las posibilidades de variación son escasas: o todas las
neuronas están activadas o todas están desactivadas. No hay diferenciación
posible.
En los casos de conectividad normal de la corteza visual, hay varias áreas
diferenciadas. Cada grupo de neuronas se conecta con otras que comparten sus
preferencias de orientación y dirección, y que además están cercanas según las
leyes de conectividad básica de las áreas corticales. Si ponemos este sistema
en marcha, observamos un patrón muy diferente. Vemos que hay cierta coherencia,
es decir, que se observan pautas interesantes que además cambian
constantemente. El electroencefalograma refleja este proceso. No sólo hay
momentos de sincronización y desincronización, sino que distintos grupos se
sincronizan en momentos diferentes. Los estados cerebrales cambian sin cesar.
Como era predecible, la complejidad es mucho más alta. Nos encontramos con un
proceso integrado que, sin embargo, experimenta un elevado número de estados.
Sobre la base de esta breve explicación teórica de las nociones de
integración y complejidad intentaré formular una hipótesis sobre qué
propiedades debe tener una neurona para contribuir al estado consciente.
Presentaré esas propiedades en forma de criterios de funcionamiento.
Imaginemos que registramos el comportamiento de un grupo de neuronas de V4,
V5 o cualquier otra región del cerebro. Las neuronas se activan en respuesta a
cierto estímulo. Queremos saber si en ese momento están contribuyendo al estado
consciente o no, y qué método podemos seguir para ello. Según nuestra
hipótesis, lo que haríamos sería averiguar si ese grupo de neuronas forma parte
de un agrupamiento funcional distribuido, es decir, un grupo de áreas
neuronales que consiguen un alto nivel de integración, según la definición
anterior, en un periodo corto de tiempo. Éste sería un primer requisito. El
segundo requisito es que el agrupamiento funcional esté muy diferenciado, es
decir, que experimente muchos estados distintos según el criterio de
complejidad antes apuntado. En resumen, tiene que ser un agrupamiento funcional
muy diferenciado. Si somos capaces de medir estas características podremos
saber si un grupo de neuronas está contribuyendo a la experiencia consciente o
no.
La hipótesis de que existe un gran acúmulo de grupos neuronales que en cientos de milisegundos se encuentran integrados y forman un proceso neuronal unificado de