2
el amor a la patria
viroli: La virtud cívica: éste es el
verdadero significado del ideal republicano del amor a la patria.
bobbio: Cuidado
con el amor a la patria, recuerda el lema Dulce et decorum est pro patria
mori, tantas veces repetido y escrito en los frontones de los edificios
públicos. También el fascismo hablaba de patria, afirmaba que había que
defenderla, había que dar la vida por ella. Los que tienen el poder suelen
emplear el término «patria» de forma engañosa. El lema, piénsalo, es en efecto
republicano, pero, ¿quién saca provecho del mismo?, ¿quién lo pronuncia? A
menudo los tiranos y reyezuelos.
viroli: Tienes razón. La palabra que me
parece más falsa del lema es «dulce». No entiendo cómo el morir, aunque sea
morir por la patria, pueda ser definido como «dulce». Puede describirse como
«necesario», «glorioso» o «heroico», pero dulce, precisamente, no.
bobbio: «Dulce» es un elemento consolador que está de más,
como asimismo está de más decir que quien muere joven place a los dioses, expresión
ésta que pertenece también a la retórica consoladora.
viroli: Hablaremos luego de retórica,
sigamos ahora con la cuestión del patriotismo. Tú te proclamas europeo y
ciudadano del mundo y eres piamontés hasta la médula, yo me declaro patriota,
vivo casi siempre en el extranjero y doy más vueltas que una peonza, ¿no te
parece curioso?
bobbio: He sido siempre un provinciano, lo reconozco.
¿Sabes con qué voz se denomina a los turineses?: bogianen. Quiere decir
que no se mueven, que permanecen siempre en su agujero, todo lo contrario de un
trotamundos. Yo soy un bogianen y tú un trotamundos.
viroli: Pero volvamos al patriotismo. En Socialismo
liberal, Carlo Rosselli señalaba que la insistencia de los socialistas en
prescindir de «los valores más elevados de la vida nacional» era un grave error
ideal y político. Incluso si con ello pretendían combatir «formas primitivas,
degeneradas o interesadas de adhesión al país», su política terminaba por «facilitar el juego de las demás
corrientes que basan su fortuna en la explotación del mito nacional».[1]
Según Rosselli, los socialistas no habían comprendido que el «sentimiento de
nacionalidad» no es una construcción artificial, sino una pasión humana
genuina, particularmente intensa entre los pueblos que han conquistado tarde su
independencia. En lugar de intentar sustituir el sentimiento nacional por el
internacionalismo, los socialistas deberían purificar dicho sentimiento de toda
mezcla con el culto al Estado, el nacionalismo o cualesquiera mitos de la
primacía nacional, a fin de transformarlo en una fuerza política constructiva
que contribuya a la unidad de Europa.[2]
Rosselli planteaba una neta distinción entre patriotismo y nacionalismo,
identificando el primero con los ideales de libertad basados en el respeto a
los derechos de los demás pueblos, y el segundo con la política de expansión de
los regímenes reaccionarios.[3]
Ambos apelan al sentimiento nacional y suscitan fuertes pasiones, pero, y
precisamente por este motivo, debían ser utilizados el uno contra el otro. En
vez de condenar el sentimiento nacional como un prejuicio, los antifascistas,
señalaba Rosselli, deben colocar el patriotismo en el centro de su programa
político. La revolución antifascista, escribía, es «un deber patriótico».[4]
Para tener un patriotismo propio, los antifascistas necesitan de una idea de
patria distinta por completo de la usada por los demagogos del fascismo.
Nuestra patria, prosigue, «no se mide por fronteras ni cañones, sino que
coincide con nuestro mundo moral y con la patria de todos los hombres libres».[5]
Es un valor que sintoniza perfectamente con los demás valores del antifascismo:
la dignidad del hombre, la libertad, la justicia, la cultura y el trabajo. Los
fascistas exaltan la nación y a Italia; también los antifascistas deben
presentarse como los defensores de la nación y la italianidad, pero su nación
ha de ser la nación libre abierta a Europa y al mundo, y su Italia debe
comprender la mejor Italia, la de Mazzini, Garibaldi y Pisacane, la de los
italianos cívicos, los campesinos, obreros e intelectuales que han sabido
conservar su dignidad. La lealtad de los antifascistas se debe sólo a esa
Italia y no debe amedrentarles la acusación de traidores: «podemos
vanagloriarnos de traicionar conscientemente a la patria fascista, porque nos
sentimos fieles a otra patria».[6]
bobbio: La patria es el lugar donde has nacido y vivido,
donde te has formado. Decir que un Estado no republicano, un Estado despótico,
no es tu patria es un argumento retórico. Durante el fascismo, ¿Italia era o no
tu patria? Son muchos los que han manifestado no reconocer como patria la
Italia fascista. Si lees el diario de Piero Calamandrei, advertirás que repite
en distintos lugares que el fascismo nos quitó la idea de patria. El 1 de
agosto de 1943, pocos días después de la caída del fascismo, escribía: «Una de
las culpas más graves del fascismo ha sido matar el sentido de la patria. El
nombre de patria ha causado repugnancia durante veinte años: esa presuntuosa
vanidad que no sabía hablar de Italia sin añadir que todo el mundo miraba hacia
Roma, ese tono de autoritarismo intimidatorio de teatro de marionetas que se
difundía desde los discursos del Duce hasta el locutor de radio, hicieron que
cualquier alusión al patriotismo resultase difícil de digerir. Se tenía la
sensación de estar ocupados por los extranjeros. Esos italianos fascistas que
acampaban en nuestro suelo eran extranjeros; si ellos eran italianos nosotros
no lo éramos».[7]
viroli: ¿Has reflexionado por qué
Calamandrei escribe que el fascismo nos ha arrebatado la idea de patria? Puede
decirlo porque para él la patria no es el lugar donde se nace, que nadie nos
puede quitar, sino la ciudad en la que todos pueden vivir libres y por tanto no
sentirse extranjeros. Por otra parte, en tus escritos se repite la idea de ser
extranjero en la propia patria, e incluso has afirmado que te avergonzabas de
ser italiano. Evidentemente, no basta haber nacido en un lugar para sentir ese
lugar como la propia patria.
bobbio: Hay un ideal de patria que no coincide con el territorio.
viroli: Los romanos empleaban dos términos
distintos, patria y natio. Patria se refiere a la «res
publica», la constitución política, las leyes y el modo de vivir derivado de
las mismas (y por tanto es también una cultura); natio indica el lugar
de nacimiento y lo que a él va unido, como la etnia y la lengua.
bobbio: Al comienzo de la Divina Comedia Dante
afirma ser «Florentina natione, non moribus». Yo también me he reconocido
italiano de nación, pero no de costumbres. Me considero antiitaliano en el
sentido de que me siento distinto de la mayoría de italianos. Existe el
antiitaliano y el archiitaliano. Los fascistas eran archiitalianos; por
oposición, los antifascistas se consideraban italianos pero de distinta manera.
Los fascistas eran la otra Italia. Recuerdo la célebre frase de Gobetti: «hace
tiempo advertí que Gentile pertenece a la otra Italia». Sobre el concepto de
las dos Italias podría desarrollarse la distinción entre patria y nación.
viroli: Acaso pueda ayudarnos insistir
sobre Cattaneo, quien defendía, y con razón, que, en sus aspectos más vitales,
la misma historia italiana impulsaba hacia la república federal: «pero ésta es
propiedad de nuestra nación, que el espíritu republicano se encuentra aquí en
todos los órdenes [...] y parece incluso que fuera de esta forma de gobierno
nuestra nación no sepa realizar cosas grandes».[8]
Creo que este pasaje nos da a entender que siempre ha existido una Italia
inspirada en los principios cívicos, junto a la que yo llamo la Italia de los
arrogantes y de los siervos, la Italia de quien admira a los fuertes y está
dispuesto en todo momento a servir a los poderosos, la del maestro de la
adulación, la Italia contrapuesta a aquella de la que habla Cattaneo. Ambas
forman parte no sólo de nuestra historia sino también de nuestro presente.
bobbio: Cuando Gian Enrico Rusconi insistió varias veces en
el concepto de nación, le recordé que se trata de un concepto muy equívoco,
pero no le contrapuse el de patria. Le he indicado que si atendemos a la
historia, existen muchas Italias. La Italia de los cultos y la de los pobres
diablos, la de la liga de fútbol, la de aquellos que se matan por un partido, y
la de los héroes del Risorgimento, que lucharon por la Unidad. Hay italianos
que se sienten orgullosos de una cierta historia de Italia que no es ni la
historia política, ni la social, ni la religiosa, sino la literaria y
artística, la que comprende a Dante y Petrarca, a los grandes pintores del
Renacimiento, y a cuantos contribuyeron de algún modo a la formación de la
cultura europea. Ésa es mi Italia, en la que yo me reflejo y por la que me
siento orgulloso de ser italiano. Cuando en Trento quisieron testimoniar su
fidelidad a Italia erigieron un monumento a Dante. Es ciertamente una Italia de
élite, que la mayoría desconoce. Es la Italia que prosigue con los grandes
poetas, con Leopardi y Foscolo, y con Manzoni, y que termina con Giuseppe
Verdi.
viroli: ¿Con Verdi? Me alegra oírtelo
decir, Verdi es uno de los símbolos de quienes nos consideramos patriotas.
bobbio: La primera ópera a la que me llevaron mis padres,
terminada la primera guerra mundial, fue La Traviata. Yo contaba unos
diez u once años y nunca he podido olvidarla. Quedé fascinado.
El tenor
que interpretaba a Alfredo se apellidaba Dolci, creo (no recuerdo su nombre de
pila). Mi predilección por Verdi puede deberse a que la primera ópera a la que
asistí fuera precisamente La Traviata. Me la sé de memoria y me gusta el
primer acto en particular. Cuando en el segundo acto aparece el padre Germont con
su «Di Provenza il mare e il suol» («De Provenza el mar y la tierra»),
y, peor aún, con el «Pura siccome un angelo / Iddio mi dié una figlia / se
Alfredo nega riedere / in seno alla famiglia», etcétera («Pura como un
ángel / Dios me dio una hija: / si Alfredo rechaza regresar / con su familia»),
te lo confieso, me molesta un poco. Pero no puedo olvidar la sublime y dolorosa
aria del último acto «Addio, del passato» («Adiós [bellos sueños] del
pasado»). Son pocas notas. Como aficionado no sé explicarme, pero desearía que
un experto me ayudase a comprender las razones de su extraordinaria fuerza
expresiva. Para mí Verdi forma parte de la Italia con la que me identifico.
Cuando siendo un muchacho comencé a acercarme a la música (por parte materna
pertenezco a una familia de melómanos), después de la primera guerra mundial,
quien triunfaba en la ópera era Wagner y no Verdi. Pero mi amigo y compañero de
universidad Massimo Mila, que se convertiría en uno de los más conocidos
musicólogos italianos, escribió contracorriente una tesis de licenciatura sobre
el melodrama de Giuseppe Verdi, inmediatamente publicada en la editorial
Laterza por consejo de Croce en 1933 (Mila tenía entonces veintitrés años). El
amor por el gran compositor formaba parte de nuestra educación sentimental, y
desde entonces considero a Verdi como una de las más altas y nobles expresiones
del genio nacional. Recordemos: del austero y solemne coro de Nabuco,
escrito cuando el compositor no había cumplido aún los treinta años (1842), al
desesperado canto de Otelo sobre el cadáver de Desdémona (1887) transcurren más
de cuarenta años. Y durante casi medio siglo cuántas hermosas arias de amor, de
furor y de muerte, cuántos coros y música para danza. Me gusta el Don Carlos
(1883), la única ópera que he escuchado hace algunos años en una première
de la Scala de Milán, y que luego he vuelto a escuchar infinidad de veces en
disco. Un día en Buenos Aires, entre amigos melómanos que me homenajeaban, alcé
la copa y comencé a cantar: «Bevi, bevi, bevi... Bevi con me»
(«Bebe, bebe, bebe... Bebe conmigo») (Yago, en Otelo).
viroli: Además de Verdi y de los grandes
artistas y científicos del pasado creo que también podemos reconocernos en las
plazas y calles y en los edificios públicos y monumentos que evocan tantas
experiencias de libertad y autogobierno, o de lucha para conquistar la
libertad. El Palazzo Vecchio en Florencia, la Plaza del Campo en Siena con su
palacio público, los monumentos a Garibaldi y Mazzini y las pequeñas lápidas
que recuerdan a mártires de la Resistencia tienen para mí un significado
profundo. Me hablan de una Italia fuerte y digna.
bobbio: ¡El
palacio público de Siena, con el fresco de Lorenzetti sobre el buen gobierno!
Viví dos años en Siena. Y me inspiré en la alegoría de Lorenzetti para escribir
un discurso sobre el Buen gobierno, que presenté en la Academia dei
Lincei el 20 de junio de 1981 ante el entonces presidente de la República
Sandro Pertini, uno de los escasos representantes del arte del buen gobierno en
los años de nuestra primera República. Además, no tengo que recordarte,
precisamente a ti, que Quentin Skinner escribió un artículo sobre las fuentes
literarias y figurativas del fresco.[9]
viroli: En la historia del pensamiento
político se encuentran aportaciones fundamentales de pensadores italianos, y no
me refiero sólo a mi querido Maquiavelo. Recuerda, por ejemplo, la teoría
jurídica y política de la ciudad libre formulada por juristas y filósofos
políticos del siglo xiv. Es
cierto que durante los siglos xvii
y xviii los centros del
pensamiento político se ubicaron en otros lugares, en Inglaterra con Hobbes y
Locke, y Francia con Montesquieu y los enciclopedistas. Sin embargo, nuestro
pensamiento político había formulado en las centurias precedentes la idea
moderna de república concebida como la comunidad libre de los ciudadanos que
viven bajo el gobierno de la ley. No hemos sabido cultivar esta rica tradición
intelectual como se merece. Podría y debería hacerse mucho más.
bobbio: Mis autores no son, exceptuando a Maquiavelo,
italianos. He estudiado en particular a Hobbes, Locke, Kant y Rousseau.
viroli: ¿Y Cattaneo y Roselli, sobre
quienes tanto has escrito?
bobbio: Pero no han sido materia de mis lecciones. No
reivindico la unidad en mi biografía intelectual; me he ocupado de Hobbes y de
Cattaneo, pero esto se debe a situaciones contingentes. Me dediqué a Cattaneo
porque al final del fascismo debíamos prepararnos para el mañana, y él era el
único autor de la tradición italiana que nunca fue envilecido por el fascismo.
El encuentro con Hobbes fue casual: Luigi Firpo había fundado la colección de
«Clásicos del pensamiento político» de la UTET y me encargó el De Cive.
Hobbes me atrae extraordinariamente por su poder intelectual así como por su
estilo.
viroli: Ya sabía que Hobbes fue el «mal
maestro» que te predispuso contra la retórica. Hobbes es el gran enemigo de la
elocuencia entendida como habilidad de persuadir apelando no sólo a la razón
sino también a las pasiones.
bobbio: Basta pensar en el capítulo sobre las causas de la
disolución del Estado, en el que Hobbes narra el mito de Medea, la maga símbolo
de la elocuencia que persuadió a las hijas de Pelias, el anciano rey de
Tesalia, para que descuartizaran a su padre (metáfora de la guerra civil) y lo
hirvieran, con la descabellada esperanza de rejuvenecerlo. Admite que es un
pasaje hermosísimo.
viroli: El problema es que bajo la
influencia de Hobbes detestas la elocuencia y la retórica. Pero tú también has
tejido el elogio del filósofo militante; y el filósofo militante, además de
analizar críticamente los conceptos y los problemas, tiene que impulsar a sus
conciudadanos a la acción, suscitarles indignación y exhortarlos a resistir, y
para ello debe tocar las pasiones. ¿Cómo obtener estos resultados si al
escribir o hablar no se presta atención a la dimensión persuasiva del discurso?
bobbio: Son los distintos aspectos del alma de una persona.
En mí coexisten el realista y el apasionado. Soy realista cuando examino los
hechos e intento interpretar los conflictos reales entre seres humanos, y al
mismo tiempo soy apasionado. Creo que en mi cabeza hay una división entre el
hombre racional y el hombre pasional. He sido muchas veces uno y otro, quizás
incluso de forma contradictoria. No lo sé. La pasión me alentó a participar durante
los últimos años del fascismo en la Resistencia y a adherirme a Giustizia e
Libertà. Tú conoces bien el famoso esbozo de Guttuso que adorna mi estudio y
que representa una reunión clandestina en 1939, durante el fascismo, de
Giustizia e Libertà. Reconozco en mí la presencia del hombre apasionado. Por
ello, durante mis largos años como profesor siempre atenué los tonos, y nunca
dejé entrever a los estudiantes cuáles eran mis pasiones políticas. Enseñaba
con una cierta frialdad, con cierto distanciamiento. Uno de mis autores
preferidos para la enseñanza era Kelsen, ya que evita los juicios de valor y
construye el sistema jurídico como un sistema normativo que puede llenarse con
cualquier contenido. La teoría pura del derecho puede aplicarse del mismo modo
a la Unión Soviética que a Estados Unidos, esto es, a un sistema totalitario
que a uno democrático. Mis lecciones sobre filosofía del derecho se inspiraban
en este esquematismo. Incluso me interesé por la lógica de los predicados
normativos, la lógica deóntica que trata de relaciones puramente formales entre
lo prohibido, lo obligado y lo permitido.
viroli: La dimensión de la pasión -la
dimensión de la elocuencia- añadida a la razón determina un buen equilibrio,
tanto es así que precisamente Hobbes, que en el De Cive desprecia la
elocuencia, concluye el Leviatán admitiendo que «sin la poderosa
elocuencia, que procura atención y consentimiento, el efecto de la razón sería
escaso» («and yet if there be not powerfull Eloquence, which procureth
attention and Consent, the effet of Reason would be little»). El ideal del
sabio debería ser la alianza de razón y elocuencia: el momento del análisis es
el tiempo de la razón; el momento del compromiso, el tiempo de la elocuencia.
Recuerda de qué modo Hobbes usa la metáfora. Los clásicos de la retórica
prescriben tal uso como un medio poderoso para espolear a los hombres, ya que
mediante las metáforas se puede mostrar los conceptos al lector o al oyente
como si fueran imágenes. Cuando Hobbes escribe que los Estados están unos
frente a otros como gladiadores logra que los ojos de la imaginación perciban
el concepto del estado de guerra, siendo por ello su texto particularmente
persuasivo.
bobbio: Me gusta Hobbes también por su uso de las
metáforas. Tiene muchísimas y había pensado recopilarlas y estudiarlas algún
día. Algunas son bellísimas, extraídas del teatro, de la óptica... Por otra
parte, el Leviatán, ese monstruo devorador de hombres, es una gran metáfora.
Hobbes tenía también espíritu poético y escribió su autobiografía en dísticos
latinos (Vita Carmine Expressa). Una de las últimas veces que he hablado
en público, con ocasión de la inauguración del Congreso Internacional de
Filosofía del Derecho (junio de 1995), del que era presidente, me pareció bello
y oportuno citar un verso de su biografía que dice, al final: «et iam iacta
est vitae longa fabula mea» («la larga fábula de mi vida ha terminado
ya»), y que fue escrito cuando el filósofo tenía más de ochenta años. Hobbes
era un poeta y gozaba a la vez de una claridad de pensamiento extraordinaria.
Por este motivo es uno de los pensadores ante los cuales me inclino.
[1] Socialismo
liberale, Einaudi, Turín,
1979, pág. 135.
[2] Carlo Rosselli, «La lezione della
Sarre», en íd., Scritti dell'esilio, Einaudi, Turín, 1992, vol. II, pág. 96,
y «Discussione sul Risorgimento», ibíd., págs. 154-155.
[3] «Irredentismo slavo», ibíd., págs. 46-49.
[4] «Opposizione d'attacco», ibid, p. 233
[5] «Fronte verso l'Italia», ibíd., pág. 4.
[6] «Realismo», ibíd., pág. 341.
[7] Piero Calamandrei, Diario 1939-1945,
a cargo de Aldo Agosti, La Nuova Italia, Florencia, 1982, tomo II, pág. 155.
[8] Scritti politici ed epistolario, a cargo de Gabriele Rosa y Jessie White Mario,
Barbera, Florencia, 1894, vol. I, pág. 263.
[9] Quentin Skinner, «Ambrogio
Lorenzetti: The Artist as Political Philosopher», Proceedings of the British Academy, n.º 72 (1986), págs. 1-56.