Reímos porque vemos una forma de desquite,22
como cuando en Comedia sexual de una
noche de verano Leopold y Maxwell se encuentran, sorprendentemente, con
intenciones análogas, aunque sutilmente diferentes, o cuando en Días de radio (Radio Days) el tío Abe va a ver al ateo Waldbaum para recordarle
su herencia judía y regresa como un comunista convencido. Nos alegra descubrir
que incluso los magos poderosos pueden estar tan impotentes como los
psicoanalistas, que jamás habrían pensado que los magos podían necesitar su
cooperación; que alguien que está interesado en la pareja de otra persona puede
correr la misma suerte que esa persona; que alguien que quiere convertir a otro
puede ser convertido él mismo. Pero esta rehabilitación no se opone a nuestro
sentido de la justicia, ni a nuestra admiración por las categorías de la vida.
Pensemos en la interferencia de series distintas: cuando Danny Rose es
perseguido por la Mafia debido a un malentendido, nos reímos por el contraste
entre este hombre de manso carácter y los mafiosos, y en segundo lugar entre su
torpeza y la idea de que podría ser un seductor, pero difícilmente porque la
interferencia sea rara en los azares de la vida. Pensemos en la conducta
vulgar: ¿acaso este concepto no sugiere la idea de que también un
comportamiento completamente sano puede ser inadecuado, e inadecuado
precisamente porque contradice las normas de la espiritualidad, y no las de la
vida? Walter Holander, el gastrónomo de la primera (y sólo mediana) obra
teatral de Allen, No te bebas el agua* es cómico porque es vulgar, y es
vulgar porque no es espiritual... sin duda no contradice las normas de la
vitalidad media.
También podemos añadir una reflexión acerca
del mayor personaje cómico de todos los tiempos, Don Quijote, al que Bergson sólo
menciona algunas veces (probablemente porque Don Quijote no es producto de la
literatura francesa, de la que están sacados la gran mayoría de los ejemplos de
Bergson). Naturalmente, Don Quijote resulta en parte cómico por su incapacidad
para aceptar las normas de la sociedad y disfrutar de la vida de una forma
normal, vital. Pero su incapacidad también es una negación, y con el desarrollo
de la novela esa negación va ganando una sublime dignidad que, paradójicamente,
es reconocida incluso por aquel personaje que aumenta por contraste los
aspectos cómicos de Don Quijote: Sancho Panza. Se puede resultar cómico por no
alcanzar las normas de la vida, pero cuando esa posición apunta a que se
persigue algo superior a la vida, entonces se cruzan lo cómico y lo sublime, y
a nuestra risa se le añade una nueva dimensión de ambivalencia. Nos reímos de
la persona que es incapaz de adaptarse a las normas de la vida y de la
sociedad, pero nos reímos también de su fracaso porque representa un desafío a
esas normas.
Como con razón destaca Bergson, en El misántropo de Molière Alceste es
cómico por su rigidez, pero con nuestra cordial risa a costa suya se mezcla
también una risa satírica a costa de la sociedad que le rodea, que le fuerza a
retirarse de ella.23 Es esta dimensión la que falta en Bergson. No
se puede por menos de reconocer que una teoría exhaustiva de la risa
humorística tendría que disponer de un concepto más general de inadecuación, y
que la inadecuación con respecto a las normas de la vida orgánica es sólo un
ejemplo, aunque muy importante. Bergson es inducido a error por su vitalismo
cuando considera la vida el criterio último de la normatividad, pero no hay
motivo para seguirle, como tampoco para desconfiar de la capacidad de los
conceptos para abarcar la realidad. Naturalmente, conceptos y teorías fracasan
siempre a la vista de la realidad, pero la alternativa no es una contraposición
metafísica entre realidad y conceptos, sino la elaboración de mejores
conceptos:
«Todos los códigos de valores implican cierta
rigidez, por la sencilla razón de que son códigos. Por eso, abandonar un código
en favor de otro no significa escapar a la rigidez. Si el humor invierte los
valores, bien puede ser que desenmascare algunas rápidas generalizaciones como
inaplicables al caso concreto; pero siempre habrá alguna otra generalización al
acecho. Hemos visto que el humor apunta a veces al excéntrico que no quiere
adaptarse a un código, pero a veces al código mismo. En ambos casos, se refiere
a algún código de valores, ya sea al estándar que el código representa o a otro
que le trasciende. Probablemente porque Bergson lo comprende, está dispuesto a
acusar de rigidez al excéntrico, pero no al código. Porque en última instancia
el humor apela a un código de valores incluso allá donde escapa de él».24
Mas, si no sólo la incongruencia de la razón
en relación con los objetos empíricos o la rigidez en relación con la vida
desencadena risa, si también otras formas de incongruencia pueden ser
humorísticas, ¿por qué no toda inadecuación provoca nuestra risa? A todas
luces, hay condiciones limitativas más allá de las cuales incluso la más
estridente inadecuación no es experimentada como cómica. Para que una
incongruencia pueda desencadenar la risa, primero tenemos que encontrarnos de
un humor alegre. Ni los mejores chistes harán reír a una persona totalmente
desesperada porque acaba de perder a un ser querido, o piensa de forma intensa
en otra cosa o tiene un interés tan sólo teórico en el análisis de las
estructuras de la comicidad. Por otra parte, una vez que ha conseguido hacernos
romper a reír, un cómico necesita cada vez menos esfuerzo para mantenernos en
ese estado. Si la expresión de su rostro es cómica, si produce un ambiente
cómico, reiremos aunque sus chistes sean mediocres: chistes que, contados por
otro, nos harían bostezar.
En segundo lugar, un punto de sorpresa en
cuanto al contenido también es importante cuando la persona que acude a un acto
de tipo cómico espera reír.25 Probablemente el placer inherente a
esa risa está emparentado con el que sentimos cuando hacemos un descubrimiento
inesperado que parece confirmar nuestra elevada opinión de nosotros mismos.
Normalmente ya no reímos ante un chiste que hemos oído muchas veces: cuando
reímos, lo hacemos de la persona que parece haber olvidado que ya nos entretuvo
con ese chiste. Desde luego, esta misma reflexión muestra que el punto de
sorpresa no es imprescindible; podemos reírnos con la repetición de la conducta
forzada de un personaje, especialmente cuando estamos en condiciones de
anticiparla. El «Uff» de Hilmar Tonnesen en Las
columnas de la sociedad, de Ibsen, indica el horizonte intelectual del
personaje. Una repetición extraordinariamente cómica de una película de Allen,
que resalta un rasgo de un personaje, es la siguiente: en Bananas, Nancy había roto su relación con Fielding Mellish porque
«falta algo», y eso hace que él se vaya a San Marcos, donde finalmente se
convierte en jefe del Estado. En una visita oficial a Estados Unidos vuelve a
encontrarse a Nancy, que no le reconoce, pero está enamorada del adorado
dirigente político de San Marcos. Tras una maravillosa noche juntos –para Nancy
«prácticamente una experiencia religiosa»–, él le revela su verdadera
identidad: ella ya no está abrumada por los cambios a los que Fielding se ha
sometido para mostrarse digno de ella, sino que grita decepcionada que sabía
que faltaba algo... y sabemos que esta mujer no tiene remedio. A todas luces,
en tales casos nuestro sentimiento de superioridad se ve satisfecho, pero hay
que añadir que la razón última por la que tales repeticiones (que podrían no
ser entendidas como tales por el objeto de la risa) son tan cómicas es que
contravienen la expectativa normativa de evolución y progreso de una persona
(no, como hemos visto, las normas de la vida). Un caso ligeramente distinto,
aunque emparentado, se da cuando la repetición de las mismas palabras en
situaciones que contrastan es percibida como cómica, no porque manifiesta la
extravagante pasión de una persona, sino porque, al contrario, revela la
vaciedad de las palabras en relación a la verdadera esencia de la
correspondiente persona: un buen ejemplo son las idénticas disculpas de Ken
Post en muy distintas situaciones de Otra
mujer (Another Woman).
En tercer lugar, la incongruencia que nos hace
reír no puede ser demasiado brutal: esto está apuntado en la doctrina
aristotélica de que el objeto de la risa puede ser algo feo, pero no doloroso
ni dañino.26 Hay muchas comedias sobre avaros y lujuriosos, pero
pocas sobre asesinos exitosos, porque no podemos sentirnos amenazados por el
objeto de nuestra risa.27 Bergson tiene razón al observar que
Tartufo sólo es cómico en tanto que aceptamos que su hipocresía se ha
convertido en una segunda naturaleza: si lo vemos ante todo como un estratega
genial lo odiaremos, pero no nos divertirá.28 Lester, en Delitos y faltas no es sin duda
profundo, pero sus comentarios acerca de la tragedia y la comedia convergen con
los de Aristóteles: «si se dobla es cómico, si se rompe ya no es cómico». El
asesinato de Dolores nunca puede ser cómico, por lo menos mientras la veamos
como a una persona real; y sus sufrimientos, así como sus errores, están
descritos de forma demasiado realista como para que fuera posible no verla a
esa luz. La legítima aspiración humana a sentirse superior incluso en presencia
de la muerte explica, desde luego, por qué ha podido y tenido que desarrollarse
el humor negro, como el más notable intento de superar el miedo a la muerte que
forma parte de la condición humana. Desde luego, hay que observar que el humor
negro se concentra normalmente sobre personajes pertenecientes a los dibujos
animados o personas del pasado, con las que ya no es posible identificarse de
forma concreta (en este sentido, la observación de Lester de que la comedia es
la tragedia sumada al tiempo no es totalmente errónea, aunque revele en su
contexto la superficialidad de Lester). En el caso de una persona a punto de
morir, sólo esa misma persona, y no uno de los circundantes, podría hacer un
chiste del ámbito del humor negro sin infringir la moralidad y destruir la
compasión que la situación provoca, y que no es compatible con el
distanciamiento inherente a toda risa. (Grandes ejemplos de conducta cómica
frente a la muerte son las últimas palabras de Mercutio en Romeo y Julieta de Shakespeare y, en La vida es bella, de Roberto Benigni, la parodia del paso de la oca
prusiano por parte del padre con el fin de distraer el miedo del niño en el
campo de exterminio y salvar así su vida.)