Guerra y paz en el siglo XXI

Es muy posible que el mundo haya cambiado de base después del 11 de septiembre del 2001. Pero no tanto por la amenaza terrorista global, que probablemente se ha sobreestimado, sino por la reacción de Estados Unidos a dicha amenaza. La política unilateral de prioridad absoluta a la seguridad nacional de los Estados Unidos, tratada en términos casi exclusivamente militares, ha transformado la escena geopolítica mundial, la dinámica de la economía global, las condiciones psicológicas e institucionales de nuestras sociedades e, incluso, la capacidad de innovación y creatividad en que esta basada la era de la información: no se innova en un entorno dominado por el temor.  La relación entre  guerra y paz vuelve a ser el trasfondo fundamental de nuestras vidas, como lo fue a lo largo de la historia. Tratemos de desarrollar cada uno de estos puntos de partida y esbozar las consecuencias potenciales de los procesos subsiguientes para el mundo y para Europa.

Es preciso aclarar en primer termino que Al Qaeda y otras redes terroristas globales y locales, sean fundamentalistas o narcotraficantes, son efectivamente una amenaza real a la paz y a la seguridad de las personas en todo el mundo. De hecho, es la principal forma de confrontación violenta que caracteriza nuestro tipo de sociedad y será una amenaza cada vez mayor en la medida en que efectivamente adquieran armas de destrucción masiva. Lo que quiero decir es que, en su Estado actual, hay datos que indican que no representaba y no representa todavía una capacidad de ataque frontal a los puntos vitales de Estados Unidos y Europa. El criminal acto terrorista de Nueva York y Washington fue posible por la audacia y la capacidad operativa de un reducido, pero bien financiado y entrenado, grupo de iluminados, favorecido por la extraordinaria incapacidad de los servicios de inteligencia y de los mecanismos de seguridad de Estados Unidos. Una vez destruida su base de operaciones en Afganistán, con Pakistán a las ordenes de Estados Unidos y los circuitos de financiación gravemente dañados en la fuente (Arabia Saudita), más que en los mecanismos de transmisión (en buena parte informales), la acción de Al Qaeda se vio considerablemente reducida, aunque sus raíces son profundas y por tanto seguirá actuando. Pero como una de las muchas redes terroristas que proliferan en el planeta, más que como un enemigo capaz de poner en jaque a nuestra civilización.

Sin embargo, Estados Unidos se ha sentido vulnerable, por primera vez después de mucho tiempo. Y sabe que, si este tipo de enemigo se refuerza, su sistema de seguridad, basado en la superioridad tecnológica más que en la información o la política, no tiene respuesta para este tipo de ataques. De ahí la obsesión con dos tácticas que puede seguir usando sus armas. La primera, preventiva: ir a las posibles fuentes de apoyo a grupos terroristas y de aprovisionamiento en armas de destrucción masiva y proceder preventivamente a la eliminación de todo poder militar-tecnológico considerado como enemigo potencial. La segunda, punitiva y eventualmente disuasiva: represalias durísimas, directas y unilaterales, contra cualquier país que apoye, en una forma u otra, acciones hostiles contra Estados Unidos. Es el triunfo de la doctrina de un limitado grupo de estrategas republicanos, en particular Perle (como intelectual orgánico del grupo) y Wolfowitz, con Cheney y Rumsfeld  como operativos políticos de dicha estrategia. Se trata de utilizar a fondo la superioridad incontestable que tiene Estados Unidos sobre el resto del mundo, en función, sobre todo, de sus sistemas tecnológicos. Se deja de lado la diplomacia y la política, salvo en lo que sea necesario para obtener apoyos estratégicos y financieros de otros países. La opinión pública estadounidense está suficientemente traumatizada como para no oponerse a esta política, al menos mientras no sienta un coste humano y económico excesivo. En realidad, parte de la estrategia republicana esta basada en la construcción de una hegemonía política duradera en el país mediante la asimilación entre demócratas y pacifismo, en el momento en que el país necesita defenderse de la agresión exterior. Por cierto, hay que señalar que el carácter externo e insidioso de la agresión es lo que ha provocado la inseguridad a los americanos, no el terrorismo en sí. En contra de lo que se repite en Europa, Estados Unidos también ha padecido el terrorismo, incluido el terrorismo político, con su manifestación más importante en la voladura del edificio federal de Oklahoma, con 167 muertos, por un miembro de la milicia americana. Es el terrorismo externo y su relación a la oposición frontal del fundamentalismo lo que ha desencadenado un reflejo defensivo primitivo de sanear el mundo militarmente para prevenir las fuentes posibles de agresión.

Es obvio que tal estrategia, si las raíces de la oposición son profundas, no puede ser eficaz a largo plazo. Pero cualesquiera que fueran las perspectivas, ese largo plazo ya se ha modificado por lo que esta pasando en el corto. La rápida victoria militar en Afganistán pareció confirmar la bondad de la estrategia elegida. La tecnología militar podía eliminar al enemigo sin apenas perdidas propias, y algún dinero y una presencia militar disuasoria podría permitir una estabilización controlada por tropas europeas, con un gobierno al servicio de Washington. Ése se piensa que puede ser el modelo para otros países, uno tras otro, empezando por Irak. Pero, ¿por qué detenerse ahí? ¿Acaso es Irán menos peligroso? Después de todo, arma a Hezbollah, dispone de mucha mayor capacidad nuclear potencial, y ya está incluido en la lista de países que apoyan al terrorismo y forma parte del «eje del mal» según la definición de Bush. Y después,  depende, depende de que haya, en cada país, algún mecanismo de control directo o indirecto, mediante el cual Estados Unidos esté seguro de que los terroristas enemigos no pueden disponer de una base.

Ahora bien, cada intervención, empezando por Irak, puede generar una dinámica imprevisible, que cambia los términos de la cuestión. En particular, el enquistamiento de la cuestión palestina y la política agresiva de Israel presuponen la eliminación política de Arafat y, por tanto, la agravación del conflicto israelí-palestino, que puede desestabilizar a los países árabes, cuyas sociedades rebosan de ira. Asimismo, la necesaria alianza estadounidense con Pakistán, da margen a éste para aumentar su presión sobre Cachemira, en términos que pueden conducir a un conflicto con la India. Rusia utiliza el nuevo contexto para intentar liquidar a los rebeldes chechenos, pero entre medio esta Georgia, que cuenta con el apoyo total de Washington. La nueva presencia militar norteamericana en las republicas de Asia Central y su control de los yacimientos de gas y petróleo mediante el nuevo oleoducto en Afganistán, difuminan la influencia rusa en la zona, poniendo en peligro las aparentes buenas relaciones de Putin con Estados Unidos. Más aun, la presencia americana en la península arábiga esta dividiendo a los emiratos, con Qatar convertida en una superbase militar, Kuwait cayendo en la orbita estadounidense y Arabia Saudita teniendo que lidiar con una oposición cada vez mayor a la presencia americana en los lugares sagrados del Islam. Teniendo en cuenta la conexión establecida entre una fracción de la elite dirigente saudí y la financiación de Al Qaeda, puede pensarse en una actitud futura mucho más dura de Estados Unidos hacia Arabia Saudita una vez que las reservas de petróleo de Irak estén bajo su control. En suma, de hilo en aguja, estamos en el proceso de desestabilización general del Medio Oriente y, potencialmente, del mundo islámico, sobre todo en Pakistán e Indonesia.

Pero mirando más allá, lo que esta saltando en pedazos es la capacidad internacional de gestionar institucionalmente las crisis locales para evitar que se conviertan en globales. Si Naciones Unidas se ve constantemente enfrentada al unilateralismo americano, tendrá que elegir entre ser inoperante sancionando ese unilateralismo con una apariencia de legitimidad, o ser inoperante por su marginación por parte del eje Washington-Londres (con sus anexos pintorescos en Madrid y Roma). Se pasa del nuevo orden mundial al desorden mundial generalizado.

Esta desestabilización geopolítica se esta produciendo en el preciso momento en que la economía global, caracterizada por su dinamismo y productividad en la segunda mitad de los noventa (aunque conllevara un aumento de las desigualdades) se estanca y amenaza con una crisis profunda. Las razones son complejas, pero tienen que ver, sobre todo, con la volatilidad financiera y la respuesta que las empresas dieron a dicha volatilidad. En efecto, puesto que las ganancias más sustanciales no se basaban en la productividad sino en la valoración de las acciones en los mercados financieros, y en la inversión en los derivados financieros a partir de dicha valoración de activos, muchas empresas optaron por la «contabilidad creativa» y la manipulación de los mercados. Son los escándalos de Enron, de Arthur Andersen, de World Com y de tantos otros, conocidos y menos conocidos. En varias ocasiones (incluida Enron) se han detectado conexiones políticas al más alto nivel. Por lo que la confianza en los mercados financieros y en las instituciones de control de los mercados se ha visto gravemente afectada. En una situación ya confusa por la volatilidad de los activos tecnológicos, la crisis de confianza amenaza con paralizar la inversión y, por tanto, la economía. El hundimiento de la confianza afecta aun más a economías como la argentina, cuya desintegración amenaza con extenderse a Brasil y al conjunto de América Latina, con excepción de Chile, que hace camino propio, y México que ya esta integrado en la economía de Estados Unidos. Europa crece a un ritmo muy bajo, frenada por una Alemania incapaz de superar sus rigideces estructurales. Y el milagro chino y la mejora rusa no bastan para dinamizar la economía mundial porque son una parte muy pequeña de la misma en términos de producto bruto en economía abierta. La difícil situación de la economía mundial puede hacerse aún más dramática si añadimos dos eventualidades. La primera, el hundimiento de Japón, la segunda economía mundial, estancada desde hace una década y al borde del colapso financiero. La segunda, una subida sustancial del precio del petróleo por efectos de una guerra en Oriente Medio (y del posible caos político en Venezuela), acompañada por una caída del dólar, ante el insostenible déficit de la balanza de pagos de Estados Unidos. Estos dos hechos afectarían dramáticamente las economías de todos los países en vías de desarrollo, al aumentar el precio de sus importaciones energéticas y elevar el precio de sus exportaciones a Estados Unidos.

Aun pasando revista a las perspectivas económicas mundiales, mi objetivo aquí no es un análisis de la economía global, sino situar el contexto de declive y crisis económica en que se puede desarrollar el proceso de cambio geopolítico y estratégico que acabo de plantear. La combinación de ambos planos de la evolución mundial conduce a una situación de conflicto interno y externo en gran parte del mundo, sin mecanismos institucionales para intervenir sobre los mismos a partir de los intereses generales de la comunidad internacional. En este contexto, Europa aparece ciertamente como una isla de paz, democracia y tolerancia, suficientemente rica como para permitirse sin mayor agobio una reducción de la tasa de crecimiento por algún tiempo. Y suficientemente bienpensante e hipócrita como para dejar a los Estados Unidos la protección militar contra las amenazas desestabilizadoras del fanatismo ideológico, mientras se distancia de las acciones militares y se refugia en declaraciones ético-retóricas. Peor aun, en ese contexto, Europa desaparece como entidad política. El Reino Unido reitera su pertenencia histórica a la alianza con Estados Unidos, cualesquiera que sean las condiciones y las orientaciones políticas. En esto De Gaulle tenia razón: una Europa con el Reino Unido equivale a una Europa vinculada a la política de Estados Unidos. Por otro lado, la derecha europea, y sobre todo sus representantes más ansiosos de protagonismo, o sea Aznar y Berlusconi, encuentran en la incondicionalidad con respecto a Estados Unidos, una vía de acceso a los salones del poder global - naturalmente como invitados de claque. Y todos, menos el Reino Unido, aceptan la dependencia militar europea (resultado de la decisión de no financiar fuerzas armadas tecnológicamente adecuadas a nuestro mundo). Lo que equivale a la incapacidad de acción autónoma en un mundo en ebullición.  El resultado es la desintegración del sistema de decisión político de la Unión Europea y la esquizofrenia permanente entre el antiamericanismo de buena parte de la opinión pública y el alineamiento, abierto o pudoroso, con Estados Unidos, por parte de sus gobernantes.

De esos temas, y de las contradicciones, posibilidades y perspectivas de Europa en el turbulento contexto, actual habla el libro que tiene usted entre sus manos. Es un libro plural, de voces dispares y a veces discordantes, como es necesario en un verdadero debate. Son voces de intelectuales políticos y de políticos intelectuales, de analistas y de actores, todos ellos expertos y conocedores de las transformaciones del mundo en torno a la nueva relación entre guerra y paz. Y todos ellos, incluidos los colegas estadounidenses, interesados en el papel que Europa puede desempeñar en ese nuevo contexto mundial. Europa, o sea nosotros. Europa, o sea usted. Esperamos que estos materiales para el debate contribuyan a su reflexión personal y a su práctica ciudadana.