El corazón aventurero

 

El lirio tigrado

Steglitz

 

Lilium tigrinum. Pétalos harto combados hacia abajo, de un rojo céreo, carmíneo, moteado delicadamente pero con gran viveza por unas manchas ovales de un negro azulado. La configuración de esas manchas sugiere un paulatino debilitamiento de la fuerza vital que las ha engendrado. Totalmente ausentes en las puntas de los pétalos, van destacándose con trazo vigoroso a medida que se aproximan al seno del cáliz, hasta culminar en lo alto de grandes excrecencias carnosas. Estambres de colores narcóticos, como terciopelo caoba oscuro cubierto por una capa de finísimo polvo molido.

Su visión evoca la tienda de un mago hindú en cuyo interior suena una leve música iniciática.

 

 

 

Peces voladores

Steglitz

 

En vano, pero no sin placer, mientras metía las manos en una bañera, intentaba coger al vuelo pececillos muy escurridizos de un azul nacarado. Cuando ya no podían escabullírseme, se elevaban sobre la superficie del agua y revoloteaban grácilmente alrededor de la estancia mientras agitaban sus minúsculas aletas como si fueran alas. Después de haber trazado en el aire diversas curvas, se volvían a zambullir en el agua. Esa mudanza de elemento suscitaba una extraordinaria alegría.

 

 

 

Sueños de vuelo

Stralau

 

Los sueños de vuelo se dirían reminiscencias de épocas en que aún poseíamos un singular poder espiritual. En realidad, son más bien sueños de levitación en los que jamás se pierde cierta sensación de gravedad. Planeamos en la penumbra casi a ras del suelo y cuando ya lo rozamos, se interrumpe el sueño. Salimos de una casa levitando sobre los peldaños de la escalera y de vez en cuando sobrevolamos pequeños obstáculos como si saltáramos sobre vallas y setos. Entonces nos mantenemos en alto mediante un esfuerzo que se siente sobre todo en los codos doblados y en los puños cerrados. El cuerpo está medio extendido, como si reposáramos cómodamente en un sillón; planeamos con las piernas estiradas hacia delante. Estos sueños son agradables; pero también hay otros, de índole maligna, donde volamos a ras del suelo, en posición rígida, con la cabeza inclinada hacia delante y el rostro hacia la tierra. Nos elevamos sobre la cama como si sufriéramos una especie de rigidez tetánica, mientras el cuerpo describe un círculo sobre la punta de los pies. Planeamos de ese modo sobre calles y plazas nocturnas y a veces aparecemos ante transeúntes solitarios, como un pez que mira fijamente en sus rostros espantados.

¡Qué ligero parece, por el contrario, el vuelo de altura, tal y como se muestra en las antiguas representaciones de ascensión! Para quien ame este tipo de imágenes, Pompeya es una mina de hallazgos. En este lugar nos encontramos con un alegre y prodigioso vórtice que transporta a las figuras, aunque el aire apenas parezca ondular sus cabellos y ropajes.