Documento 2: «Las mujeres de
Hitler»
«Mujeres alrededor de Hitler»:
informe (s.f.) escrito en Dustbin por el doctor Karl Brandt y enviado al
interrogador comandante E. Tilley el 6 de febrero de 1946
Cada vez que Hitler honraba con su presencia la Berghof, su
refugio de montaña, se producía una interrupción de sus obligaciones habituales
que le permitía llevar la vida de un ciudadano particular.
En la Berghof, además del inseparable círculo de ayudantes y
mandos militares, se alojaban otros huéspedes, cómodamente instalados en
habitaciones individuales o dobles. Se hacía todo lo posible por separar a los
invitados propiamente dichos de los hombres de Hitler y sólo en raras ocasiones
se encontraban ambos grupos. Él podía, de este modo, disfrutar plenamente de la
compañía y confianza de sus invitados en completa intimidad. En la vida del
Führer representaron un papel importante no sólo los personajes destacados,
como Heinrich Hoffmann,28 Esser29 y otros altos
funcionarios del NSDAP, sino también hombres y mujeres menos conocidos que
estaban a su alrededor. Por ejemplo, su ejército de secretarias formaba parte
de la embriagadora atmósfera de la Berghof.
Atendían la casa un hombre de las SS y su mujer, dos
personas que, al margen de sus obligaciones, carecían de importancia. El
matrimonio vivía en un ala del edificio. Eva Braun vivía en el bloque central.
Hasta entonces no había desempeñado el papel de «ama de casa».
Sólo en los últimos años aspiró Eva a ser lo que acabó
siendo, la primera dama de la Berghof. Fascinaba a todos los invitados y su
persuasiva personalidad le hizo ganar estima y respeto. No le resultaba fácil
complacer a Hitler. Por lo que sé, la conoció en 1932, cuando se la presentó
Heinrich Hoffmann, para quien la joven trabajaba.
En aquella época se habría dicho que Hitler seguía teniendo
muy presente a su sobrina Geli Raubal,30 la hija de su hermana
Angelika, con quien había contraído una profunda deuda por su lealtad y la
comodidad que le había proporcionado durante los primeros años de lucha.
Me han contado que Geli era una mujer de espíritu elevado y
noble y que fascinaba a todos cuantos la conocían. Murió en 1928 y se dijo que
por su propia mano. Hitler no volvió a pronunciar su nombre desde entonces, ni
se habló nunca del episodio, pero recuerdo que hablaba de ella en años
anteriores con un sentimiento que se parecía a la devoción de la Virgen. La
habitación que ocupaba en el piso muniqués de Hitler se ha mantenido intacta
desde entonces, y él, por si fuera poco, ordenó que se construyera, en la nueva
casa que tuvo en Munich, una reproducción exacta de este cuarto.
Es curioso que, adorando a Geli como la adoraba, se dejara
influir por una personalidad tan diferente como la de Eva Braun. Puede que
fuera una inspiración trágica que ocultaba sus convicciones inconscientes
cuando en 1934 afirmó que «cuanto más grande sea el hombre, más insignificante
debería ser la mujer». Parece que al decir esto quería expresar que los grandes
hombres, cargados de responsabilidades, no tenían derecho a vincularse con
mujeres inteligentes, ni siquiera por matrimonio.
Un matrimonio con una mujer inteligente obligada a
permanecer en segundo plano está condenado al fracaso; la unión más acertada
será, por tanto, con una mujer modesta de vocación hogareña, que se contenta
con la rutina casera cotidiana y que, sin embargo, está siempre preparada para
recibir al cónyuge.
Creo que, en el caso de Eva Braun, su encanto e inteligencia
innegables representaban únicamente las cualidades que daban forma a su
satisfactoria alianza con Hitler.
No deja de ser asombroso que a pesar de la presión hostil de
parientes y amigos, Eva experimentó, mientras estuvo con Hitler, una
transformación completa que, aunque no hizo de ella una «gran mujer», la
convirtió ciertamente en «señora».
Eva era hija de un profesor universitario y había recibido
una educación sólida. En la niñez visitó [sic]
un colegio de monjas. La primera impresión que me produjo fue que se trataba de
una mujer que había sido trasladada de repente al ruido y ajetreo del mundo, y
con ellos vinieron los vestidos elegantes, el lujo, las joyas y los cambiantes
estados de ánimo que tenían que tolerarle ciertos invitados. Con el paso de los
años, en particular durante los primeros de la guerra, su carácter pareció
cambiar por completo, se volvió más seria y se ocupó más de los asuntos
domésticos de la Berghof y de la casa muniquesa de Hitler. Por aquella época se
esforzaba por comprender y, tal vez, por compartir las intenciones e ideas del
Führer. Con este fin se dedicó a la lectura y a mejorar sus conocimientos y su
educación en general.
Un extraño que la hubiera conocido por entonces habría
pensado que estaba ante una joven algo malcriada que, aunque no era una «gran»
personalidad, tenía encanto, elegancia y vitalidad. Habría sido inimaginable
pensar a primera vista que aquella amable joven fuera a tener un carácter tan
fuerte, y más bien se esperaba que fuese una mujer bondadosa y complaciente.
No hay ninguna duda de que Eva estaba profundamente
enamorada de Hitler, al que llamó Mein
Führer hasta los últimos años.
Es verdad que, en términos generales, Hitler no era el
amante completo que ambicionaba el corazón joven y romántico de Eva, pero era
el hombre que la protegía y cuidaba como un padre. Hitler procuró siempre que
la vida con él fuera para ella lo más placentera y satisfactoria posible.
La colmaba de ternura y atenciones y le dejaba disfrutar de
todas las pequeñas satisfacciones diarias que ofrecía la vida en la Berghof. Es
indudable que a Eva tuvo que resultarle difícil encajar en la rutina diaria de
Hitler. La jornada del Führer se consumía principalmente en una sucesión de
conferencias que se prolongaban hasta bien entrada la noche.
Después de cenar, el pequeño y cerrado grupo podía dedicarse
por fin a las charlas privadas, hasta la madrugada.
Incluso entonces, Hitler se retiraba a su cuarto de trabajo,
para leer las noticias y los informes de última hora.
Me parece muy dudoso que Eva representara algún papel en los
planes políticos o que tuviera alguna influencia política.
Puede que en tal o cual ocasión utilizara la influencia que
tenía sobre Hitler para ayudar a tal o cual amigo, o para hablar en su nombre,
pero no tenía proyectos personales ambiciosos.
Preguntar si Hitler fue fiel a Eva es ridículo. Para un
hombre de su importancia, cuyos movimientos se hacían públicos inmediatamente,
habría sido imposible obrar de otro modo. Eva Braun no tenía ningún motivo para
dudar de su fidelidad, porque mientras fuera la elegida, tenía poco que temer.
A fin de cuentas, él había hecho mucho por ella, la había sacado del anonimato
y puesto en el lugar más alto, junto a él. Hitler y su Eva estaban ciertamente
unidos por una profunda comunicación sentimental, y lo demuestra que se casara
oficialmente con ella al final, durante las últimas horas del 30 de abril de
1945. (Esto lo dijo la prensa.)
Es completamente natural que Hitler estuviera rodeado de más
mujeres, pero la circunstancia no tenía ningún significado especial. Entre
estas mujeres estaba Leni Risfenstahl.31 Hitler quiso seguir soltero
por dos motivos que a menudo expresaba con palabras.
El primero era que él parecía creer que Eva Braun no era la
persona idónea para presentarse ante la nación como esposa del jefe del Estado.
El segundo, sin duda el más decisivo, era que Hitler deseaba
mantener viva, en el corazón del pueblo alemán, la fantasía de que mientras
estuviese soltero, siempre habría esperanzas para millones de alemanas de
obtener la alta distinción de estar a su lado. Hitler creía que esto era
psicología profunda e incluso hablaba de ello en presencia de Eva.
Según la prensa, Hitler tuvo dos hijos con Eva. En realidad
no tuvieron hijos, y a Hitler se le oyó decir a menudo que los hijos de los
hombres célebres lo tenían todo en su contra en la vida.
Los dos hijos atribuidos a Eva eran probablemente los de una
señora apellidada Schneider, una amiga de Eva que había residido muchos años en
la Berghof.
Eva Braun tiene dos hermanas. Una es Gretel Braun, que se
casó con el Gruppenführer Fegelein el año pasado, y la otra Ilse Braun, que se
casó en Breslau. La segunda no tuvo ningún papel destacado en la vida de Eva y
las dos se vieron muy poco. Gretel, sin embargo, vio mucho a Eva en la Berghof
y compartieron una pequeña mansión en Munich, en la Wasserburgerstrasse. Eva
recurría mucho a su hermana menor, que la servía casi como si fuese su doncella
personal, y representaba el papel de «gran señora» incluso en el reducido
círculo de su familia. Sus padres eran personas modestas que llevaban una vida
solitaria y nunca estuvieron en el primer plano de los intereses de Eva.
Al estallar la guerra, el padre de Eva quiso enrolarse en el
ejército, aunque era ya un anciano retirado, y al final le dieron el empleo de
pagador.
Gretel Braun era de carácter desprendido y bondadoso, pero
se dejaba influir fácilmente por los demás. Es muy probable que contrajera
matrimonio más en un arrebato de fantasía que guiada por el principio del amor.
Hitler apreciaba a Gretel y le gustaba su compañía. A menudo
charlaba con ella a solas y disfrutaba con el «sentido práctico» que la
caracterizaba. Entre los invitados que frecuentaban la Berghof había una señora
llamada Marion Schönmann. Su marido era arquitecto en Munich y aparecía poco
por la Berghof. Marion conocía a Hoffmann y era amiga de Eva Braun. Era de origen
austriaco y a través de cierta «tía Lu» estaba estrechamente relacionada con
círculos de la Ópera de Viena. Gracias a sus recuerdos de la época de la
juventud de Hitler sostuvo muchas charlas con éste. Nunca se hablaba de sus
padres. Entendía mucho de arte y tenía un conocimiento de su historia
insólitamente amplio. Con su notable agudeza y una inteligencia por encima de
la media, daba la pauta de las conversaciones femeninas cuando estaba en la
Berghof. Por su viveza y animación era una vienesa típica. Esta señora
cuarentona –Hitler habría dicho «ni siquiera de cuarenta»– tenía una
experiencia de la vida infinita y la rara virtud de ser capaz de influir en el
Führer. Era una conversadora excelente y siempre sabía indicar su posición en
las discusiones con palabras muy selectas, aunque fueran contrarias a las
conocidas convicciones de Hitler. No vacilaba en criticar los defectos de
cualquier destacado dirigente del partido. Y es lógico que mostrara un interés
concreto por la situación imperante en Viena (Schirach)32 y en
Munich. Cuando las discusiones se ponían demasiado serias, Hitler solía
llevarlas a canales más ligeros y defender los intereses de sus hombres. En
ocasiones se volvían demasiado acaloradas, pero Hitler trataba el asunto con
mucho tacto y la señora Marion no rebasaba los límites de la buena educación.
En los últimos tiempos se hizo patente cierta fricción entre Hitler y Eva en la
que Heinrich Hoffmann tuvo algún papel.
Hay que subrayar que la relación de Hitler con Marion no
parece que suscitara los celos de Eva. Sin embargo, para que no se enrareciera
el ambiente, Marion se mantuvo alejada de la Berghof, exceptuando unas cuantas
visitas ocasionales. Cabe la posibilidad de que las conversaciones molestaran
de algún modo a Hitler, porque éste no solicitó su presencia. Había otras
mujeres con mucha menos influencia en su vida que se limitaban a estar cerca de
sus maridos, porque era deseo de Hitler que los cónyuges vivieran juntos si
podían. Cuando se reformó la Berghof, se añadieron las habitaciones
correspondientes para que los ayudantes alojaran allí a sus mujeres.
Los ayudantes y segundos de Hitler dispusieron de espacio
suficiente para instalarse con sus esposas cuando terminó de construirse la
nueva Berghof. Mi mujer, Anni Brandt, pertenecía a este círculo. Conocía a
Hitler desde 1925 y, dicho sea de paso, fue campeona de natación de Alemania
durante varios años seguidos. Hitler la trató siempre con cordialidad, pero
ella no tenía interés por destacar. La señora Speer estaba en una situación
parecida. No representó nunca ningún papel político y era conocida por su
discreción. Tanto la señora Speer como la mía trataron a Eva Braun con más
confianza en los últimos años que cuando se habían conocido. El profesor Morell
y su mujer entraron en el círculo de amigos de Hitler en 1935. Los dos se
esforzaban por estar en buenas relaciones con Eva Braun y, a diferencia de los
demás huéspedes, la colmaban de regalos (bolsos, joyeros, etcétera). Hasta
entonces no había sido costumbre hacer esto en la Berghof. La señora Morell,
cuyo pasado no era de los que enorgullecen, tenía poco en común con los demás
invitados y quizá por este motivo se aferraba a Eva Braun. Puede que con este
contacto quisiera ayudar a su marido, que aspiraba a dirigir una empresa farmacéutica.
Como mujer y como ser humano me causó poca impresión. La mujer del jefe
nacional Bormann aparecía por la Berghof muy de tarde en tarde. Era tan modesta
que se quedaba siempre en segundo plano. Además, su marido le habría prohibido
manifestar cualquier rasgo de independencia. Vivía con sus ocho hijos en una
casa situada a unos minutos de la Berghof.
Ninguna otra tuvo un papel digno de nota. La señora Von
Bülow, una persona muy vital y entusiasta, gozaba de mucha celebridad. En
general, sin embargo, no había lazos personales entre estas señoras y Eva Braun
y Hitler.
Las secretarias de Hitler tenían un papel propio. Esto se
debía no sólo a que acompañaban alternativamente [sic] a Hitler en sus viajes y, por tanto, estaban presentes en los
acontecimientos importantes, sino también a que pertenecían al círculo privado
y participaban en la vida social de la Berghof. Por ser la más veterana, la
secretaria personal de Hitler era la señorita Johanna Wolf, que antes lo había
sido de Dietrich Eckart.33 Tenía cualidades humanas muy
características. A pesar de su elevada posición, la señorita Wolf llevaba una
vida muy humilde y, cuando el trabajo se lo permitía, se quedaba con su
octogenaria madre. Fue una persona útil en todas las ocasiones e hizo alarde de
muchísimo tacto zanjando polémicas ocasionales. A veces daba muestras de un
gran sentido del humor, no obstante ser una mujer algo melancólica.
Fue una leal colaboradora de Hitler y le dio lo mejor de sí
misma, a pesar de su estado de salud. A causa de sus problemas de corazón y
vesícula, las secretarias más jóvenes la desplazaban y no siempre con buenos
modos. Hitler se prepocupaba mucho por su bienestar y porque tuviera las
revisiones médicas, los tratamientos y las terapias de rigor. Daba la sensación
de que a causa de su natural taciturno y bondadoso se había creado una especie
de vínculo afectivo entre Hitler y ella. Otro factor que contibuía a la
excelencia de sus relaciones con él era su carácter abierto y excepcionalmente
franco. Al principio de la guerra, Hitler tenía dos secretarias, la señorita
Wolf y Christa Schröder. Las sustituyó en contadas ocasiones la señorita
Daranowski.
La señorita Schröder tenía mucho talento y la rara virtud de
saber tratar a la gente. Por otro lado, era una persona muy crítica. Su
perseverancia era enorme y, por poner un ejemplo, recuerdo que le dictaban
durante varios días con sus noches, sin parar. Hasta el último día [de su
actividad como secretaria] expresó sus opiniones sin vacilar, aunque fueran
contrarias a las convicciones de Hitler. En ocasiones estallaba alguna polémica
por este motivo y la señorita Schröder se apartaba de la Berghof, o la
apartaban. Aunque esta situación le creaba dificultades, no renunció a su
derecho a criticar a Hitler hasta extremos peligrosos.
Ni como ser humano ni, desde luego, como mujer, llegó a
tener una relación estrecha con Hitler. En los últimos años estuvo
constantemente en tratamiento médico. Tenía problemas hormonales y seguía una
terapia larga y continua en diferentes clínicas. La querían tanto sus colegas
como los colaboradores de Hitler.
A causa del régimen de trabajo durante la guerra, acabó
adoptando una especie de servilismo campesino.
La señorita G. Daranowski, que se casó con el general
Christian, uno de los últimos ayudantes de Hitler para asuntos de aviación,
desempeñó un papel especial en el círculo de las secretarias. Era una mujer
moderna que tenía muchísima vitalidad. Se le notaba el deseo de complacer.
Profesionalmente era eficaz y aunque su paciencia era comparable a la de la
señorita Schröder, su carácter era diametralmente opuesto. Cuando hablaba con
Hitler, siempre estaba de acuerdo con él y evitaba toda clase de polémicas. No
hay duda de que tenía una influencia femenina en él.
Se esforzaba al máximo por potenciar estos aspectos. No la
movían motivos altruistas, sino la resolución de tener un papel concreto cerca
de Hitler o de conseguir algún privilegio personal. En este apartado hay que
citar su matrimonio con el futuro general Christian, que fue nombrado jefe del
Departamento Operativo de la Luftwaffe por orden de Hitler y contra los deseos
e intereses de Göring. Es de creer que la señorita Daranowski, que siguió
siendo secretaria de Hitler incluso después de casarse con el general, tuvo un
papel decisivo en este nombramiento.
Sus relaciones con Eva Braun eran tensas, como es lógico.
Hitler lo sabía. Este hecho, sin embargo, no se hizo notar durante aquellos
años, y en las ocasiones en que Hitler estaba en el cuartel general, estuvieran
las secretarias donde estuviesen, la señorita Daranowski era siempre el centro
de la atención en las charlas informales que se celebraban por la noche.
Indiscutiblemente hay que achacar a su influencia el que Hitler –sin duda, a
causa de sus insinuaciones en relación con la mala salud de la señorita Wolf y
de la señorita Schröder– apartara de su lado a estas dos secretarias y las
enviara a clínicas donde permanecían mucho tiempo.
La señora Christian no parece que fuera particularmente
afectuosa con su marido. (Es evidente que cualquiera puede equivocarse en este
punto.) Se molestaba poco por los tres hijos que había tenido durante su
matrimonio anterior. Estaban juntos unos días, los enviaba con sus abuelos y
allí se quedaban. Lo que pasaba era que la señora Christian coqueteaba con la
idea de ser «madre» de tres niños y con las difíciles obligaciones que tenía
ante sí.
Un antiguo criado de Hitler, Junge, contrajo matrimonio con
una secretaria enviada como ayudante por la secretaría del Führer. La señora
Junge, natural de Munich y muy joven para tan privilegiada posición, brilló
inmediatamente en el nuevo entorno. Con su amabilidad y encanto, tenía la
palabra justa para todos. Muy pronto pasó a ser de los miembros del círculo de
Hitler que más se echarían de menos. Combinaba una ingenuidad probablemente
forzada con la lozanía y espontaneidad de la juventud. Era lista, por no decir
«maliciosa». Aunque deseaba tener un papel propio, no competía con sus colegas
ni las desacreditaba. Hitler la apreciaba, aunque la trataba con un talante más
bien paternal. A menudo señalaba lo mucho que llegaría a parecerse a la
señorita Braun.
La señorita Martiali era de Innbsruck. Su padre era griego;
su madre, tirolesa. Había estudiado en una escuela de economía doméstica y
estaba temporalmente con el profesor Zabel en Berchtesgaden. Éste había
prescrito el año anterior la dieta vegetariana de Hitler cuyos componentes
solía enviar a la Berghof desde su clínica. La señorita Martiali iba a veces a
la cocina a preparar las comidas. Hitler tenía crecientes problemas
intestinales y como la ayudante dietética (una medio judía) que le había
enviado Mariscal Antonescu34 estaba ausente, la elección recayó en
la señorita Martiali. Era de aspecto vulgar y siempre pasaba inadvertida. Era
increíblemente humilde y discreta, pero a veces estaba presente en los tés
vespertinos del cuartel general. Sólo hablaba cuando le preguntaban. Le costaba
conseguir que las comidas de Hitler fueran nutritivas y variadas, ya que
contaba con pocas posibilidades. Por ejemplo, le preparaba dulces con un esmero
infinito. Hitler valoraba y agradecía aquella atención personal. No pasaba un
día sin que lo sacara a relucir y hablaba con frecuencia de la siguiente comida
y de las sorpresas que le reservaba la señorita Martiali. Era casi como si la conocida
expresión de que «al hombre se le conquista por el estómago» fuera verdad en
este caso. Hitler, que casi siempre comía solo, la invitaba a menudo a su mesa
con el pretexto de que debía probar sus propios platos. Llegó tan lejos esta
costumbre que, estando en Berlín, la señorita Braun quedaba relegada y tenía
que comer sola mientras Hitler comía o cenaba con la señorita Martiali o, en
otras ocasiones, con una u otra secretaria. La señorita Martiali era consciente
de su posición y en consecuencia quiso tener un papel decisivo. Es imposible
saber hasta dónde lo consiguió. Se sabe, sin embargo, que a causa de este
particular surgían a veces diferencias entre Hitler y la señorita Braun, aunque
ninguna movió a Hitler a efectuar ningún cambio.
Las mujeres mencionadas más arriba, como las señoritas Wolf
o Schröder, desempeñaron durante la guerra un papel distinto del que habían
tenido antes. Que se enrolaran como mujeres significaba que tenían que
acostumbrarse a una forma de vida más ruda. Desde un punto de vista masculino
desempeñaban un papel especial. Proporcionaban un entretenimiento agradable
incluso a Hitler, sobre todo por la noche. Cuando acababan las conversaciones
sobre la situación, a medianoche e incluso a las dos de la madrugada, empezaban
los llamados «tés». Todas las mujeres participaban o acudían alternativamente [sic]. Algunas habían dormido ya, así
que estaban despejadas y animadas. También asistían algunos miembros del
servicio personal de Hitler y sus ayudantes militares, pero eran los únicos
soldados. Había unos ocho sillones alrededor de una mesa redonda y en ellos se
sentaban los invitados solteros. La señorita Daranowski se ponía casi siempre a
la izquierda de Hitler, cuya derecha ocupaba otra mujer, en los últimos tiempos
la señorita Martiali. Los temas de conversación eran variados, naturalmente. A
veces se comentaba un suceso de gran importancia, pero por lo general se
tocaban trivialidades. No puede pasarse por alto que el perro lobo de Hitler
tenía un papel totalmente insoportable en aquellas veladas.
La casa que tenía Hitler en Munich, en la
Prinzregentenstrasse, estaba al cuidado de un matrimonio apellidado Winter. El
marido se encargaba de todos los detalles de la vivienda, de las reparaciones,
etcétera, pero el trabajo principal lo hacía la señora Winter, que tenía el
cargo de ama de llaves. Hacía mucho que conocía a Hitler. Era de procedencia
humilde. Mantenía la casa, de cinco habitaciones, en orden, y cuidaba de Hitler
–en lo que no era competencia de los criados de sexo masculino– cuando estaba
en la ciudad. Le preparaba comidas sencillas, consistentes sobre todo en
huevos, verduras y ensaladas. Además, y por encima de esta actividad,
desempeñaba cierto papel porque le contaba todos los chismes de Munich y le
ponía delante muchas solicitudes y asuntos que se le dirigían. Las cuestiones
graves, como es lógico, las pasaba a la secretaría. Todo ello, indudablemente,
le daba una posición clave, aunque fuera pequeña, desde la que podía influir en
Hitler a propósito de determinadas personas o de sus actividades. Se tenía la
impresión de que Hitler concedía importancia a las opiniones de esta señora y
de que a menudo le pedía su parecer. Cuando estos detalles se conocieron, se
supo que ciertas personas influyentes trataban con mucha cortesía y
consideración a esta mujer que no tenía nada de sencilla. El Gauleiter Wagner,35
por ejemplo, le hacía llegar entradas de teatro. Ella adoptaba la actitud de
señora que se moviera en los círculos más altos, pero tenía buen corazón y
ayudaba a muchas personas humildes a obtener ciertos servicios y a conseguir
entrevistas, incluso con Hitler. Sus relaciones con la señorita Braun, de la
que también cuidaba, eran buenas. Atendía las llamadas telefónicas, y este
hecho hacía ya que su posición fuera de confianza. La conocían bien en todo
Munich, y donde no la conocían, ella misma se apresuraba a remediarlo.
Hitler mencionaba en sus conversaciones a ciertas mujeres
que le llamaban la atención por sus particularidades o su personalidad. Si en
primer lugar hay que mencionar a la señora Hess es por lo mucho que Hitler la
detestaba. Cuando se presentaba la ocasión de emitir un juicio adverso, ella
era el blanco. Decía que era una modalidad de «marimacho» que por ambición
quería dominar al hombre y en el proceso casi perdía la feminidad. Su interés
por la artesanía, que no compartía con Hitler, resulta curiosa, pero carece de
importancia. Cuando, tras muchos años de matrimonio, tuvo un niño al que se
entregó con devoción, Hitler calificó sus sentimientos de «teatrales».
Fue la primera en llamar «jefe» a Hitler y por este nombre
se le conoció durante muchos años en su círculo de colaboradores inmediatos. No
se sabe si había otras razones, de índole personal, para explicar las malas
relaciones que había entre Hitler y la familia de su antiguo lugarteniente. Es
probable que esta inteligente mujer de actitud sobria nunca tuviera ninguna
afinidad con un hombre del calibre de Hitler.
Había en Munich otra mujer, la señora Troost, a la que
Hitler había concedido el título de «profesora». Era esposa del arquitecto
Troost36 que había proyectado los edificios del NSDAP y el Haus der
Kunst [museo] de Munich. La señora Troost, aunque carente de encanto exterior,
tenía una inteligencia por encima de lo normal. Ambiciosa y lista, sabía la
manera, gracias a los intereses intelectuales que compartía con Hitler, de
representar un papel destacado, si no el principal, en los círculos artísticos
de Munich. Era lógico que en dichos círculos se la temiera y fuera duramente
criticada. Tenía una notable sensibilidad para el color y en la continuación de
la obra de su difunto esposo ha influido en todos los aspectos cromáticos de
los nuevos edificios públicos de Munich y en su arquitectura interior. Sabía
exponer a Hitler los efectos de las gradaciones de color, y como le gustaban
tanto los colores recios de la época de Makart como los matices más delicados,
le costaba poco coincidir completamente con Hitler. Cada vez que éste iba a
Munich, si podía se dejaba caer al poco de llegar por el «Atelier Troost»,
donde se quedaba charlando durante horas con la señora Troost y su colega el
profesor Leonhard Gall, de cosas en general, pero sobre todo de temas
relacionados con el arte. No es de extrañar que la señora Troost fuera una
invitada casi permanente a las sencillas comidas que se celebraban en la
Osteria Bavaria de la Briennestrasse. Como solía ser la única mujer presente,
se sentaba a la derecha de Hitler y desde allí dirigían los dos la
conversación.
Al círculo de Munich pertenecían también dos mujeres
mayores. Una era la señora Bruckmann, viuda del editor de libros de arte, a la
que Hitler visitaba a veces. Las horas que pasó con esta inteligente mujer que
andaba ya por los setenta y tantos años tuvieron siempre un valor especial para
Hitler. Aunque es indudable que sus charlas girarían alrededor de recuerdos, él
valoraba tanto el enfoque que esta mujer daba a las cosas que luego hablaba
durante algún tiempo sobre el particular e incluso lo sacaba a relucir al cabo
de unas semanas.
Lo mismo puede decirse en relación con la señora Hoffmann,
que a pesar de haber rebasado los ochenta seguía siendo una mujer fuerte y
tenía un cariño especial a Hitler. Éste no dudaba en desplazarse de Berlín a
Munich para felicitarla personalmente por su cumpleaños. La señora Hoffmann
estuvo entre los primeros que se afiliaron al partido en Munich y para Hitler
formaba parte de él. Ninguna de estas dos señoras desempeñó ningún papel
político.
La visita de ocho días a Bayreuth para asistir al festival
wagneriano representaba una interrupción especial de las actividades del año.
Hitler se alojaba en un anexo de la casa Wahnfried, por lo general solo, con su
ayudante Schaub, o Brückner, y un criado. En la planta baja del anexo había un
comedor grande, para veinticinco o treinta personas, un salón de tamaño
proporcional y una terraza que daba al viejo jardín. El anexo comunicaba con
Wahnfried, donde vivía la familia Wagner, por un camino cubierto. La semana del
festival era para Hitler, al margen de las emociones musicales que le
produjeran las óperas, una prueba de su amistad con la familia Wagner. Tenía
relaciones cordiales con todos desde que los niños eran muy pequeños. Fue
entrando en la intimidad del círculo familiar conforme los niños crecían.
Siempre estaba preparado para ayudar a la señora Wagner37 con
palabras y con hechos. Hacía mucho que existía una fuerte amistad intelectual
entre Hitler y esta mujer prudente y de inteligencia prodigiosa. Puede que
tuviera algún papel en todo esto la actitud independiente ante la vida y sus
objetivos que dominaba en la casa Wahnfried, pero, por encima de todo, la
influencia decisiva la ejerció la personalidad de la señora Wagner. Es difícil
decir hasta qué punto se complementaban estos dos complejos caracteres. Los dos
veneraban profundamente a Richard Wagner y su música.38 Quizá fuera
éste el factor decisivo por el que se había casado con Siegfried Wagner.
Entonces era muy joven y sin duda estaba muy influida por el gran Richard
Wagner. También es lícito suponer con alguna seguridad que la presencia de la
señora Cosima Wagner, llena de vitalidad incluso en su larguísima vejez,
tuviera peso en este círculo. A las veladas sociales de Wahnfried acudía la más
dotada gente del teatro, elevando a un nivel extraordinario lo más brillante de
la vida artística de Alemania. Conviene subrayar esta atmósfera artística para
entender que era inevitable que atrajese a Hitler. Nada más lógico que la
señora Wagner dominara este círculo, porque había tenido que luchar en
condiciones muy difíciles para conseguir que el Festival de Bayreuth recuperase
su forma primitiva.39 No sabría decir si ella misma había buscado
las relaciones con Hitler por este motivo. Si fue así, ello nos hablaría más de
la astucia de la señora Wagner que de la nobleza de su carácter. Sí quiso
influir en las ideas políticas del Führer, pero como se veían muy poco, su
influencia tuvo que ser escasa, y más en las ocasiones críticas. Como su
círculo de conocidos era amplio, ella misma solía formular las peticiones, y
como casi todas pasaban por mis manos, sé que la mayoría se refería a la
opresión política ejercida sobre personas de sangre semijudía. En estos casos,
Hitler procuraba siempre resolver el asunto en el sentido deseado por la señora
Wagner. Los rumores de que las relaciones de ambos eran íntimas carecen de todo
fundamento.
Todos los hijos de la señora Wagner, exceptuando a la hija
mayor, Mouse, eran devotos de Hitler. Ésta, aunque tan inteligente como sus
hermanos, había sido eclipsada por su encantadora hermana Verena. Hitler, que
sin duda se daba cuenta de esta situación, aumentaba la tensión en vez de
evitarla o reducirla. Llegó un momento en que la hija mayor, probablemente
dolida por algún episodio concreto, se trasladó a Suiza y allí se dedicó a
criticar abiertamente a Hitler. Lo que publicó la prensa indica lo lejos que
fue. Apelaba a su origen, que, según ella, justificaba su actitud. Como su
madre era inglesa, se consideraba inglesa en la misma medida en que sus
hermanos se consideraban alemanes. Esta cuestión no se mencionaba nunca en
Wahnfried delante de terceros. Es indudable que Hitler veía una especie de alta
traición en esta actitud de la hermana mayor y la condenaba en consecuencia.
Tampoco él hablaba de este asunto fuera del círculo íntimo, pero de vez en
cuando lo recordaba para condenarlo con la mayor energía.
Hitler apenas tenía relación con su propia familia. Durante
los años 1932, 1933 y 1934 su hermana Angelika40 le cuidó la casa
Wachenfeld, que más tarde fue la Berghof. En esta pequeña casa se la consideraba
el ama de llaves y hacía lo posible por hacerle la vida agradable a su hermano,
al que adoraba. Lo cuidaba con abnegación maternal y es indudable que Hitler
apreciaba aquella actitud en lo que valía. A causa de un conflicto cuyo origen
se desconoce, pero que se disolvió con el tiempo, Angelika se fue de
Wachenfeld, que aproximadamente fue cuando se volvió inhabitable a causa de las
reformas. La señora Raubal se casó entonces con cierto profesor Hamitsch del
Instituto Técnico de Dresde, y se mantuvo lejos de Hitler durante mucho tiempo.
Hitler, en cambio, hablaba a menudo de ella y de sus «dotes» para dirigir la
casa. También hablaba con frecuencia de su madre, a la que veneraba. Decía que
había sido una mujer sencilla e increíblemente bondadosa que había criado a sus
hijos con muchas dificultades y paciencia y que siempre había estado dispuesta
a ayudarlos. «Qué desgraciada se habría sentido si hubiera visto a su hijo en
esta posición y con esta responsabilidad; es probable que esta mujercita ni
siquiera se hubiera atrevido a visitarlo.» Quería plasmar su amor por su madre
en algo visible y quería que el arquitecto Giessler levantase en Linz,41
a orillas del Danubio, un alto campanario, que sería la base para la
construcción de un mausoleo que contendría los restos de sus padres.
Fdo. Dr. Karl Brandt