Panorama desde el puente

 

La calle y la fachada de una casa pobre. El frente es totalmente escueto, apenas un bosquejo. La zona principal, donde se desarrolla la acción, es el comedor y sala de estar del apartamento de Eddie. Es una vivienda obrera, limpia, sobria, acogedora. Al fondo hay una mecedora; en el centro, una mesa de comedor redonda con sillas; y un fonógrafo portátil.

En la parte de atrás está la puerta del dormitorio y una abertura a la cocina; no se ve ninguna de estas habitaciones interiores.

A la derecha, en primer término, un escritorio. Es el bufete del señor alfieri.

También hay una cabina de teléfono. Como no se utilizará hasta las últimas escenas, puede estar oculta o a la vista.

Una escalera conduce al apartamento, y luego sigue hasta el piso de arriba, que no se ve.

Unas rampas que representan la calle cruzan el escenario de derecha a izquierda.

Al levantarse el telón, Louis y Mike, estibadores, juegan a tirar monedas contra la pared del edificio de la izquierda.

A lo lejos se oye una sirena.

 

(Entra Alfieri, un abogado de unos cincuenta años, medio canoso; corpulento, jovial, reflexivo. Cuando pasa, los dos jugadores le saludan con la cabeza. Cruza el escenario hasta su escritorio, se quita el sombrero, se pasa los dedos por el pelo y, sonriendo, se dirige al público.)

 

alfieri: Ustedes no lo saben, pero acaba de pasar una cosa divertida. ¿Han visto con qué recelo me han saludado? Es porque soy abogado. En este vecindario, encontrarse por la calle con un abogado o con un cura trae mala suerte. Nos relacionan con desastres y prefieren guardar distancias. A veces pienso que detrás de este saludo tan conciso hay tres mil años de desconfianza. Un abogado representa la ley, y en Sicilia, de donde vinieron sus padres, la ley no representa nada bueno desde que los griegos se fueron de allá. Tiendo a ver la ruina que ocultan las cosas, quizá porque nací en Italia… Cuando vine a esta país tenía veinticinco años. En aquella época Al Capone, el más grande de los cartagineses, estaba aprendiendo su oficio en estas mismas calles, y a Frankie Yale lo partió por la mitad una metralleta en la esquina de Union Square, a dos manzanas de aquí. Oh, sí, aquí muchos recibieron una muerte justa de manos de hombres injustos. Aquí la justicia es una cosa muy importante. Pero esto es Red Hook, no Sicilia. Una barriada frente a la bahía, en el lado del puente de Brooklyn que mira al mar. El gaznate de Nueva York, que se traga el tonelaje del mundo entero. Y nosotros somos gente civilizada, americanos de los pies a la cabeza. Ahora nos conformamos con la mitad. Yo creo que así es mejor. Ahora ya no guardo una pistola en el archivador. Y mi trabajo no tiene nada de romántico. Mi mujer me lo ha advertido, y mis amigos también: dicen que la gente de este barrio no es elegante, que no tiene glamour. Al fin y al cabo, ¿con qué gente he tratado yo toda mi vida? Estibadores y mujeres de estibadores, y padres y abuelos, indemnizaciones, desahucios, riñas familiares –los pequeños problemas de los pobres– y aun así… cada tantos años aún se presenta un caso, y cuando las partes me cuentan su problema, el aire quieto de mi oficina se llena de repente del olor verde del mar, una brisa limpia el polvo y uno piensa que en el reinado de algún César, quizás en Calabria o en los acantilados de Siracusa, otro abogado, vestido de otro modo, oyó la misma demanda, y se quedó sentado, sin poder hacer nada, como yo, viéndola seguir su infortunado curso. (Ha entrado Eddie y ha estado jugando con los dos hombres y la luz lo individualiza. Tiene unos cuarenta años, es un estibador fornido, algo grueso.) Su nombre es Eddie Carbone, un estibador que trabaja en los muelles que van del Puente hasta el rompeolas, donde empieza el mar abierto.

         

(Alfieri desaparece en la oscuridad.)

 

eddie (avanzando unos pasos hacia la entrada de la casa): Bueno, hasta la vista.

 

(Catherine entra desde la cocina, cruza la pieza hasta la ventana, mira hacia fuera.)

 

louis: ¿Trabajas mañana?

eddie: Sí, aún queda un día en el barco. Hasta luego, Louis.

 

(Eddie entra en la casa y sube la luz en el apartamento. Catherine saluda a Louis por la ventana y se vuelve hacia eddie.)

 

catherine: ¡Hey, Eddie!

 

(Este recibimiento complace a Eddie y al mismo tiempo le trastorna; cuelga la gorra y la chaqueta.)

 

eddie: ¿Adónde vas vestida de esta manera?

catherine: (pasándose las manos por la falda): Lo acabo de comprar. ¿Te gusta?

eddie: Sí, es bonito. ¿Y qué te has hecho en el pelo?

catherine: ¿Te gusta? He cambiado de peinado. (Gritando hacia la cocina): ¡Bea, ya está aquí!

eddie: Preciosa. Date la vuelta, deja que te vea por detrás. (Ella se da la vuelta para que él la vea.) ¡Ay, si tu madre viviera para verte así! No se lo creería.

catherine: Te gusta, ¿eh?

eddie: Pareces una de esas chicas que han ido a la universidad. ¿Adónde vas?

catherine (cogiéndole del brazo): Espera a que venga Bea y te diré una cosa. Ven, siéntate. (Lo lleva a la butaca. Gritando hacia fuera.) ¡Venga, date prisa, Bea!

eddie (sentándose): Pero bueno, ¿qué pasa aquí?

catherine: Te traigo una cerveza, ¿vale?

eddie: Venga, dime qué ha pasado. Ven aquí y cuéntamelo.

catherine: Quiero esperar a que venga Bea. (Se pone en cuclillas a su lado.) Adivina cuánto he pagado por la falda.

eddie: La encuentro un poco corta, ¿no?

catherine (levantándose): ¡No! Si estoy de pie, no.

eddie: Sí, pero en algún momento te habrás de sentar.

catherine: Eddie, es como se llevan ahora. (Camina para que él la vea.) Quiero decir, si me vieras venir andando por la calle…

eddie: Oye, cuando te veo andando por la calle se me ponen los pelos de punta, te lo digo en serio.

catherine: ¿Por qué?

eddie: Catherine, no quiero ser un pelma, pero de verdad te lo digo, que te meneas al andar.

catherine: ¿Que yo me meneo?

eddie: Sí, y no me lleves la contra, Katie, ¡te meneas! Y no me gusta cómo te miran en el bar. Y luego con esos tacones por la acera, clac, clac, clac. Todos se dan la vuelta como si fueran molinos.

catherine: Bah, los chicos miran a todas las chicas, tú ya lo sabes.

eddie: Tú no eres «todas las chicas».

catherine (a punto de llorar porque él la censura): ¿Y qué quieres que haga? ¿Quieres que…?

eddie: Va, niña, va, no te pongas así.

catherine: Es que no sé qué quieres que haga.

eddie: Katie, se lo prometí a tu madre en su lecho de muerte. Soy responsable de ti. Tú eres una niña y estas cosas no las entiendes. Como… como cuando estabas ahora asomada a la ventana, diciendo adiós.

catherine: ¡Estaba saludando a Louis!

eddie: Oye, te podría contar unas cosas de Louis que no le volverías a saludar nunca más.

catherine (tratando de cambiar de tema en broma): Ay, Eddie, ¡ojalá hubiera un chico del que no me pudieras contar alguna cosa!