Jane Austen y Orgullo y
prejuicio
[fragmento]
Los hechos
de la vida de Jane Austen se pueden contar con muy pocas palabras. Los Austen
eran una antigua familia cuya fortuna, como la de muchas de las más importantes
familias de Inglaterra, se había basado en el comercio de la lana, que en otros
tiempos fue la principal industria del país; y habiendo ganado dinero, también
como otras de mayor importancia, habían comprado tierras y de ese modo, con el
tiempo, pasaron a engrosar las filas de la pequeña nobleza terrateniente. Pero
al parecer la rama de la familia a la que pertenecía Jane Austen heredó muy
poco de la riqueza que los demás miembros poseían. El padre de Jane, George
Austen, era hijo de William Austen, cirujano de Tonbridge, una profesión que a
comienzos del siglo xviii no se tenía en mejor consideración que la de abogado; y,
como sabemos por Persuasión, todavía en la época de Jane Austen un
abogado era una persona carente de relevancia social. Lady Russell, «viuda de
sólo un Sir», se escandaliza de que la señorita Elliot, hija de un barón, se
relacione con la señora Clay, hija de un abogado, «que no debería ser para ella
más que objeto de distante cortesía». William Austen, el cirujano, murió
prematuramente, y su hermano, Francis Austen, envió al huérfano George a la
Tonbridge School y después al St. John's College de Oxford. Esto lo sé gracias
a las Conferencias Clark del doctor R. W. Champan, publicadas con el título de Jane
Austen. Hechos y problemas. Para los datos que siguen, estoy en deuda con ese
admirable libro.
George
Austen llegó a ser miembro de la junta de gobierno de su college y, al
recibir las órdenes sagradas, un pariente, Thomas Knight, de Godmersham, le
obsequió con el beneficio eclesiástico de Steventon, en Hampshire. Dos años
después, el tío de George Austen compró para éste el cercano beneficio de
Deane. Puesto que nada se nos dice de este hombre generoso, cabría suponer que,
como el señor Gardner de Orgullo y prejuicio, era comerciante.
El
reverendo George Austen se casó con Cassandra Leigh, hija de Thomas Leigh, miembro
de la junta de gobierno del All Souls College y titular del beneficio
eclesiástico de Harpsden, cerca de Henley. Cassandra estaba lo que en mi
juventud se llamaba bien relacionada, es decir, como los Hare de Hurstmonceux,
estaba emparentada con miembros de la pequeña nobleza terrateniente y la
aristocracia. Para el hijo del cirujano, la unión significó un ascenso. Del
matrimonio nacieron ocho vástagos: dos hijas, Cassandra y Jane, y seis hijos.
Para aumentar sus ingresos, el párroco de Steventon daba clases, y sus hijos se
educaron en casa. Dos de sus hijos ingresaron después en el St. John's College
de Oxford, pues estaban emparentados por línea materna con el fundador; de uno
de ellos, de nombre George, nada se sabe, y el doctor Chapman insinúa que era
sordomudo; otros dos se enrolaron en la marina de guerra y sus carreras fueron
distinguidas: el más afortunado sería Edward, que fue adoptado por Thomas
Knight y heredó sus propiedades en Kent y Hampshire.
Jane, la
hija menor de la señora Austen, nació en 1775. Cuando tenía veintiséis años, su
padre renunció al beneficio eclesiástico en favor de su hijo mayor, que había
recibido las órdenes sagradas, y se trasladó a Bath. Allí murió en 1805, y unos
meses después su viuda y las hijas del matrimonio se establecieron en
Southampton. Desde allí, con ocasión de una visita que hizo con su madre, Jane
escribió a su hermana Cassandra:
«Sólo encontramos en casa a la señora Lance, y si cuenta con algún
vástago además de un espléndido pianoforte, no apareció. [...] Su estilo de
vida es magnífico y son ricos, y a ella parece gustarle ser rica; le dimos a
entender que estábamos lejos de serlo; no tardará en pensar que no somos dignas
de conocerla».
En efecto,
la señora Austen había quedado en una situación económica no muy boyante, pero
sus hijos aportaban lo suficiente a su renta para permitirle vivir con un
desahogo aceptable. Edward, después de hacer el viaje cultural de rigor por
Europa, se casó con Elizabeth, hija de Sir Brook Bridges, barón, de
Goodnestone, y tres años después de la muerte de Thomas Knight, acaecida en
1794, su viuda le cedió Godmersham y Chawton y se retiró a Canterbury con una
renta anual. Muchos años más tarde, Edward ofreció a su madre que eligiera una
casa en una de sus dos propiedades; ella se decidió por Chawton, y allí vivió
Jane, que visitaba ocasionalmente, a veces durante muchas semanas, a amigos y
parientes, hasta que la enfermedad le obligó a viajar a Winchester para ponerse
en manos de mejores médicos que los que podía encontrar en el campo. En
Winchester murió en 1817. Fue enterrada en la catedral.
Se ha
dicho que Jane Austen era una persona muy atractiva:
«Era
bastante alta y esbelta, su andar, ligero y firme, y todo su aspecto rebosaba
salud y viveza. Tenía la tez morena clara, de color vivo, las mejillas
redondeadas, la boca y la nariz pequeñas y bien formadas, los ojos vivarachos
de color avellana y el cabello castaño formaba rizos naturales que le caían
rozándole las mejillas».
El único
retrato que he visto de ella representa a una joven de cara regordeta y rasgos
vulgares, ojos grandes y redondos y busto prominente; pero es posible que el
artista no le hiciera ni mucho menos justicia.
Jane
sentía un gran cariño por su hermana. Tanto de niñas como cuando ya eran
mujeres estuvieron muy unidas, e incluso compartieron el mismo dormitorio hasta
la muerte de Jane. Cuando Cassandra fue a la escuela, Jane la acompañó porque,
aunque era demasiado joven para sacar provecho de la instrucción que ofrecía el
seminario para señoritas, habría sido desdichada sin ella. «Si a Cassandra le
fueran a cortar la cabeza», decía su madre, «Jane insistiría en correr la misma
suerte.» «Cassandra era más guapa que Jane, de natural más frío y sosegado,
menos efusiva y alegre; tenía el mérito de mantener siempre a raya su genio,
pero a Jane le cabía la dicha de tener un genio que nunca debía ser dominado.»
La mayoría de las cartas de Jane que han llegado hasta nosotros están dirigidas
a Cassandra, se escribieron cuando una de las dos hermanas se hallaba fuera de
casa. A muchos de sus más fervientes admiradores les parecen intrascendentes, y
piensan que demuestran que era fría e insensible y que sus intereses eran
banales. Me sorprendente mucho. Son cartas muy naturales. Jane Austen nunca
imaginó que nadie salvo Cassandra las leería, por lo que le contaba ni más ni
menos que aquellas cosas que sabía que serían de su interés. Le hablaba de cómo
vestía la gente y le decía cuánto le había costado la muselina estampada que
había comprado, a qué personas había conocido, con qué viejos amigos se había
encontrado y los dimes y diretes que le habían contado.
En los
últimos años se han publicado varias colecciones epistolares de eminentes
escritores, y cuando las leo me asalta de vez en cuando la sospecha de que los
escritores acariciaban en el fondo la idea de que algún día pudieran llegar a
la imprenta. Y al enterarme de que habían guardado copias de sus cartas, la
sospecha se muda en certeza. Cuando André Gide manifestó su deseo de publicar
su correspondencia con Claudel, y éste, que tal vez no deseaba su publicación,
le dijo que sus cartas habían sido destruidas, Gide le respondió que no
importaba porque se había quedado con copias. El propio André Gide nos ha
contado que cuando descubrió que su esposa había quemado las cartas de amor que
él le había escrito, lloró durante una semana, pues las consideraba la cumbre
de su obra literaria y su principal reclamo para la posteridad. Cuando Dickens
emprendía un viaje, escribía a sus amigos largas cartas en las que describía
con todo lujo de detalles lo que de interesante había visto y, como observa
atinadamente su primer biógrafo, John Forster, esas cartas podrían haber sido
publicadas sin cambiar una sola palabra. La gente tenía más paciencia en
aquellos tiempos, pero aun así se nos habría caído el alma a los pies de haber
recibido una carta de un amigo en la que nos ofreciese imágenes verbales de
montañas y monumentos, cuando lo que nos habría gustado saber era si había
conocido a alguna persona interesante, a qué fiestas había asistido y si le
había sido posible conseguir los libros, corbatas o pañuelos que le habíamos
encargado.
En una de
sus cartas a Cassandra, Jane escribía:
«Domino ya
el verdadero arte de escribir cartas, que según se nos ha dicho siempre
consiste en expresar en el papel exactamente lo que se diría a la misma persona
de viva voz. En toda esta carta te he hablado casi tan rápido como he podido»
Y no le
faltaba razón, pues en eso consiste precisamente el arte de escribir cartas.
Ella lo logró con consumada facilidad, y puesto que dice que su conversación
era exactamente igual que sus cartas, y sus cartas están llenas de comentarios
ingeniosos, irónicos y maliciosos, podemos estar seguros de que su conversación
era deliciosa. Apenas hay cartas que no provoquen una sonrisa o una carcajada,
y para delectación del lector transcribiré algunos ejemplos de su estilo:
«Las
mujeres solteras tienen una terrible propensión a ser pobres, lo cual es un
argumento de mucho peso a favor del matrimonio».
«¡No hago
más que pensar en la muerte de la señora Holder! Pobre mujer, ha hecho lo único
en el mundo que podía hacer para que dejaran de maltratarla.»
«La señora
Hale, de Sherborne, dio a luz ayer a un niño muerto, unas semanas antes de lo
previsto, debido a un susto. Supongo que sin darse cuenta miró a su marido.»
«Hemos
sabido de la muerte de la señora W. K. No tenía la menor idea de que nadie la
apreciara, así que no sentí nada por ninguno de los vivos, pero ahora lo siento
por su marido y pienso que le habría ido mejor si se hubiera casado con la
señorita Sharpe.»
«Respeto a
la señora Chamberlayne por lo bien que se peina, pero no puedo tener una
opinión más compasiva. La señorita Langley es como cualquier otra muchacha
bajita, de nariz chata y boca grande, vestida a la moda y pecho al descubierto.
El almirante Stanhope es un hombre caballeroso, pero sus piernas son demasiado
cortas y su levita demasiado larga.»
«Eliza ha
visto a Lord Craven en Barton, y puede que ahora esté ya en Kentbury, donde se
lo esperaba un día de esta semana. Sus modales le parecieron de lo más
agradable. El pequeño defecto de tener una querida que ahora vive con él en
Ashdown Park parece ser la única circunstancia desagradable de su persona.»
«El señor
W. tiene veinticinco o veintiséis años, no es mal parecido y no es agradable.
Sin duda no aporta nada. Una suerte de disposición fría, caballerosa, pero muy
silenciosa. Dicen que se llama Henry, prueba de la desigualdad con que se
otorgan los dones de la fortuna. He conocido a numerosos John y Thomas mucho
más agradables.»
«La señora
R. Harvey va a casarse, pero como es un gran secreto y sólo lo sabe la mitad
del vecindario, no debes decir nada.»
«El doctor
Hale está tan profundamente abatido que su madre, su esposa o él mismo deben de
haberse muerto.»
A la
señorita Austen le encantaba bailar, y hacía a Cassandra la crónica de los
bailes a los que asistía:
«Sólo hubo
doce bailes, de los que bailé nueve, y lo único que me impidió bailar los demás
fue la falta de pareja».
«Había un
caballero, funcionario de Cheshire, un joven muy bien parecido, que, según me
contaron, ardía en deseos de serme presentado; pero como no lo deseaba lo
suficiente para tomarse mucha molestia en llevarlo a efecto, nunca pudimos
cumplirlo.»
«Había
pocas beldades, y las que había no eran muy guapas. La señorita Iremonger no
tenía buen aspecto y la señorita Blunt fue la única a la que acompañó el éxito.
Tenía exactamente la misma pinta que en septiembre, con idéntica cara ancha,
diadema de rombos, zapatos blancos, marido rosado y cuello gordo.»
«Charles
Powlett dio un baile el jueves para gran preocupación de todos sus vecinos,
desde luego, pues ya sabes que se toman un vivísimo interés por la situación de
sus finanzas, y no pierden las esperanzas de que pronto se arruine. Se ha
descubierto que su esposa es todo aquello que el vecindario desearía que fuera,
tonta y adusta, además de derrochadora.»
Un
pariente de los Austen, un tal doctor Urant, al parecer dio pie a habladurías
debido a su conducta, conducta tal que su esposa se volvió a vivir con su
madre, tras lo cual Jane escribió: «Pero como el doctor M. es clérigo, su
relación, por inmoral que sea, tiene un aire decoroso».
La
señorita Austen era muy mordaz y tenía un prodigioso sentido del humor. Le
gustaba reír y hacer reír a los demás. Es mucho pedir que el humorista se
guarde para sí una buena ocurrencia. Y bien sabe Dios lo difícil que resulta
ser divertido sin resultar a veces un poco malicioso. De la bondad
personificada no puede sacarse gran cosa. Jane era una aguda observadora de las
locuras de los demás, de sus pretensiones, su afectación y su falta de
sinceridad, y dice mucho en su favor el que le divirtieran en vez de
molestarle. Era demasiado afable para decirle a la gente algo que le doliesen,
pero no encontraba nada malo en divertirse con Cassandra a su costa. No veo
malevolencia en el más mordaz de sus comentarios; su humor se basaba, como debe
hacerlo el humor, en la observación y en el sentido común. Pero cuando la
ocasión lo requería, la señorita Austen podía ser seria. Aunque Edward Austen
heredó de Thomas Knight propiedades en Kent y en Hampshire, residió casi
siempre en Godmersham Park (cerca de Canterbury), donde Cassandra y Jane se
alternaban para pasar temporadas, a veces de hasta tres meses. La hija mayor de
Edward, Fanny, era la sobrina predilecta de Jane, y terminó casándose con Sir
Edward Knatchbull, cuyo hijo fue nombrado Lord y adoptó el título de Lord
Brabourne. Él fue el primero que publicó las cartas de Jane Austen. Hay dos
dirigidas a Fanny, en un momento en que la jovencita cavilaba sobre la
respuesta que debía dar a las atenciones de un joven que deseaba casarse con
ella. Ambas son admirables por su sereno sentido común y su ternura.
Para los
muchos admiradores de Jane Austen supuso una conmoción la publicación hace unos
años por Peter Quennell, en The Cornhill, de una carta que Fanny, a la
sazón Lady Knatchbull, escribió muchos años después de casarse a su hermana
menor, la señora Rice, en la que hablaba de su famosa tía. Es tan sorprendente,
pero tan característica de la época, que, con la oportuna autorización de Lord
Brabourne, la transcribo a continuación. La cursiva indica las palabras
subrayadas por la autora. Edward Austen cambió su apellido por el de Knight en
1812, por lo que tal vez sea oportuno señalar que la señora Knight a la que
Lady Knatchbull se refiere es la viuda de Thomas Knight. De las primeras líneas
de la carta se deduce que a la señora Rice le inquietaban algunos rumores que
habían llegado a sus oídos y que iban en desdoro de la reputación de su tía
Jane, y había escrito para indagar si por una terrible casualidad eran
verdaderas. He aquí la respuesta de Lady Knatchbull:
«Sí, mi
vida, es bien cierto que la tía Jane por diversas circunstancias no era tan
refinada como debería haberlo sido por su talento, y si hubiera vivido
cincuenta años después habría estado en muchos aspectos más acorde con nuestros
gustos más refinados. No eran ricas, y las personas de su entorno con las que
trataban principalmente no eran en absoluto de alcurnia, ni en pocas palabras
otra cosa que mediocres, y aunque desde luego eran superiores en facultades
mentales y cultura, no estaban al mismo nivel en lo que a refinamiento
se refiere; pero creo que más tarde su trato con la señora Knight (que era
muy cariñosa y amable con ellas) benefició a ambas, pues tía Jane era demasiado
inteligente para no desprenderse de todos los posibles signos de “vulgaridad”
(si se me permite tal expresión) y aprender a ser más refinada al menos en el
trato con la gente en general. Las dos tías (Cassandra y Jane) se criaron en la
más completa ignorancia del mundo y sus costumbres (me refiero a moda,
etcétera), y de no haber sido por el matrimonio de papá, que las llevó a Kent,
y por la amabilidad de la señora Knight, que a menudo tenía a una u otra
hermana viviendo con ella, habrían estado, aun no siendo menos inteligentes y
simpáticas de por sí, muy por debajo en cuanto a la buena sociedad y sus
costumbres. Te ruego que me disculpes si todo esto te incomoda, pero lo sentía
en la punta de mi pluma y decidí poner manos a la obra y contar la verdad. Se
acerca la hora de vestirme [...]
»Con todo
el cariño de tu querida hermana,
Esta carta
ha provocado la indignación de los adeptos de Jane, que sostienen que Lady
Knatchbull estaba senil cuando la escribió. Nada lo indica en la carta, y la
señora Rice tampoco habría escrito para hacer averiguaciones de haber sabido
que su hermana no estaba en condiciones de contestar. A los adeptos les ha parecido
una terrible ingratitud que Fanny, a quien Jane adoraba, se exprese en tales
términos. En ese punto pecan de ingenuidad. Es lamentable, pero es un hecho,
que los hijos no sienten por los padres y por sus parientes de otra generación
el mismo grado de afecto que sus padres o sus parientes sienten hacia ellos.
Esos padres y familiares demuestran poca sensatez si esperan lo contrario. Como
sabemos, Jane nunca se casó, y entregó a Fanny parte del amor materno que, de
haberse casado, habría depositado en sus hijos. Le gustaban los niños y éstos
la querían mucho; les gustaban su alegre disposición y las largas y
pormenorizadas historias que les contaba. Jane y Fanny se hicieron amigas
enseguida. Fanny podía hablar con ella como quizá no podía hacerlo con su
padre, dedicado a las tareas propias del hacendado en que se había convertido,
ni con su madre, que siempre estaba dando a luz a nuevos retoños. Pero los
niños tienen vista de lince y son proclives a juzgar con crueldad. Cuando
Edward Austen heredó Godmersham y Chawton, ascendió socialmente, y su
matrimonio lo emparentó con las mejores familias del condado. No sabemos qué
pensaban Jane y Cassandra de su esposa. El doctor Chapman insinúa en tono
tolerante que fue la pérdida de ésta lo que llevó a Edward a pensar «que debía
hacer algo más por su madre y sus hermanas, e hizo que les ofreciera una casita
en una de sus dos propiedades». Estas propiedades le pertenecían desde hacía
doce años. Me parece más probable que su esposa pensara que bastante hacían por
su familia con invitarles a visitarlos con frecuencia, y que no acogiera bien
la idea de que se instalasen de forma permanente a la puerta de su casa; y fue
su muerte lo que dejó a Edward en libertad para hacer lo que le viniera en gana
con sus propiedades. Si éste fue el caso, no es posible que escapase a la
mirada penetrante de Jane, y bien pudo sugerirle los pasajes de Sentido y
sensibilidad en los que describe el trato que John Dashwood dispensa a su
madrastra y a las hijas de ésta. Jane y Cassandra eran parientes pobres. El
hecho de invitarlas a pasar largos periodos con su hermano rico y su esposa,
con la señora Knight en Canterbury, con Lady Bridges, la madre de Elizabeth
Knight, en Goodnestone, era un detalle del que sus anfitriones eran desde luego
conscientes. No hay muchas personas de tan buena condición que hagan favores a
los demás sin atribuirse algún mérito. Cuando Jane iba a pasar una temporada
con la anciana señora Knight, ésta siempre le daba una «propina» al término de
su visita, que Jane aceptaba con presteza, y en una de sus cartas a Cassandra
le cuenta que su hermano Edward les había obsequiado a Fanny y a ella con cinco
libras. Un regalo muy bonito para una hija de corta edad, bondadoso si se le
entrega a una institutriz, pero condescendiente si quien lo recibe es una
hermana.
Estoy
convencido de que la señora Knight, Lady Bridges, Edward y su esposa fueron muy
amables con Jane y de que la apreciaban, como no podía ser menos, pero es
razonable suponer que pensaban que las dos hermanas no daban la talla. Eran
provincianas. En el siglo xviii
seguía habiendo una gran diferencia entre las personas que vivían en Londres,
al menos durante una parte del año, y las que nunca salían del medio rural.
Esta diferencia brindó a los autores de comedias su material más fructífero. En
Orgullo y prejuicio, las hermanas de Bingley desprecian a las señoritas
Bennet por su falta de estilo, y Elizabeth Bennet por su parte no aguanta lo
que califica de sus afectaciones. Las señoritas Bennet estaban un peldaño más
arriba en la escala social que las señoritas Austen, porque el señor Bennet era
un hacendado, aunque no rico, en tanto que el reverendo George Austen era un
párroco rural pobre.