¿Cuánta globalización podemos soportar?

Comencemos mencionando algunos hechos.

Vivimos en una época de globalización, eso es incuestionable. Desde la bomba atómica estamos inmersos en una comunidad global de la amenaza. El potencial de las armas atómicas permite el suicidio colectivo de la humanidad y la desertización global. La vida en el globo está en manos del hombre. Las guerras ya no se limitan a regiones, ni se desarrollan ya bajo la dirección exclusiva de los estados. Un poder sin Estado, o un terrorismo con cambiantes puntos estatales de apoyo y con la consiguiente criminalidad organizada, actúa globalmente e intenta acercarse a las armas de destrucción masiva. Lo sabemos desde el 11 de septiembre, pero ya nos lo temíamos con anterioridad. En todo momento es posible una transformación terrorista del uso civil de la energía atómica, por ejemplo, mediante un atentado contra alguna central nuclear. También técnicas altamente peligrosas, usadas hasta ahora en el ámbito civil, y relacionadas con la biología y la genética, pueden desviarse hacia un uso terrorista, con efectos globales. Baste el esbozo de estos temas para resaltar que la globalización moderna ha comenzado con la globalización de la angustia y del pánico.

Sabemos que eso afecta también al aspecto ecológico de la globalización. El saqueo económico e industrial de la Tierra, desde el mar hasta la atmósfera, se condensa en un único y terrible escenario amenazante. En este sentido, globalización significa el expolio de nuestro planeta.

Podemos ampliar la lista de horrores que van ligados a la globalización, o que pueden atribuirse a ella. Las enfermedades caen real o imaginariamente en la corriente de la globalización. El sida transforma el mundo en una comunidad global de contagio. La superpoblación es otro aspecto terrorífico de la globalización. Cabría añadir asimismo la dinámica estrictamente económica y técnica de la globalización, por medio de la cual crecen la densidad y el encadenamiento: en el plano económico, cultural, turístico, científico, técnico y comunicativo. Según una definición de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la globalización de la economía es aquel proceso por el que los mercados y la producción en los diversos países entran cada vez más en una dependencia recíproca a causa de un comercio transnacional con bienes, servicios, fuerzas de trabajo y el movimiento del capital y de la tecnología. Con la globalización triunfa un capitalismo que, tras el derrumbamiento del bloque oriental, se ha convertido en el modelo único que domina la economía. A pesar de que perduran las diferencias políticas y religiosas, las formas de la economía y de la técnica se unifican, si bien en diversos niveles de evolución. Hay ciertamente movimientos en contra, pero éstos dependen del capital y de la técnica occidental. La desregulación de los mercados financieros arruina la economía de pueblos enteros. Determinadas sociedades industriales que actúan globalmente desvirtúan la política local y legítima. Las corrientes de capital, a la manera de los torrentes reales, van más allá de los límites nacionales y producen tanto inundaciones y crecimientos salvajes en algunos lugares como sequía y aridez en otros, en un sentido que no es meramente metafórico. El todo actúa como una catástrofe natural de dimensiones globales y, sin embargo, ha sido hecho por los hombres, aunque no lo hayan planificado. Los actores se reducen a proceder en forma técnica y calculada, con estrategias bien medidas para obtener los máximos beneficios posibles. Los procesos son racionales en lo particular e irracionales en el conjunto. Y en todo ello se cuida esmeradamente la dimensión de la publicidad. Con ayuda de la tecnología global de la información se puede saber por doquier en el mundo qué sucede en cualquier parte del mismo.