John Maynard Keynes,
posiblemente el economista más importante del siglo xx, comparaba la posición de los inversores que operan a
corto plazo en la Bolsa con la de los lectores de las crónicas de los concursos
de belleza que aparecían en los periódicos (un género muy popular en su época).
La participación de los lectores consistía en elegir a las cinco participantes
más bellas de un conjunto de unas cien, aunque el trabajo real era bastante más
complicado. El periódico ofrecía premios de cuantías reducidas a aquellos que
eligiesen a las cinco participantes que resultasen las más votadas por los
lectores. Es decir, tenían que elegir a aquellas participantes que creían
serían las más votadas, y los demás lectores tenían que intentar hacer lo
mismo. No debían, por tanto, encapricharse por ninguna de las participantes ni
dar, así, un peso excesivo a su propio criterio. En lugar de ello, tenían que
anticiparse, en palabras de Keynes, «a lo que la opinión media esperaba que
fuese la opinión media» (o, lo que es peor, anticiparse a lo que la opinión
media espera que la opinión media espera que sea).
Por consiguiente, puede
suceder que el quid de la cuestión consista, como en el ámbito de la política,
en sintonizar con lo que desean las masas. Los inversores pueden prescindir de
los rumores que afectan a las empresas en las que quizás han invertido, como
por ejemplo Enron o WorldCom, pero si creen que los demás pueden creerlos,
entonces nadie se puede permitir el lujo de prescindir de ellos.
AWC (antes de WorldCom) nunca
me habían interesado demasiado estos cálculos de temática social. Para mí el
mercado bursátil no era una fuente especial de inspiración, sino sólo una forma
de operar con las acciones de las empresas. El estudio del mercado me parecía
menos estimulante que las matemáticas o la filosofía o las películas de la
cadena Comedy Network. Así pues, ajustándome a las palabras de Keynes y sin
gran confianza en mi capacidad de interpretar los gustos de la gente, evité
cualquier consideración sobre los valores en Bolsa individuales. Además,
pensaba que las subidas y bajadas de dichos valores se producían completamente
al azar y que carecía de sentido intentar mejorar el resultado de los dados. La
mayoría de mi dinero fue a parar, por tanto, a los fondos indicadores de amplia
base.
DWC (después de WorldCom), sin embargo, mi opinión se desvió un tanto de esa idea, por lo general acertada. Llegar a entender el mercado en la medida de lo posible y predecir su comportamiento, si es que eso es posible, se convirtió de pronto en una tarea vital. En lugar de limitarme a hacer comentarios sarcásticos sobre los insípidos programas relativos al mundo de los negocios, los pronósticos vacíos y quienes los transmitían, empecé a interesarme por la esencia de lo que subyacía en los comentarios sobre el mercado y fui cambiando progresivamente de opinión. También intenté explicar mi comportamiento a veces disparatado, del que podrán verse distintos ejemplos en este libro, y empecé a reconciliarlo con lo que entiendo que son las matemáticas que se esconden detrás del mercado.
Para no horrorizar a los lectores con un pesado relato personal acerca
de cómo perdí la camisa (o, mejor, cómo me quedaron cortas las mangas), debo
indicar que mi objetivo principal consiste en presentar, comprender y explorar
los conceptos matemáticos básicos del mercado de valores. Analizaré, sobre todo
mediante ejemplos e historias, sin utilizar fórmulas o ecuaciones, los
distintos enfoques con que puede abordarse la inversión, así como una serie de
problemas, paradojas y rompecabezas, algunos viejos y otros recientes, que
contienen elementos asociados con el mercado. ¿Es eficiente? ¿Puede hablarse de
azar? ¿Sirven de algo el análisis técnico y el análisis fundamental? ¿Cómo se
puede cuantificar el riesgo? ¿Qué papel tiene la ilusión cognitiva? ¿Y el
conocimiento general? ¿Cuáles son las estafas más frecuentes? ¿Qué son las
opciones sobre acciones, la teoría de la cartera de valores, las ventas al
descubierto, la hipótesis del mercado eficiente? ¿Puede la distribución normal
en forma de campana explicar la volatilidad, en ocasiones extrema, del mercado?
¿Qué ocurre con los fractales, el caos y otros instrumentos no convencionales?
En este libro no se darán consejos sobre la manera concreta de invertir y no se
encontrarán listas con los diez mejores valores del nuevo milenio, las cinco
maneras más inteligentes de poner en marcha un plan de pensiones en Bolsa o los
tres primeros pasos con los que empezar. En pocas palabras, aquí nadie va a
encontrar pornografía financiera.