Desde mitad de los años treinta,
Dalí y Gala visitaron Norteamérica con regularidad. Durante la segunda guerra
mundial, con Europa ocupada por las tropas de Hitler, optaron por refugiarse en
Estados Unidos. Allí pudieron reconstruir el mercado para sus obras y
alternaron la residencia entre la costa Oeste, en el Del Monte Hotel, en Pebble
Beach, California, y el hotel Saint Regis de Nueva York, de un modo parecido a
como en Europa alternaban las estancias entre París y Port Lligat. Ya en 1932,
cuando fue invitado a pasar los fines de semana en el Moulin du Soleil, la casa
que Caresse y Harry Crosby tenían cerca de París, Dalí había hojeado revistas
como The New Yorker y Town and Country, que le producían una
gran admiración: «cada imagen procedente de América la husmeaba, por decirlo
así, con la voluptuosidad con que se acogen las primeras emanaciones de las
inaugurales fragancias de una comida sensacional en que se va a participar». Su
reacción era de un deseo extremo: «Quiero ir a América, quiero ir a América…
Esto iba tomando la forma de un capricho infantil» (VS, 351).
Uno
de los primeros cuadros que pintó en Estados Unidos tiene como tema la
esclavitud: Mercado de esclavos con
aparición del busto invisible de Voltaire (1940), donde se recurre a la
figura de Voltaire (según la imagen de Houdon), pero con un cambio importante
de actitud. Si, de joven, Dalí había encontrado en el Diccionario filosófico de Voltaire una lectura trascendental para
sustentar su anticlericalismo, ahora le da un sentido completamente distinto:
«Por su amor paciente, Gala me protege del mundo irónico y bullicioso de los
esclavos. En mi vida, Gala aniquila la imagen de Voltaire y de cualquier
posible vestigio de escepticismo. Al pintar este cuadro, recitaba sin cesar el
poema de Joan Salvat-Papasseit que termina diciendo: “El amor y la guerra, / la
sal de la tierra» (DOH, 267).
El cuadro presenta en primer plano
a Gala, que apoya los brazos en una mesa donde hay un busto de Voltaire y un
frutero. Gala contempla a un grupo de mujeres, vestidas según el estilo del
siglo XVII, que están bajo unos arcos, mezcladas con unos mendigos. Gracias al
juego de las imágenes múltiples, aparece y desaparece el busto de Voltaire.
Como había hecho en la década
anterior con respecto al comunismo y a Hitler, en algunas telas de esta época
–los años cuarenta– Dalí introduce reflexiones de carácter político, a pesar de
que siempre se confesó apolítico. La
poesía de América – Los atletas cósmicos (1943), por ejemplo, es una
lectura del efecto de la esclavitud. En la llanura ampurdanesa se distinguen
las colinas de Cadaqués y el cabo de Creus. En el centro hay dos atletas; del
pecho del atleta situado a la derecha (un maniquí hecho de estopa), pende una
botella blanda de Coca-Cola, símbolo del poder económico norteamericano. Los
trajes evocan los del Renacimiento italiano. Se establece un paralelismo con la
imagen superior: una torre hexagonal (la torre de la finca de los Pitxot), y,
sobre la puerta de la torre, un reloj, del que cuelga un mapa blando de África.
De la espalda del atleta situado a la izquierda surge un hombre que sostiene en
equilibrio sobre el dedo índice el huevo del mundo venidero. En segundo plano, un
adolescente desnudo y meditabundo representa un contrapunto al combate. En
1939, Dalí había escandalizado a Breton con ciertas opiniones racistas: «En
febrero de 1939 Dalí dijo (se lo oí al mismo Dalí y me he tomado la molestia de
asegurarme de que no se trataba de ninguna broma) que todos los problemas que
acucian al mundo actual son de origen racial,
y que la mejor solución, acordada por todas las razas blancas, es reducir todas
las razas oscuras a la esclavitud» (VD,
492). Este cuadro representa un cambio de opinión; a pesar de que en él se
reproduce el característico paisaje de fondo de Port Lligat, la técnica utilizada es de un
realismo clasicista desconocido hasta entonces en la obra de Dalí. Es también
una premonición de la segunda guerra mundial. En opinión de Descharnes: «Este
lienzo sumamente moralizador pertenece, según Dalí, a las imágenes
premonitorias de los grandes combates. La América negra, triunfante y
horrorizada, parece negarse a ver la autodestrucción inevitable de su hermano
blanco» (DOH, 257).
En
El descubrimiento de América por
Cristóbal Colón (1958-59), se alude a la conquista de América por parte de
Gala y Dalí en los años cuarenta. Gala aparece representada en el estandarte de
Colón; Dalí, disfrazado de monje, sostiene un crucifijo, y puede verse una
efigie del Nuevo Mundo representada por un erizo de mar. En esta obra, el pintor introduce
también una alusión a las lanzas de La rendición de Breda
(1634) de Velázquez y a su propio Cristo
de San Juan de la Cruz (1951).
Mercado
de esclavos con aparición del busto invisible de Voltaire, 1940, SDMSP, Florida
La poesía
de América – Los atletas cósmicos, 1943, FGSD, Figueres
Alegoría
de las Navidades americanas, 1943,
Colección particular
Idilio
atómico y uránico melancólico,
1945, MNCARS, Madrid
El
descubrimiento de América por Cristóbal Colón, 1958-59, SDMSP, Florida
Ver «sangre»
Amor es el título de un
capítulo del texto La mujer visible:
«Las sangrientas ósmosis entre el sueño y el amor ocupan toda la vida del
hombre». Dalí presenta la repugnancia como una defensa frente al deseo; el
verdadero amor consistiría en comerse los excrementos de la amada, como ya
sugería en la prosa «El gran masturbador». La imperiosa necesidad de dormir
puede interpretarse como un deseo de muerte. Recomienda dos posiciones para
dormir: la del 69, o aquella que adopta la hembra de la mantis religiosa,
cuando devora al macho tras el coito.
«Las
relaciones entre lo soñado, el amor y el sentido de adormecimiento que es
propio a cada uno de ellos, han parecido evidentes siempre. Dormir es una
manera de morir o por lo menos de morir a la realidad, o mejor aún, es la
muerte de la realidad, pero la realidad muere en el amor como en lo soñado. Las
ósmosis llorosas entre el sueño y el amor ocupan completamente la vida del
hombre. Durante el día buscamos inconscientemente las imágenes perdidas de los
sueños y por eso, cuando encontramos una imagen que se parece a una imagen de
un sueño, creemos ya conocerla y decimos que solamente verla ya nos hace soñar»
(SDR, 170).
Ver
«imágenes múltiples», «paranoia crítica»
Las anamorfosis son imágenes que
sólo ofrecen una imagen correcta desde un punto de vista determinado. Buenos
ejemplos de ello son las deformaciones corporales que reconocemos en cuadros
como El enigma de Guillermo Tell
(1933), las nalgas deformes, o la pierna-mesa de El espectro de Vermeer de Delft utilizable como mesa (teoría
fenomenológica del «mueble-alimento») (1934). Dalí proyectó con Thomas
Banchoff la construcción de un caballo de cien metros, como un trompe-l'oeil tridimensional. En la
escultura Homenaje a Newton (1975),
que se encuentra en el Museo Dalí de Figueres, el pie derecho, segmentado en
varias partes, está construido siguiendo este principio.
El
enigma de Guillermo Tell, 1933,
Moderna Museet, Estocolmo
El espectro de Vermeer de Delft utilizable
como mesa (teoría fenomenológica del «mueble-alimento»), 1934, SDMSP, Florida
Homenaje
a Newton, 1975, FGSD, Figueres
A partir de 1933, Dalí inició una
serie de cuadros que tenían como referente el conocido cuadro El ángelus (1858-59) de Jean-François
Millet, conservado en el Louvre de París y uno de los más populares de ese
museo. El ángelus, oración en honor de la Anunciación y del misterio de la
Encarnación, comienza con las palabras Ángelus
Domini y se recita tres veces al día: por la mañana, al mediodía y al
anochecer. Una reproducción del cuadro de Millet colgaba en el pasillo de la
escuela de Figueres a la que Dalí asistió de niño. A Dalí no le interesó una
lectura en clave religiosa del cuadro, aunque, obviamente, ésta sea ineludible.
Prefirió una lectura en clave freudiana, que le sirviera para reelaborar su
posición con respecto a la familia, y el sentido de su obra, como hijo y
amante. En el curso de una investigación posterior, recogida en su magistral
ensayo El mito trágico de «El ángelus» de
Millet (empezado en 1932, publicado en 1963), Dalí dio con numerosas
reproducciones del cuadro de Millet en todo tipo de quincallería: juegos de té,
tinteros, cojines... La obsesión por ese cuadro se inició en 1932, cuando de
repente la obra se le apareció «sin ningún recuerdo próximo ni asociación
consciente que permitan una explicación inmediata» (MT, 27). En carta a J.V. Foix de 11 de agosto de 1933, por ejemplo,
le contaba: «En el Cap de Creus, angustiosamente desfiguradas por la erosión, puede
distinguirse todavía la pareja famosa de El
ángelus de Millet esculpida en dimensiones colosales a la entrada de Francalos» (SDF, 105).[1] Dalí relacionaba esa «aparición» con el hecho
que el cuadro hubiera sido salvajemente atacado y acuchillado por un demente el
12 de agosto de 1932. El loco, que fue entrevistado por Lacan, había dudado
entre atacar la Mona Lisa de
Leonardo, el Embarque para Citerea de
Watteau o la pintura de Millet. La decisión confirmó la atracción que Dalí
sentía por el cuadro. Pero Dalí continúa: «Esa imagen constituye una
representación visual muy nítida y en colores. Es casi instantánea y no da
lugar a otras imágenes. Yo siento una gran impresión, un gran trastorno porque,
aunque en mi visión de la mencionada imagen todo “corresponde” con exactitud a
las reproducciones que conozco del cuadro, ésta se me “aparece” absolutamente
modificada y cargada de tal intencionalidad latente que El ángelus de Millet se convierte “de súbito” para mí en la obra
pictórica más turbadora, la más enigmática, la más densa, la más rica en
pensamientos inconscientes que jamás ha existido» (MT, 27).
Para
Dalí, El ángelus de Millet está
relacionado con el mito de los padres que devoran a sus propios hijos: Saturno,
Abraham, Javeh (al entregar a Jesucristo) y Guillermo Tell. Algunos de estos
mitos los había utilizado para referirse a la difícil relación con su padre y
con el hermano muerto. Dalí efectuó una lectura a través de un proceso de
interpretación paranoico-crítica, provocada por fantasías, visiones y numerosos
encuentros (apariciones) de la imagen de Millet en la cultura popular. Según
Dalí, el cuadro de Millet oculta un significado que se relaciona con la
castración y la muerte. Utilizando teorías freudianas, Dalí interpreta la menor
dimensión de la figura masculina del cuadro como una prueba de la agresión
femenina. Compara la figura de la campesina con la hembra de la mantis
religiosa (insecto conocido también como «santateresa»), que devora al macho
después de la cópula. La carretilla es interpretada como una imagen de sumisión
sexual, y el cesto que está en el suelo entre los dos campesinos que rezan,
como una alusión al sarcófago del hijo muerto. Dalí consiguió que se hiciera un
análisis por rayos X del cuadro y se descubrió que debajo del cesto había un
dibujo precedente que no se distinguía con claridad. Dalí consideró una prueba
definitiva de su teoría. Para su interpretación se basó en el ensayo Leonardo de Vinci y un recuerdo de su
infancia de Freud. Sin fijarse en los detalles biográficos de Millet,
exploró tan sólo su carácter de símbolo cultural.
El
cuadro, creía Dalí, explicaba también su propia sexualidad. Como parte del
proceso de interpretación de esa obra, narró un sueño en el curso del cual
visitaba con Gala el Museo de Historia Natural de Madrid; en el centro de la
sala de entomología vio una gran escultura que, según él, representaba las dos
figuras del cuadro de Millet. A la salida, Dalí sodomizó a Gala «de una manera
rápida y en extremo salvaje, rabiosa. Los dos nos deslizábamos en un baño de
sudor, al término asfixiante de aquel crepúsculo de verano ardiente en el que
ensordecía el canto frenético de los insectos» (MT, 83). También aclaró que, cuando era adolescente, sentía un gran
terror hacia el acto amoroso y que fue la aparición de las figuras del Ángelus de Millet en el sueño las que
hicieron despertar en él y en Gala sus instintos: «siempre había pensado que el
destino del macho de la mantis ilustraba mi propio caso frente al amor» (MT, 87).
El tema de El ángelus es un componente destacado de las ilustraciones que Dalí
hizo para Los cantos de Maldoror, editado por Skira en 1934.
Consideraba que el lienzo de Millet era el equivalente pictórico del famoso
símil de Lautréamont: la tierra arada corresponde a la mesa de operaciones, la
horquilla clavada en tierra, al bisturí, y el hombre y la mujer al paraguas y a
la máquina de coser (ambos símbolos surrealistas). Esto le permitía exclamar: «EL ÁNGELUS
DE MILLET, HERMOSO, COMO EL ENCUENTRO FORTUITO, EN UNA MESA DE DISECCIÓN, DE
UNA MÁQUINA DE COSER Y UN PARAGUAS» (MT,
169).
En
una serie de tres cuadros, El «Ángelus»
arquitectónico de Millet (1933), Vestigios
atávicos después de la lluvia (1934), Reminiscencia
arqueológica de «El ángelus» de Millet (1933-35), elabora una versión en piedra
del cuadro de Millet. Desarrolla así una de las primeras apariciones de El ángelus: «Durante una breve fantasía
a la que me había abandonado en una excursión al Cap de Creus, cuyo paisaje
mineral (al NO de Cataluña) constituye un auténtico delirio geológico, imaginé
talladas en las rocas más altas las esculturas de los personajes de El ángelus de Millet. Su situación
espacial era la misma que en el cuadro, pero estaban totalmente cubiertas de
fisuras» (MT, 33).
En algunos cuadros vemos una aguja
que se yergue de la figura femenina y que podría ser la aguja de una máquina de
coser. La figura masculina, en cambio, se la imagina Dalí sumergida en leche
tibia y es «la imagen del hombre engullido, ahogado, muerto en el elemento
materno, dentro de la tibieza materna, y esa tibieza corresponde al aspecto
deseable que nos revela el erotismo originario y temido». Dalí se identifica
con la figura masculina de El ángelus,
expuesta a la aniquilación, a ser devorada por la madre (MT, 105-9).
En un cuadro de 1965, La estación de Perpiñán,
recupera el mito de El ángelus de
Millet y le da una reinterpretación desde la madurez, poniendo más énfasis en
la figura del hijo sacrificado, al fundirlo con la crucifixión.
Monumento imperial a la mujer-niña, 1929, MNCARS, Madrid
El «Ángelus» arquitectónico de Millet, 1933, MNCARS, Madrid
Gala y «El ángelus» de Millet precediendo la
llegada inminente de las anamorfosis cónicas, 1933, National Gallery of Canada, Ottawa
La esfinge de azúcar, 1933, SDMSP, Saint Petersburg
Atavismo del crepúsculo, 1933-34, Kunstmuseum Bern, Berna
Vestigios atávicos después de la lluvia 1934, Perls Galleries, Nueva York
Reminiscencia arqueológica de «El ángelus» de
Millet 1933-35, SDMSP, Saint
Petersburg
El ángelus de Gala, 1935, MOMA, Nueva York
Pareja
con las cabezas llenas de nubes,
1936, Museum Boijmans Van Beuningen, Rotterdam
Retrato de mi hermano muerto, 1963, SDMSP, Saint Petersburg
La estación de Perpiñán, 1965, Museum Ludwig, Colonia
[1] «A Cap de Creus esgarrifosament
desfigurats per l'erosió, pot distingir-se encara la parella famosa de
«L'àngelus» de Millet esculpida amb dimensions colossals a l'entrada de
Francalos.»