Cóbraselo caro

Había perdido sus recuerdos y le gustaba; le quedaban unos cuantos, cierto, pero eran nombres, lugares y frases que apenas le daban un lugar en el mundo; vio sus uñas recortadas y se las sopló: limpias, se talló la barbilla, flan de manzana; su pensamiento era corto, sin olor ni sabor, le acomodaba bien la ligereza, Si la velocidad de la luz es de 300 mil kilómetros por segundo, ¿cuál es la de la oscuridad?, sonrió, ¿Por qué no había llegado Lily?, Siempre se puede elegir el sufrimiento, ¿de dónde sacaba eso? Encendió la tele pero no le entendió. Una frase: todo hombre es una idea de Dios y de sí mismo, sacudió su cerebro engarruñado, ¿qué quería decir? Escudriñó el buró, Qué problema con Dios, apenas aparece y se apodera de todo, entonces uno no puede saber qué dijo, cómo lo dijo y para qué lo dijo. ¿Se había tomado las píldoras? Su mujer debía saber; sin preguntas o respuestas, vivía en un estado de cómoda inconsciencia, dejaba que su mente navegara entre el sí, el no y el no sé, Pero salió de viaje, fue a ver a su padre, ¿dónde vive? A sus hermanos, ¿y los recuerdos, a dónde van? Lo único que no olvidaba eran las piedras: su matiz, su peso, su forma: eran la razón de su vida, su conexión sagrada con el mundo.

Sentado en su cama, recargado en la cabecera, apenas notó que oscurecía. Con graciosa torpeza sus padres se instalaron a los pies, no les puso mayor atención porque creyó que era alguna sombra que al fin se había decidido a irrumpir en su habitación, Llegó tu hora, Nahual, expresó su madre con voz clara, bromeando, Si no te molesta te queremos en el panteón del pueblo, ¿Qué pueblo?, Con tus abuelos, tíos y primos, su padre dejó caer el brazo sobre los hombros de su compañera levantando un polvillo sensual. Aquí fue donde los recordó completamente, accionó el apagador pero continuaron en penumbras, vislumbró sus rostros resecos, él de negro, ella de blanco, elegantes, ajados, pero cariñosos. Encontró sobre el buró el agua y las píldoras pero no las tocó, ¿Para qué quieres luz?, Para verlos mejor, Estamos igual, ¿verdad, tú?, He visto tanto estos días que dudé, La luna es suficiente, Nahual. Fijó la vista, reconoció sentirse sosegado, habituado; claro, tenía años lidiando con las sombras, ¿dónde los había enterrado? Infelices que no encontraban su lugar. Volvió a las figuras que flotaban tranquilas. ¿Hologramas? Para nada: sus padres sonrientes, lejos de la sepia, ¿Significa que voy a morir?, ¿Morir, qué palabra es ésa, tú?, Significa lo que significa, algunas personas lo entienden así, él vio imbatible el muro del azar en su cabeza, balbuceó, Necesito tiempo, olía a maleta vieja, No mucho, se puede decir que unos minutos, ¿lo podrían conseguir? Su padre lo miró severo, Déjate de chiquilladas, Nicolás, le llamó la atención la madre, Tamaño hombrón y con esas tarugadas, Es tu hora y ya, y no estás para poner condiciones, el padre no había sido tan estricto como se oyó en ese momento, Te toca, Nahual, y no te dilates que no hemos venido de paseo, la madre siempre es la madre, El camino es un enredijo pero con nosotros de guías llegarás en lo que debes llegar, ¿verdad, tú?, Esperen, buscó sus pantuflas, Por favor, transpiraba emocionado, Antes quisiera que…, de veras tienen que ayudarme, trató de beber agua pero volcó el vaso sobre la alfombra, tras la ventana todo era luna llena, Llevo años enfrentando cualquier cantidad de adversidades y no quiero dejarlo así, es muy importante; casi nada recuerdo de mi vida pero no importa, sólo quiero salir de ésta, de veras, estoy muy cerca del final. El aire movió la cortina, No seas ridículo Nicolás, ¿qué no eres hombre? Sabemos que no es fácil controlar el temor, es natural la resistencia, ¿Fui miedoso?, No lo recuerdo, en ese momento advirtió que el perro del vecino aullaba, No fue, lo apoyó la madre, Siempre supo plantarse, acuérdate cuando se extravió en aquel naranjal, esperábamos encontrarlo llorando y nada, aparte de que no se comió ninguna en cuanto nos vio nos sonrió muy propio él, Nadie puede conseguirte tiempo m'ijo, o sea que ya es ya y no hay manera de cambiarlo, Así es, Nahual, cuando te toca, te toca. De la casa de junto llegó la voz cariñosa del señor Ferguson que intentaba tranquilizar a su perro. Se peinó con los dedos y se puso de pie, sus padres se sostenían sobre el colchón, oscilaban, Dejen que les enseñe lo que tengo en la habitación del fondo. Caminó hacia la puerta, había dado un par de pasos cuando el cristal de la ventana se corrió violentamente. Ventarrón. Silbidos. Cortina flotante. Un monje de facciones conocidas les allanó el camino y sin decir adiós, sus padres se desvanecieron por el hueco seguidos del religioso. En su lugar apareció Severiano Jiménez con su mirada torva y sus escupitajos de desprecio, ¿Y ahora? Un horrible aullido lo engulló todo. Después, un silencio de espátula, que es el silencio en estado puro.