LINDA (al oír a Willy en el exterior del
dormitorio, le llama, algo turbada): ¡Willy!
WILLY:
Aquí estoy. He vuelto.
LINDA:
¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? (Breve
pausa.) ¿Ha ocurrido algo, Willy?
WILLY: No,
nada.
LINDA: No
habrás tenido un accidente, ¿verdad?
WILLY (con afectada irritación): Te he dicho
que no ha ocurrido nada. ¿Es que no me has oído?
LINDA: ¿No
te encuentras bien?
WILLY:
Estoy muerto de cansancio. (La música de
flauta ha cesado. Willy se sienta en la cama, al lado de su mujer, un tanto
aturdido.) No he podido aguantar, Linda. No he podido aguantar más.
LINDA (con mucho tacto, delicadamente): ¿Dónde
has estado todo el día? Tienes un aspecto terrible.
WILLY:
Llegué hasta un poco más allá de Yonkers. Hice un alto para tomar un café. A lo
mejor ha sido el café.
LINDA:
¿Qué te ha pasado?
WILLY (tras una pausa): De repente no pude
seguir conduciendo. El coche se desviaba continuamente a la cuneta.
LINDA (tratando de ayudarle): Puede que fuese
la dirección otra vez. No creo que Angelo conozca el Studebaker.
WILLY: No,
soy yo, soy yo. De repente me doy cuenta de que voy a noventa por hora y no
recuerdo nada de los últimos cinco minutos. Yo. . ., parece que no puedo. . .
concentrarme en lo que hago.
LINDA: Tal
vez sean las gafas. No has ido a recoger las nuevas.
WILLY: No,
veo bien. He vuelto a quince por hora. He tardado casi cuatro horas desde
Yonkers.
LINDA (resignada): Pues vas a tener que
descansar, Willy. No puedes seguir así.
WILLY:
Acabo de volver de Florida.
LINDA:
Pero tu mente no ha descansado. Tienes una mente demasiado activa, y la mente
es lo que cuenta, querido.
WILLY:
Empezaré por la mañana. Quizá me sienta mejor por la mañana. (Ella le está quitando los zapatos.)
Estas puñeteras plantillas me están matando.
LINDA:
Tómate una aspirina. ¿Te traigo una aspirina? Te calmará.
WILLY (con extrañeza): Iba conduciendo,
¿comprendes?, y me sentía bien. Incluso contemplaba el paisaje. Imagínate, yo
contemplando el paisaje, yo que estoy en la carretera todos los días de mi
vida. Pero es tan bonito allá arriba, Linda, los árboles son tan densos, y el
sol calienta. Abrí el parabrisas y dejé que el cálido aire me acariciara. ¡Y
entonces, de repente, me fui a la cuneta! Créeme, me había olvidado por
completo de que estaba conduciendo. Si me hubiera desviado al otro carril
podría haber matado a alguien. Bueno, seguí adelante, y al cabo de cinco
minutos ya estaba soñando de nuevo, y por poco. . . (Se aprieta los ojos con dos dedos.) Qué pensamientos tengo, qué
pensamientos tan extraños. . .