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El problema
Veracidad
y verdad
En la cultura y el pensamiento
modernos sobresalen dos tendencias. Por un lado, existe un compromiso profundo
con la veracidad o, cuando menos, una omnipresente sospecha, una prevención
contra el engaño, una voluntad de descubrir más allá de las apariencias las
estructuras y los motivos reales que moran tras ellas. Esta sospecha, siempre
presente en la política, se extiende a la comprensión histórica, a las ciencias
sociales e, incluso, a las interpretaciones de los descubrimientos y a la
investigación en ciencias naturales.
No obstante, junto con esa exigencia de veracidad, o (por formularlo de una forma menos positiva) este reflejo contra el engaño, se da una desconfianza asimismo omnipresente respecto a la verdad misma: sobre si tal cosa existe; sobre si, en caso de existir, puede ser más que relativa, subjetiva o algo por el estilo; sobre si debiéramos, además, preocuparnos por ella al acometer nuestras actividades o al dar cuenta de ellas. Estas dos tendencias, el fervor por la veracidad y la desconfianza frente a la idea de verdad, están relacionadas entre sí. El anhelo de veracidad pone en marcha un proceso de crítica que debilita la convicción de que haya alguna verdad segura o expresable en su totalidad. La sospecha se cierne, por ejemplo, sobre la historia. Algunas explicaciones propuestas que pretendían contar la verdad sobre el pasado a menudo se han revelado tendenciosas, ideológicas o interesadas. Pero los intentos de sustituir estas distorsiones por «la verdad» pueden toparse una vez más con la misma clase de objeción y, entonces, se plantea la cuestión de si alguna explicación histórica puede aspirar sin más a ser verdadera: si la verdad objetiva, o la verdad absoluta puede honestamente (o, como decimos con toda naturalidad, sinceramente) considerarse la meta de nuestras investigaciones sobre el pasado. Discusiones parecidas, si no incluso las mismas, se han abierto camino en otros campos. Pero si la verdad no puede ser la meta de nuestras investigaciones, entonces con seguridad será más honesto o más sincero abandonar toda pretensión de que lo sea, y asumir que... : y aquí vendría entonces una descripción de nuestra situación que prescindiría de la idea de verdad, como, por ejemplo, que estamos enfrascados en una lucha de retóricas.
Es fácil observar que la exigencia
de veracidad y el rechazo de la verdad pueden ir unidos. Sin embargo, esto no
significa que puedan coexistir felizmente o que la situación sea estable. Si de
verdad no se cree en la existencia de la verdad, ¿cuál sería entonces el objeto
de la pasión por la veracidad? O –por decirlo de otro modo– al aspirar a la
veracidad, ¿respecto a qué se supone que se está siendo veraz? Esto no es una
dificultad abstracta o una simple paradoja. Tiene consecuencias en la política
real, y señala el peligro de que nuestras actividades intelectuales, en
especial en el campo de las humanidades, puedan hacerse trizas.
La tensión entre la aspiración a
la veracidad y la duda de que pueda (realmente) encontrarse verdad alguna da
lugar a una dificultad importante: que el ataque a cierta forma específica de
verdad, como en el caso que acabo de mencionar, la verdad histórica, depende
asimismo de unas tesis u otras que, a su vez, deben ser consideradas
verdaderas. De hecho, en el caso de la historia, esas otras tesis
serán tesis del mismo tipo. Aquellos
que dicen que todas las explicaciones históricas son constructos ideológicos
(que es una versión de la idea de que en realidad no existe ninguna verdad
histórica) se basan en algún relato que debe, a su vez, reclamar verdad
histórica. Muestran que historiadores en principio «objetivos» han contado
tendenciosamente sus relatos desde una perspectiva particular; describen, por
ejemplo, los sesgos que se han deslizado en la construcción de diversas
historias de Estados Unidos. Una explicación así, como un fragmento
concreto de historia, puede muy bien ser verdadera, pero la verdad es una
virtud que resultará lamentablemente inútil a un crítico que pretenda, no tanto
desenmascarar a los historiadores de América que le precedieron, sino decirnos
que al final del camino no hay ninguna verdad histórica. Es llamativo lo
complacientes que son algunas historias «desconstruccionistas» respecto al
estatus de la historia que ellos mismos emplean. Se puede encontrar otro caso
más extremo en algunas explicaciones «desenmascaradoras» de la ciencia natural,
las cuales se proponen mostrar que las pretensiones de descubrir la verdad de
dicha ciencia no tienen fundamento a causa de las fuerzas sociales que
controlan sus actividades. A diferencia de lo que ocurre con la historia, estas
explicaciones no se valen de verdades del mismo tipo: no aplican la ciencia a
la crítica de la ciencia. Aplican las ciencias sociales, y en general se fundan
en el sorprendente supuesto de que la sociología del conocimiento está en mejor
posición para pronunciarse respecto a la verdad sobre la ciencia de lo que
pudiera estarlo la ciencia para pronunciarse respecto a la verdad sobre el
mundo.