Las impresiones que el
paisaje causa en el hombre son tan diversas como lo exigen la misma diversidad
de los paisajes y la variación y diferencias que existen en los espíritus de
los hombres. No es posible establecer doctrina fija y constante sobre el gusto
humano por el paisaje. Lo que a unos complace y arroba, a otros les dejará
indiferentes. Unos prefieren los bosques cerrados y sombríos, otros las
praderas dilatadas, los valles angostos, las colinas menudas o las montañas
gigantes. Es curioso observar que, por cierta fuerza que los humores del cuerpo
ejercen sobre los espíritus, hay personas que se inclinan exclusivamente a los
países húmedos, y otras que no pueden tolerar más que los de las tierras secas.
Dejemos a cada cual su gusto y su inclinación, respetando la obra de Dios, que
hizo paisajes para todos los gustos y gustos para todos los paisajes.
Esto prueba, empero, lo que hemos dicho, que sería difícil fundar
en la imitación del paisaje un estilo de jardín que satisficiese a todos los
hombres. Por otra parte, si el jardín fuese nada más que simple imitación del
paisaje, el arte de los jardines reduciría su actividad al trasplante de las
escenas de paisaje de unos lugares a otros; imitaría, tal vez, un rincón húmedo
en un terreno seco, y viceversa; o un sonriente recodo de río en un bosque
espeso y severo. Ello produciría, sin duda, algunas modificaciones en el
paisaje, pero en definitiva no crearía nada que no fuese paisaje.
El hecho de la creación
del jardín se apoya, pues, en cierta diferenciación que el arte humano impone a
un trozó del paisaje. Es decir, que no hay jardín sin voluntad deliberada de
imponer al paisaje la marca del espíritu humano, El estilo de jardines llamado
«paisajista» no se ha propuesto nunca otra cosa que la creación de «cuadros»
—imitación de la pintura de paisaje— , y hasta se sabe que esta pintura es,
cada día más, una interpretación personal de la naturaleza y no una copia
exacta de la misma.
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Si admitimos lo que
precede, podremos examinar inmediatamente un punto interesante del arte de los
jardines, a saber, si son las plantas exóticas o las indígenas las que deben
formar el jardín. Tengamos en cuenta que examinar no quiere decir resolver. Si
el jardín fuese mero paisaje, no hay duda que las plantas
de la naturaleza vecina serían los huéspedes naturales de nuestra
plantación. Pero si aceptamos que, el hecho del jardín. equivale a una
diferenciación con este paisaje vecino, tendremos que reconocer que también en
las plantas es admisible, y aun necesaria, esta diferenciación. Si. porque se
halla situado en cierta región llena de pinos, romeros y retamas el jardín ha
de continuar esta flora, y no contener más que retamas, pinos, y romeros,
podrán decirse algunos que para este viaje no necesitamos alforjas. Un jardín
es, según el principio expuesto, una especie de oasis; es una excepción en el
paisaje, un pequeño milagro. humano. Es la industria del hombre la que lo crea
,y sustenta. Al hombre le es, pues, lícito diferenciar también las plantas de
su jardín de las del paisaje que le rodea. Y así vamos, paso tras otro, al
jardín con plantas exóticas, y de
éste, al jardín de plantas exóticas.
En este camino cada cual hará alto donde le aconseje su propio gusto personal.
Obsérvese, respecto de este
punto, que muchas de las plantas que se consideran propias de un país son tan
perfectamente. exóticas como la reciente introducción de un arbusto del Tíbet
que acabáis de leer en una revista de horticultura. La pita, por ejemplo, que
parece carne de la
carne de muchos de. los paisajes ibéricos, es de origen mejicano; y
Viriato, y acaso el mismo Sancho Panza, la hubieran considerado con asombro y
con disgusto, si la hubiesen tenido que encontrar y sufrir en el curso de sus andanzas.
Y del ciprés, del naranjo y también de muchas y variadas flores se puede decir
cosa parecida. Es propio de las plantas el viajar; las aves las llevan en
semilla dentro de su estómago; los Cruzados, desde Oriente, nos las trajeron en
las faltriqueras de sus escuderos; los exploradores del Asia, el África y las
islas del ,Sur, nos las mandan en paquetes postales, por vía marítima o aérea.
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Resumamos ahora en
breves palabras cuál será el punto de vista de este libro respecto de estos
extremos. Nos ocuparemos del jardín que mantiene con el paisaje que lo rodea
relaciones de. subordinación e intimidad; un jardín que no choca
contra el paisaje, pero que es una excepción, una caracterización o una
elaboración del paisaje. En este jardín, las líneas y las construcciones marcan
algo que no existe en: el aspecto externo de la naturaleza circundante, pero
que, según la interpretación personal del autor de cada jardín, «existe» en lo
que podría llamarse «espíritu del paisaje». Y en cuanto a las plantas, el
jardín de que nos ocuparemos contendrá aquellas que hayan venido del norte o
del sur, traídas por el viento o en la maleta del sabio, y sean aptas para una
aclimatación fácil y perfecta en nuestro clima, en el cual prosperarán como si
fuesen hijas de nuestro propio país.