Diario poco decente de una jovencita

Así pues, estábamos ordenando e intercambiando bromas completamente manidas a propósito de nuestros pololos y nuestras enaguas almidonadas cuando Véronique declaró:

–Basta ya, señoritas, no estamos aquí para cotorrear. La que tenga algo interesante que decir que levante la mano, y que las otras se callen.

Entonces se entabló una discusión algo confusa: Amélie de K. había sorprendido a su madre sentada y con las faldas levantadas, en las rodillas de M. de S., a quien todo París conoce, que la sujetaba por la cintura. Amélie piensa que él es (baja la voz) «su amante». Pero, ¿y qué pasó después?

–Mamá se puso muy roja, se levantó de un salto y me gritó que saliera. Entonces me fui sin decir esta boca es mía.

Sylviane entró un día sin llamar a la puerta en la habitación de su hermano mayor. Vio a Julie, la doncella, arrodillada junto a su hermano, que le acariciaba los cabellos. Julie se movía y sacudía la cabeza rodeándole con sus brazos, y Lucien (un guapo muchacho de veinticinco años) estaba tan absorto que ni siquiera se movió cuando Sylviane entró. Ella, por lo demás, volvió a salir enseguida.

–Quizá le estuviera pidiendo dinero –decidimos nosotras.

«La Margarita de las margaritas» vio a su joven tía completamente desnuda haciendo gracias delante del espejo, pasándose una mano por la punta de los senos y la otra entre los muslos.

Muy interesante, pero nada nuevo, decide el Consejo de las Siete.

–Además, insiste Marguerite, la he visto varias veces, y ¿sabéis una cosa, chicas? Pues que tiene pelo, pelo en el vientre, y le llega casi hasta los pechos.

La hacemos callar para escuchar a Hélène de K., a quien, en una noche de baile, un amigo de toda la vida de la familia arrastró hasta un pasillo oscuro, sin que ella, intuimos, se resistiera demasiado:

–Me levantó las faldas e intentó pasarme la mano por los pololos. Podéis imaginaros el miedo que yo tenía. Me sobaba entre las piernas y, con la otra mano, se desabrochaba. Yo no me atrevía ni a moverme ni a mirar. Por suerte –¡la muy hipócrita!–, Lucie me llamó en ese momento y él se largó.

A continuación nos contamos algunas anécdotas más o menos repetidas sobre los amigos de siempre o los jóvenes bailarines que te estrechan un poco en los rincones, pero la hora transcurre y nuestra iniciación permanece bastante confusa. Sylviane y yo no sabemos mucho más que las otras, y nos ponemos de acuerdo para escuchar a Véronique. Según ella, ha visto a su hermano y a su cuñada «hacer un niño». Pero no fue durante el horror de una noche cerrada, sino en la penumbra de un salón cuya puerta empujó ella imprudentemente y:

–Chicas, os mostraré cómo fue. Vamos, Agnès, ven a echarte encima de la mesa, tú harás de mujer. Vosotras, ponerle una pila de ropa blanca debajo de la cabeza. Mira, tú estás aquí, entonces él te besa mucho y después se acuesta encima de ti, en tus piernas, así, y después te duele mucho, y después tienes un niño.