Prólogo
Escribir de política es
como escribir sobre la arena. La azarosa marea borra, día tras día, la vigencia
de los hechos. Lo que ayer pareció decisivo, hoy se ha vuelto nimio. Lo que
ahora parece trascendente, mañana podría resultar trivial. La escritura
política es un ejercicio periodístico, y así debe considerarse. De allí extrae
su vitalidad pero también sus límites. Su esencia es la obsolescencia.
Y sin embargo, algo
queda a veces de esa lectura pegada a los días: una observación que toca una
estructura profunda, una propuesta útil, una crítica pertinente, o al menos un
registro honesto para un futuro historiador. Aunque el escritor político se
sabe constreñido por los árboles, aspira a entrever el bosque. Sueña con que
sus apreciaciones e ideas contribuyan a mejorar la realidad.
A esta vocación
correspondieron los artículos y ensayos publicados hace cinco años en Tarea política. Cubrieron una etapa
compleja, apasionante e inolvidable: desde el principio del fin de la
presidencia imperial (el ocaso del régimen de López Portillo) hasta el fin del
principio de nuestra transición democrática (la presidencia de Ernesto
Zedillo). Al compilarla de manera exhaustiva con buena parte de los textos que
publiqué sobre el tema en aquel periodo de 18 años (en Vuelta, Reforma, La Jornada, Proceso y Letras Libres),
mis editores y yo queríamos dejar testimonio de una batalla que muchos
libramos, la batalla por una democracia sin adjetivos.
Para salir de Babel es la siguiente entrega de la
serie. Habíamos llegado a la otra ribera, pero una inmensa tarea nos esperaba:
la de nuestra construcción democrática. ¿Sabríamos emprenderla? Ante todo,
había que precisar el papel que debían tener los principales protagonistas de
nuestra vida política: el presidente Fox y su gabinete, los tres principales
partidos políticos, los gobernadores, el Poder Judicial, el Poder Legislativo,
el «cuarto poder» (la prensa y los medios), la Iglesia, los grandes
empresarios, los intelectuales, las instituciones académicas, los sindicatos,
etcétera. A partir de allí, desde aquel esperanzador 2 de julio de 2000 hasta
nuestros días (tan cercanos ya al próximo y decisivo 2 de julio de 2006), quise
ir calibrando el desempeño de aquellos protagonistas enfrentados a las
circunstancias y, no pocas veces, enfrentados entre sí. Del mismo modo, intenté
ponderar sus actitudes con respecto a las reformas que se presentan como
impostergables si el país ha de mantener su viabilidad. Y finalmente, busqué
entender hasta qué grado su comportamiento respondía a los usos y costumbres de
una democracia joven pero en vías de maduración (disposición crítica,
inclinación a pactar, a dialogar, a negociar, a construir), o qué tanto
pertenecía a un repertorio anterior, antidemocrático, hecho de intolerancia y
dogmatismo, de viejas mentiras y nueva demagogia, de oportunidades perdidas.
Éstos son los temas que en su núcleo aborda Para
salir de Babel, libro construido no con criterios de exhaustividad sino de
representatividad.
Los seis años han
pasado como agua. Nadie mejor que el presidente Vicente Fox lo sabe. Cuando
todavía había tiempo de sobra, lo critiqué con una severidad que ahora, en la
relectura, no considero injusta pero sí excesiva. Fox, ésa es la verdad, hizo
menos bien del que pudo haber hecho, pero no hizo el daño que muchos de sus
antecesores (presidentes imperiales, ellos sí, y no mandatarios acotados, como
él) llegaron a infligir sobre la existencia de México.
¿Qué posibilidades hay
de que la democracia se reafirme, como pudo y debió haberse reafirmado en 1915,
si Madero no hubiera muerto a manos de una clase política suicida? El ensayo
«Refrendar la democracia» bosquejó diversos escenarios –en general
preocupantes– en torno al desenlace electoral que podría dar al traste con
muchas de las conquistas democráticas. Pero, en todo caso, el necesario
refrendo de la democracia no puede depender sólo de las elecciones. Los
ciudadanos tenemos mucho que aportar. Sobre este tema específico se incluyeron
dos textos: el que da su título al libro y propone para México una cultura de
debates, Para salir de Babel, y otro, Lupa Ciudadana, que anunció la aparición
en enero de 2006 de un portal de Internet cuyo propósito central ha sido el de
hacer un seguimiento puntual de los dichos de los candidatos, para acotar, con
la crítica, la impunidad declarativa.
Precisamente a los
principales candidatos se dedican los artículos finales. Se trata de tres
rápidos apuntes sobre sus respectivas inadecuaciones para encarnar el liderazgo
moderno, maduro y responsable que el país requiere si pretende encontrar un
rumbo claro en un siglo que amenaza ya, desde el inicio, con ser el más oscuro
de cuantos ha conocido la humanidad.
¿Saldremos de Babel o
nos perderemos en la confusión? ¿Refrendaremos o malograremos nuestra
democracia? Muy pronto comenzaremos a saberlo. La única aspiración de estas
páginas, tan provisionales y efímeras como cuando se escribieron sobre nuestra
arena política, es prestar un servicio cívico a este país, cuyo nombre solíamos
pronunciar con emoción porque sentíamos que representaba a un nosotros que nos
trascendía y nos cobijaba. Quizá vuelva alguna vez ese sentimiento de
concordia. Tal vez esta Babel de incomprensión, encono, mala fe, cinismo,
egoísmo, fanatismo y frivolidad se disuelva –como ha ocurrido a veces– gracias
a lo mejor que tiene México, que por supuesto es su pueblo, pero no ese pueblo
que algunos políticos mueven en masa, sino el pueblo que hará fila el 2 de
julio, hasta en las más remotas rancherías, para depositar su voto.
Enrique Krauze