Einstein y Picasso

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Dos mundos que son uno

 

 

Todo es posible, todo es realizable, en cualquier cosa y en cualquier lugar.

 

André Salmon

 

Albert Einstein y Pablo Picasso, prototipos del genio y fuente de inspiración para generaciones de artistas y científicos, son símbolos del siglo xx. La ciencia contemporánea es Einstein y el arte contemporáneo, Picasso. El proceso que llevó a esta realidad constituye una de las grandes epopeyas en la historia del pensamiento occidental.

Aunque sea un tópico decir que siempre se pueden encontrar coincidencias sorprendentes entre dos personas cualesquiera, en el caso de Einstein y Picasso la similitud existente entre sus vidas privadas y profesionales, así como en lo tocante a su creatividad, es asombrosa. Los paralelismos entre ambos durante su periodo de mayor creatividad –los primeros quince años del siglo xx– muestran mucho más que los elementos comunes de sus respectivos pensamientos; también permiten vislumbrar la naturaleza de la creatividad artística y científica, y atisbar cómo se investigaba en la frontera común entre el arte y la ciencia.

En aquellos estimulantes días de comienzos del pasado siglo, cuando todo parecía posible y realizable en todas partes, Einstein y Picasso no establecieron diferencia alguna entre su vida personal y profesional. Las ideas que pusieron en marcha todo lo que hoy llamamos contemporáneo se cocinaron en la misma cazuela. Me interesa más por qué Einstein y Picasso hicieron sus descubrimientos que cómo se plantearon el desarrollo de sus ideas. El psicólogo del arte Rudolf Arnheim ha escrito: «¿Cómo se puede descubrir lo que ocurre cuando se crea una obra de arte? Podemos escuchar lo que el artista nos dice de sí mismo».1 Lo mismo se aplica a los científicos.

John Richardson, biógrafo de Pablo Picasso, cita un comentario de Dora Maar, una de las amantes más perspicaces del artista: «Cinco eran los factores que determinaban su forma de vida y, con ella, su estilo: la mujer de la que estaba enamorado; el poeta o poetas que le servían de catalizador; el lugar en el que vivía; el círculo de amigos que le proporcionaba la admiración y comprensión de las que nunca tenía dosis suficientes, y el perro que era su compañero inseparable».2 Aunque ella se refería a la época poscubista de Picasso, a la que mejor se aplican sus observaciones es aquella en la que el pintor descubrió el cubismo. Estos factores comenzaron a confluir en mayo de 1904, cuando Picasso se trasladó al número 13 de la Rue Ravignan, una destartalada casa de vecinos en el distrito de Montmartre, cariñosamente conocida con el nombre de Bateau Lavoir. A mediados del verano de 1907 pintó Las señoritas de Aviñón, el cuadro que introdujo el arte en el siglo xx. Aunque muchos de los artistas y literatos amigos de Picasso ya habían alcanzado cierta fama por sí mismos y respetaban en gran manera la profundidad artística del pintor, ninguno de ellos estaba preparado para lo que surgió de su taller en ese mes de julio.

La situación de Einstein, salvo por el perro, era similar en la primavera de 1905, cuando él y Mileva se trasladaron a un atosigante inmueble de tres plantas sin ascensor, situado en el número 49 de la Kramgasse, en el núcleo antiguo de Berna, en Suiza. En esta ciudad, los amigos íntimos de Einstein eran grises funcionarios como él, y desde luego ninguno de ellos tenía la más mínima pista sobre lo que el científico no tardaría en crear.

Según la línea de argumentación general de los historiadores del arte, las raíces del cubismo se encuentran en Paul Cézanne y en el arte primitivo. Esta perspectiva prescinde por completo de la aportación realizada a la propia definición de «vanguardia»3 por asombrosos descubrimientos científicos, matemáticos y tecnológicos. Se sabe desde hace tiempo que las raíces de la ciencia nunca estuvieron únicamente dentro de la propia ciencia. Entonces, ¿por qué las raíces del movimiento artístico más importante del siglo xx habrían de hundirse sólo en el arte? Al ampliar nuestro punto de vista sobre los orígenes de Las señoritas de Aviñón de Picasso, para incluir la ciencia, las matemáticas y la tecnología, podemos ahondar mejor en los monumentales esfuerzos del artista.