A mí me gusta mucho mostrar mi rosa. En sí misma es todo un teatro, con sus telones que se abren y se cierran. Sólo que las expectativas que despierta en el espectador son infinitamente más excitantes y dolorosas que en el teatro real, pues en el de mi rosa nada saldrá a escena, salvo flujo salado.
Me
gusta abrirme de piernas y que me observen y contemplen. Que el que mira se
acerque cuanto quiera, siempre que no toque.
Que
se saque el tallo si le apetece, y me deje mirar.
Que
me pida lo que se le ocurra, y decir yo sí.
Me
gusta pensar en el amor noche y día.
***
Me gusta
despertarme por las noches con la rosa en llamas. Supongo que está así porque
he tenido un sueño erótico, pero casi nunca lo recuerdo.
Aún
no he conocido a ningún hombre al que no le guste que me cuele bajo las sábanas
y empiece a chupársela mientras duerme, o que me pegue a su espalda y con la
mano busque a tientas, vientre abajo, su calentita joya.
Yo
me hago la dormida, porque si parece un sueño es mucho mejor.
El
hombre se regocija tanto que me deja seguir. A mí me encanta tener los ojos
cerrados y beberme su leche en la oscuridad.
***
Cuando él
sabe que sólo llevo medias bajo la falda, se tumba de espaldas en la alfombra y
espera a que le pase por encima. Yo, sin dejar mis ocupaciones, y yendo y
viniendo por el cuarto, lo hago varias veces. Cuando llevo bragas me las quito
al poco y empiezo a pasar más lentamente, abriendo las piernas para que vea
mejor mi rosa, acuclillándome...
Él
se abre la bragueta, o se la abro yo misma; le bajo un poco el pantalón y
empiezo a manipular su joya. Luego le tomo la mano y se la cierro sobre el
tallo, me gusta ver cómo lo hace él.
Fue
así como un día, ya lo he contado en 2, descubrí que podía ser una
mujer-fuente.