La conquista del Polo Norte

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EL VIAJE EN BALLENERA

 

            Kane no hizo caso de las señales de advertencia. Ya tenían la primavera encima. El hielo se estaba derritiendo y Groenlandia empezaba a cobrar vida. Podían atrapar focas y morsas; podían cazar gaviotas, perdices blancas y renos. La carne fresca abundaba tanto que escondieron reservas de ella bajo la nieve. Más adelante brotó acedera del suelo húmedo y en los sauces enanos salieron diminutos amentos. El escorbuto comenzó a disminuir. Kane estaba lleno de júbilo. «Esta inundación de vida animal cayó sobre nosotros como fuentes de agua y pastos y datileras en un desierto meridional»,1 escribió. Empujado por el entusiasmo, imaginó una época en la que europeos y norteamericanos estarían tan a gusto en el Ártico como en Nueva York y Londres. «Dios quiera… que el hombre civilizado no esté expuesto durante años sucesivos a esta terrible obscuridad», matizó. Pero, añadió, contemplad «el milagro de esta estación hermosa y pródiga. Difícilmente me hubiera llevado mayor sorpresa si estas rocas negras, en vez de mandar… la última invasión de esquimales vociferantes, nos hubieran mandado sajones aclimatados».2 Kane opinaba que si los blancos podían adaptarse a las zonas heladas, pronto encontrarían el camino del reino más encerrado en una caleta del lado oriental de la masa de agua que más adelante se llamaría Ensenada de Kane. Hayes ya había explorado el borde occidental de esta ensenada –la Tierra de Grinnell–, pero el lado oriental, la costa occidental de Groenlandia, requería más investigación. Aparte de la breve exploración de Kane, era territorio virgen. Así pues, se despachó otro equipo con un trineo para que siguiese explorando. Sus miembros eran Hans Hendrik y William Morton, el camarero de Kane. Salieron el 3 de junio con órdenes de «buscar de la forma más provechosa posible».3 Simultáneamente, otros cuatro hombres fueron enviados a investigar el Glaciar de Humboldt.

            De los dos grupos, el de Humboldt tenía las mejores expectativas. A la sazón los científicos seguían debatiendo la mecánica del movimiento de los glaciares y la oportunidad de estudiar el glaciar conocido más grande del mundo era un regalo del cielo para todo el que se interesase por el hielo. Por desgracia, a ninguno de los hombres de Kane le interesaba: ya tenían que vérselas con suficiente hielo y la perspectiva de tener que bregar con más no les atraía. Lucharon con la parte baja del Humboldt durante tres días antes de volver al barco. No eran científicos y no deseaban arriesgar la vida en un lugar lleno de grietas que conducía sólo a más tierras yermas. La tarea relativamente prosaica encomendada a Morton y Hendrik, en cambio, produjo resultados que superaron todas las esperanzas de Kane. Siguiendo sus instrucciones, se dirigieron al norte hasta que un cabo les cortó el paso en los 81º 22'de latitud norte. Morton escaló sus acantilados de 150 metros de altura y vio un canal de casi cincuenta kilómetros de ancho que llevaba a una extensión de mar abierta. Olas grises se movían sin encontrar obstáculos hasta donde alcanzaba la vista. Por fin habían encontrado el Mar Polar Abierto.


            La física de los opuestos de Anaximandro es un monumento a la paradoja de la compensación. Una cantidad natural de masa o de energía puede conservarse. Pero es un error pensar que la suerte se conserva. Nos preocupa que los años sean secos o lluviosos, cálidos o fríos, etcétera. Así, si creemos que la ley del promedio funciona por compensación, pensaremos que a la escasez propia de un año seco seguirá el contrapeso de la abundancia que proporciona un año húmedo. Nuestra manera de pensar será proyectada sobre la naturaleza y creeremos que las fuerzas elementales (no sólo la suerte) funcionan por compensación.

            Cualquiera que busque regularidades en la naturaleza advertirá que hay cosas que se compensan. Los seres humanos consiguen el equilibrio controlando ciertas cantidades y luego añadiendo o sustrayendo periódicamente. Entienden que este equilibrio actúa en la naturaleza. Encontramos así la preocupación de los chinos por el yin y el yang y la atención que se presta al karma en la India. Algunas personas observan que la fortuna no está realmente equilibrada en esta vida, y su compromiso con la compensación tiene tal firmeza algebraica que resuelven la falta de equidad postulando una preexistencia o una vida después de la muerte.

            La compensación precisa del recuerdo de transacciones pasadas. La memoria cumple su función sólo si es posible trazar inferencias a partir de lo que se recuerda. Estos recuerdos deben obtener su contenido de percepciones anteriores. Y ese contenido debe ser sensible a mis deseos si mi mala fortuna ha de verse equilibrada por la buena fortuna. De este modo, la ley de compensación de Anaximandro requiere la operación de al menos un supervisor metafísico.

            Es verdad que el principal acento de Anaximandro recae sobre explicaciones seculares. Quitó importancia al papel de los dioses. Mientras sus compatriotas consideraban los rayos como armas divinas de Zeus, Anaximandro dice que el trueno y el relámpago son causados por el viento. Sin embargo, Anaximandro al fin y al cabo atribuye inteligencia al infinito. Dada la ley de compensación, la fortuna debe tener memoria. Un buen suceso hace más probable un mal suceso y viceversa. Lo que va vuelve. El infinito conduce todas las cosas en direcciones que estamos obligados a seguir.

            Me parece que la tendencia antropomórfica de Anaximandro, excepcionalmente poco desarrollada, puede deberse al extraño carácter que adopta un proceso que carece de principio. El infinito incita a la humildad. A lo largo de nuestro crecimiento vamos añadiendo nuevos recursos al repertorio básico del que todos los niños están dotados. Cuando las técnicas desarrolladas nos fallan, retornamos a ese repertorio más básico, ansiamos la protección y el consejo de nuestros padres. A pesar de su extraordinaria resistencia al antropomorfismo, finalmente, Anaximandro ve intenciones allí donde no las hay.

            Las personas siguen poniendo un rostro humano al infinito. Yo aprendí el argumento cosmológico de la existencia de Dios de un chico mayor que yo de mi calle. En lo fundamental decía así: «Todas las cosas tienen una causa. Algo existe. Por lo tanto, algo causó todas las cosas sin ser a su vez causado». Más tarde, también en mi calle, oí la objeción de que la conclusión contradice la primera premisa. Esta inconsistencia puede evitarse interpretando que la primera premisa se aplica sólo a lo que depende de la existencia de otras cosas. La «causa primera» no puede ser simplemente otra cosa contingente, pues entonces su existencia dependería de algo y de tal manera el regreso no tendría fin. La causa primera debe ser un ser que no dependa de ninguna otra cosa. Por lo tanto, se trata de un ser necesario, del que todo lo demás depende para existir. La causa primera suele nominarse para el cargo de creador.

            Sin duda alguna, este candidato obtendría la mayoría de los votos en una elección popular. El electorado incluiría eminencias como el filósofo del siglo iv san Agustín. Él había advertido que esta línea fundamental de razonamiento suscita algunos problemas. Y planteó varios. Cuando el joven Agustín preguntó qué hacía Dios antes de crear el mundo, le contestaron: «Estaba preparando el infierno para la gente que hace preguntas como ésa».

            Ha habido respuestas más gentiles. Cuando le preguntaron al matemático J.E. Littlewood qué hacía Dios antes de crear el mundo, respondió: «Se deben haber escrito millones de palabras sobre esto, pero estaba haciendo matemática pura y pensó que sería bueno hacer un poco de matemática aplicada» (1953, 136).