Prefacio
En un pequeño ensayo incluido en
el libro Otras inquisiciones, Jorge
Luis Borges escribió acerca del «enigmático y notorio entusiasmo de muchos
partidarios de Hitler» en Argentina, durante agosto del año 1944. Si bien este entusiasmo fue un hecho
innegable, consignar su existencia puso a este escritor en la extraña
situación de parecerse «a los vanos hidrógrafos que indagaban por qué basta un
solo rubí para detener el curso de un río» y ser acusado de «investigar un
hecho quimérico».
¿Por qué razón un hecho histórico
real llega a convertirse en una quimera? ¿Cómo explicar la falta de conciencia
o el desconocimiento de la influencia que ejercieron en América Latina, durante
la primera mitad del siglo xx, el
fascismo, el nacionalsocialismo y las teorías raciales que a través de ellos se
popularizaron? Para responder a estas preguntas Borges no creyó pertinente
interrogar a aquellos que se adhirieron a
estas corrientes, por considerar que eran incapaces de comprender los
móviles de su propia conducta y de juzgar los peligros que el nazismo
entrañaba. Su interpretación es que la atracción hacia la barbarie nazi y su
proyecto de sociedad no puede explicarse como un acto racional sino como
producto de la incredulidad de que el proyecto pudiera realizarse; es decir, el
éxito del fascismo habría radicado en su irrealidad.
Recuperando esta reflexión para
explicar el éxito ideológico –y su posterior desconocimiento– de la propuesta
de transformar a la sociedad mexicana mediante un proceso de depuración racial
durante la primera mitad del siglo xx,
habría que pensar en su irrealidad. La nueva forma de racismo articulada por la
elite política e intelectual después de la revolución constituyó un
planteamiento utópico e inviable que, sin embargo, estuvo en el origen de
hechos reales. Esta investigación habla de esta utopía y de sus manifestaciones
concretas. El racismo posrevolucionario es abordado como una «historia secreta»
por el escaso conocimiento que de él tenemos en la actualidad, debido a que
quedó convertido en quimera.
El proyecto de mutar la esencia de
la sociedad mediante un amplio programa de «ingeniería social», cuyos efectos
se hicieron sentir entre 1920 y 1950, tuvo dos vertientes. La primera de ellas
articuló una revolución cultural que buscó generar modificaciones en la
mentalidad, las «psicologías» o las «conciencias» de los ciudadanos. Se pensó
que esto se lograría mediante la elevación del nivel educativo y la sustitución
de las creencias religiosas por valores laicos con una orientación patriótica y
familiar, por lo que se emprendieron agresivas campañas contra el fanatismo
religioso.
Una segunda vertiente, vinculada a
la anterior pero siguiendo una racionalidad propia, impulsó una verdadera
«revolución antropológica» basada en el mestizaje y la erradicación de lo que
se consideraba una herencia degenerada que corroía el tejido social. El núcleo
ideológico de este planteamiento amalgamó las ideas sobre las razas, que habían
circulado durante el siglo xix,
con elementos inéditos –como la eugenesia y la higiene mental– que estaban
presentes en los autoritarismos europeos
durante los mismos años. Diversas disciplinas contribuyeron a definir el perfil
de este proyecto utópico de transformación social. Los antropólogos cercanos a
la esfera del poder promovieron una política
indigenista de unidad racial. La sociología criminal, influida por las premisas
de la teoría jurídica de la «defensa social», hizo propuestas concretas para atajar la criminalidad
considerando que se trataba de una tendencia innata en determinados
individuos y grupos étnicos. Las políticas demográficas encararon el problema
de la despoblación del país promoviendo la inmigración de individuos de raza
blanca. Finalmente, los médicos y psiquiatras que adoptaron los supuestos de la
eugenesia y de la higiene mental establecieron un conjunto de medidas para
controlar la reproducción de «indeseables», entre los que quedaron incluidos
los alcohólicos, los toxicómanos, los epilépticos, los enfermos mentales, los
individuos aquejados de enfermedades venéreas o de desviaciones sexuales.
Si bien en el momento de ser
formuladas estas propuestas no fueron pensadas como una unidad, en
retrospectiva, es posible apreciar que todas ellas persiguieron un mismo
objetivo: forjar una nueva sociedad integrada por ciudadanos racialmente
homogéneos, moralmente regenerados, física y mentalmente sanos, trabajadores
activos y miembros de una familia. Para el nuevo grupo en el poder, el sujeto
que había sido el motor del proceso revolucionario debía ser objeto de un
cambio sustancial a fin de poder integrarlo en una nueva sociedad de
trabajadores-ciudadanos encuadrados dentro de un orden corporativo. Se pensó
que esta transformación daría continuidad a los ideales de la lucha armada,
pero se realizaría pacíficamente a través de la aplicación de medidas
contempladas dentro de la reforma política e institucional que se había
iniciado.
En su momento, el planteamiento de
impulsar una mutación racial cuyo sentido era determinado y guiado por el
Estado tuvo un impacto profundo. La ideología de la depuración racial sirvió de
punto de apoyo a la nueva política de masas basada en la organización
corporativa de las clases obrera y campesina. Fortaleció la nueva forma de
nacionalismo construido en torno a la representación de una sociedad unificada
alrededor del mito revolucionario y al Estado que lo encarnaba. El programa de
transformación emprendido desde los ámbitos médico, psiquiátrico,
antropológico, sociológico, demográfico y judicial configuró un «bloque
ideológico» dentro del que circularon y fueron intercambiadas premisas básicas
de la cuestión racial. Desde ahí fue construida y articulada la utopía de
forjar un «hombre nuevo», concebido como la partícula elemental de la nación
revolucionaria y de las organizaciones de masas.
Los textos aquí reunidos se
refieren a científicos, hombres y mujeres, que estuvieron cerca del poder, y
desde ahí alentaron la creación de instituciones efímeras o duraderas basadas
en la consigna de fomentar la uniformidad racial de la población.
Cuando comencé a interesarme en estas vertientes de la historia posrevolucionaria mexicana, en el límite entre la historia política y
cultural, las investigaciones sobre la eugenesia y la higiene mental eran
escasas. Existía un trabajo panorámico acerca de la historia de la eugenesia en
América Latina, escrito por una historiadora estadounidense, así como una gran
diversidad de estudios especializados sobre la historia de la antropología, la
medicina y la biología durante este periodo. No pude, sin embargo, encontrar
una interpretación integral del desarrollo de la eugenesia y la higiene mental
en las primeras décadas del siglo xx,
tampoco planteamientos acerca de la relación de las propuestas
médico-higiénicas con la antropología indigenista, las políticas demográficas,
la sociología criminal y la biotipología.
En los últimos años, los
historiadores de la ciencia han comenzado a preguntarse sobre el desarrollo
conceptual e institucional de la eugenesia en México. Contamos ahora con
acercamientos innovadores al problema del nacionalismo desde la doble
perspectiva de salud social a través del género y de la vida reproductiva, en
donde el examen de la eugenesia ocupa también un lugar central. Gracias a todos
estos estudios, tenemos un mapa mucho más preciso de las instituciones y de los
individuos involucrados en los planes gubernamentales de transformación social
y racial, así como una percepción más clara de la manera en que las corrientes
científicas extranjeras se adaptaron al contexto mexicano. A mi juicio,
carecemos todavía de una historia social y cultural que nos permita entender la
manera en que la sociedad recibió, asimiló o rechazó las medidas y las
políticas de transformación social y de depuración racial impulsadas por el
Estado posrevolucionario. Es una tarea pendiente.
Para explicar el desarrollo
histórico del racismo mexicano durante la primera mitad del siglo xx delineo un panorama general de las ideas que animaron la revolución antropológica
entre 1920 y 1950. Los textos de la primera sección analizan el desarrollo del
pensamiento moderno sobre las razas en los siglos xix y xx.
Establezco los planteamientos antropológicos en favor de la creación de
una nueva raza mexicana e identifico las continuidades que pautaron el debate
sobre la superioridad o la inferioridad de las razas en un largo periodo
atravesado por la revolución. La segunda sección incluye tres ensayos que
examinan las ideas y los espacios médicos y psiquiátricos desde donde fueron
pensadas y aplicadas las medidas inspiradas en la eugenesia y la higiene
mental. Por último, la tercera sección construye un mapa parcial de los canales
por los que circuló la ideología de la «revolución antropológica», enfatizando
el papel desempeñado por las disposiciones jurídicas y por las redes sociales e
intelectuales construidas por la masonería.