Habida cuenta de que, cuando yo
era niño, cada verano me anestesiaban y me arrastraban por la fuerza a
distintas casas de colonias con nombres indios a orillas de algún lago, donde
me esforzaba por aprender a nadar al estilo perro bajo la mirada torva de los
capos, también conocidos como monitores, hace poco llamó mi atención un anuncio
en las últimas páginas del New York Times
Magazine. Entre los habituales vertederos donde los padres acomodados
podían aparcar a su llorona progenie para disfrutar así de unos comatosos meses
de julio y agosto, se incluían ofertas de especialidades tan de moda como los
campamentos de baloncesto, de magia, de informática, de jazz y –acaso el más
deslumbrante de todos– de cine.
Por lo visto, en algún lugar entre
los grillos y la ambrosía, un adolescente interesado en el montaje podía
dedicar plácidamente sus vacaciones a aprender cosas como la escritura de
diálogos merecedores de un Oscar, los ángulos de cámara adecuados,
interpretación, montaje, mezcla de sonidos y, por lo que sé, incluso la mejor
manera de comprar una casa en Bel Air con aparcacoches y todo. Mientras otros
adolescentes menos soñadores buscan puntas de flecha, cierto número de Von
Stroheims en ciernes hacen sus propias películas originales, un proyecto de
vacaciones más moderno y con más estilo que, por ejemplo, trenzar un cordón
para colgarse la llave del monopatín.
Esta costosa evocación parece muy
alejada del Campamento Melanoma, supervisado por Moe y Elsie Varnishke en Loch
Sheldrake, donde a los catorce años me aburrí como una ostra jugando a matar
con la pelota y contribuyendo a mantener saneada la industria de las lociones
de calamina para la urticaria. No era fácil imaginar a una pareja de papás como
los Varnishke dirigiendo algo de apariencia tan chic como un campamento de
cine, y sólo los efluvios de un pescado ahumado que a la sazón yo deconstruía
en el Carnegie Deli indujeron en mí moléculas alucinatorias suficientes para
evocar la siguiente correspondencia.
Querido señor Varnishke:
Con el advenimiento del otoño, que
tiñe la vegetación con su sublime paleta de colores óxido y ámbar, debo
interrumpir mis quehaceres cotidianos aquí en Wall & William para darle las
gracias por proporcionar a mi preciado vástago Algae un verano rico y
productivo en su rústico paraíso, tradicional y sin embargo innovador. Sus
relatos sobre excursiones a pie y en canoa sorprenden por su parecido con las
descripciones que sir Edmund Hillary y Thor Heyerdahl hicieron de sus
travesías. Añaden ese toquecillo sabroso a esas horas intensas y diligentes que
mi hijo pasó con usted aprendiendo las diversas técnicas cinematográficas. El
hecho de que la película de Algae, rodada en ocho semanas, sea una obra tan
lograda y apasionante que Miramax nos ofrece dieciséis millones de dólares por
los derechos nacionales excede lo que cualquier padre podría haber soñado, por
más que su madre y yo siempre hayamos sabido que el chico estaba ungido por las
musas.
Ahora bien, lo que sí me sorprendió,
aunque sólo durante un nanosegundo, fue la carta en la que insinuaba usted que
el cincuenta por ciento del antedicho anticipo debería llegar de algún modo a
su bolsillo. Es inconcebible que una pareja tan encantadora como la formada por
la señora Varnishke y usted albergue la psicótica fantasía de que tienen el más
mínimo derecho al fruto de la creatividad de mi hijo. En pocas palabras,
permítame asegurarle que, por más que la obra maestra de Algae alzara el vuelo
entre las ruinosas chabolas presentadas en su folleto como el Hollywood de los
montes Catskill, a ustedes les corresponde un diezmo del cero por ciento sobre
las imprevistas ganancias de la sangre de mi sangre. Supongo que lo que intento
decirles de una manera considerada a usted y a esa salamandra avariciosa que
comparte su lecho y que, como por causalidad he sabido, es la impulsora de esta
estafa por correo, es esto: váyanse a tomar viento.
Cordialmente,
Winston Snell
Mi querido señor Snell:
Muchas gracias por su pronta
respuesta a mi nota y por la honrosa admisión de que la película de su hijo se
lo debe todo a nuestro idílico centro de recreo campestre, descrito como
«chabolas» en lo que, le aseguro, pronto será la Prueba A. Por otro lado, y a
propósito de Elsie, le diré que no hay mujer más extraordinaria, pese a ciertos
comentarios vulgares que usted dejó caer cuando vino de visita, llamando la
atención sobre sus venas varicosas, cosa que no arrancó las risas ni siquiera
de los mozos de comedor, que la odian como al raticida. Antes de abrir la boca
para aludir jocosamente a esa a la que usted llama salamandra, debería saber
que mi esposa es una abnegada mujer que padece una maldición conocida como
síndrome de Ménière y créame si le digo que todas las mañanas, cuando se
levanta de la cama, acaba chocando contra el armario. Debería tener usted una
enfermedad así, seguro que entonces no jugaría al tenis con tanta agilidad cada
semana en el club con sus compinches de pantalones de pinzas, todos ellos a
punto de comparecer ante el juez. Yo, personalmente, no gano fortunas
especulando con las pensiones ajenas. Dirijo un honrado y agradable campamento
de cinematografía, que mi esposa y yo fundamos con el dinero ahorrado en la
época en que teníamos una tienda de golosinas. Por aquel entonces, si vendíamos
unos cuantos pares más de labios postizos quizá nos alcanzaba para comer carpa
una vez por semana.
Entretanto, la película de su hijo
se realizó bajo la supervisión o, mejor dicho, con la colaboración de nuestro
personal, unos profesionales fuera de serie que –se lo dice Monroe Varnishke–
ya querrían para sí los grandes estudios: si contaran con ellos no producirían
siempre esa basura para edades mentales inferiores a diez años. Da la
casualidad de que Sy Popkin, quien inculcó, y personalmente, los conceptos
básicos al pequeño plasta de su hijo, es uno de los grandes talentos no
reconocidos de Hollywood. Podría haber ganado cincuenta Oscars si no lo
hubiesen sorprendido en México, una única vez, saliendo con Trotski y dos
chicas, coincidencia que lo excluyó para siempre de las nóminas de esos tarados
que a la mínima se acoquinan. También tenemos una asesora teatral, Hydra
Waxman, que renunció a una prometedora carrera cinematográfica para
consagrarse, y gratuitamente, a enseñar a estos gamberretes. Esta buena mujer –que
en paz descanse, pero más adelante, cuando muera– dirigió, también
personalmente, al reparto de aficionados que actuaron en la película de su
hijo, arrancando hábilmente a ese hatajo de gallitos sin talento hasta la menor
pizca de aptitud histriónica mientras su pequeño bastardo se quedaba de brazos
cruzados entre bastidores contemplando el trabajo de Hydra y respirando
dificultosamente por esa nariz suya llena de vegetaciones.
Por último, señor gerifalte de
Wall Street, contamos con Abe Silverfish, un hombre galardonado con premios al
mejor montaje en prestigiosos festivales cinematográficos de Tanganika y Bali.
Éste –y que mi mujer perezca en una bañera de ácido si miento– guió y aleccionó
a macha martillo al torpe de Algae, a quien, si quiere un consejo, debería
usted administrarle un poco de Ritalin de vez en cuando, y quizás así dejaría
de moverse como si tuviera el baile de San Vito. Silverfish, por supuesto
personalmente, estuvo al lado del equipo de montaje Avid y le enseñó dónde
debía insertar cada unión. Dicho sea de paso, el chico utilizó todo nuestro
material, y como buen manazas que es, estropeó la cámara Panavision recién
estrenada: ahora, cuando aprieto el botón, emite un sonido semejante al que se
oye al girar lentamente la manija de madera de esas carracas que mi mujer llama
tarabillas. Así y todo, no le cobraré por eso, ya que estamos a punto de
asociarnos en una nueva empresa.
Con todos mis respetos,
Monroe B. Varnishke
Querido señor Varnishke:
Insinuar
que el personal que usted ha reunido se halla en un punto más alto de la escala
evolutiva que una manada de dingos es una hipérbole delirante. ¡¿Asociarnos en
una nueva empresa?! ¿Es que ha sufrido usted una embolia cerebral silente? En
primer lugar, quiero dejar bien claro que la idea del guión de Algae fue
concebida única y exclusivamente por mi hijo y está basada en una experiencia
real que vivió la familia cuando el director de la funeraria del barrio creyó
por equivocación que había ganado el premio Nobel. Afirmar que un traidor como
Popkin, que debió de pasar secretos atómicos a Trotski entre ración y ración de
tacos, haya aportado siquiera una coma al guión de mi niño prodigio merece la
misma credibilidad que las historias sobre el monstruo del lago Ness. En cuanto
a la borracha de la señorita Hydra Waxman, he sabido por Internet que no ha
salido en una sola película de más de ocho milímetros, y en éstas sólo bajo el
seudónimo de Cara Melo. Por cierto, ¿sabe que su Silverfish fue despedido
cuando montaba una película en Hollywood porque Henry Fonda aparecía varias
veces del revés? Algae nos contó también que la cámara que le proporcionó,
lejos de ser nueva, funcionaba a trompicones desde que usted se la lanzó a una
socorrista de diecinueve años por rechazar sus proposiciones. ¿Le parece bien a
la señora Varnishke que persiga usted a las empleadas? A propósito, le pido
disculpas por denigrar el sistema circulatorio de su esposa con la precisión a
veces excesiva de mi ingenio. Dado el sinfín de afluentes azules que surcan su
topografía, no pude por menos que comentar su parecido con un mapa de
carreteras.
Por último, deseo que con ésta
concluya todo contacto entre nosotros. Toda correspondencia futura deberá
remitirse directamente al bufete de Vomit y Vomit, Abogados.
Au revoir, zopenco.
Winston Snell
Mi querido señor Snell:
A Dios gracias, tengo el sentido
del humor necesario para encajar alguna que otra pulla sin salir corriendo a
comprar una de esas revistas de armas en que se ofrecen asesinos a sueldo.
Permítame que le haga el favor de aclararle unos cuantos detalles. En cuarenta
años jamás he mirado a una mujer excepto a Elsie, cosa que no ha sido fácil, ya
que, soy el primero en reconocerlo, no es lo que se dice un bombón, a
diferencia de esos curvilíneos monumentos nórdicos que posan en Dios sabe qué
posturas para las revistas que probablemente usted espera babeando en los
muelles mientras llegan los barcos de Copenhague.
En segundo lugar, y sólo por
curiosidad: ¿de dónde ha sacado la peregrina idea de que ese cernícalo de hijo
suyo es un niño prodigio? Sólo se me ocurre una explicación: debe de ser usted
el típico experto financiero, siempre con un puro entre los labios, rodeado sin
cesar de pelotilleros que le dan la razón en todo y le llenan la cabeza de esos
cuentos de vieja que a usted tanto le gusta oír, hasta que sale de la
habitación y entonces, créame, alzan la vista al cielo, hastiados. Cuando Elsie
y yo teníamos la tienda de golosinas, trabajaba para mí un pobre cretino,
encargado de servir los refrescos. Lo contraté por pura bondad, pues su madre,
que llevaba un implante de cadera, acabó con el hígado de un chino a causa de
un error médico. Pero el caso es que ese pobre infeliz, el servidor de
refrescos, con su coeficiente intelectual de dos cifras, tenía la talla mental
de Isaac Newton en comparación con su Algae.
Por cierto, aquel mismo verano,
Benno, el sobrino de Elsie, ganó el concurso de ortografía. Supo cómo se
escribía «mnémmotécnica», y eso a los ocho años. A eso lo llamo yo un chico
listo, y no su rubio hijo, esa criatura inhumana de ciencia ficción que parece
salida de Los cuclillos de Midwich y que ha gozado de todas las ventajas
en todos los colegios privados, con profesores particulares caros, pero que a
pesar de eso no sabría decir cómo se llama sin mirarse la etiqueta de la
camiseta.
Mientras tanto, en lugar de
amenazarme con demandas, diga a sus picapleitos que, si lo analizan bien, verán
que usted sólo dispone de una copia de la cinta que impulsó a los dos hermanos
Weinstein a salir corriendo como un par de especuladores inmobiliarios para
ofrecerle dieciséis millones de pavos, en tanto que nosotros tenemos aquí,
guardado en una cabaña, el único negativo original. Ruego a Dios que no le pase
nada, aunque siento decirle que la señora Varnishke ha manchado ya la primera
toma con grasa de pollo.
Moe Varnishke […]