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Del etnocidio al ideocidio
El presente estudio está dedicado a
la violencia a gran escala, culturalmente motivada, que se produce en nuestra
época. Sus capítulos, cuyas argumentaciones reseñamos aquí, se prepararon entre
1998 y 2004, de modo que los razonamientos más importantes de los mismos se
desarrollaron a la sombra de dos tipos principales de violencia. El primero de
ellos, que observamos en Europa del Este, Ruanda e India a principios de los
años noventa, mostró que el mundo posterior a 1989 no marchaba hacia el
progreso en todos sus frentes y que la globalización podía poner al descubierto
patologías severas en las ideologías consagradas a lo nacional. El segundo tipo
de violencia, oficialmente globalizado bajo la rúbrica de «guerra contra el terror»,
podría caracterizarse mediante los catastróficos ataques del 11 de septiembre
de 2001 al World Trade Center,
en Nueva York, y al Pentágono, en Virginia. Estos últimos sucesos hicieron de
los años noventa una década de superviolencia, una década caracterizada por el
hecho de que en muchas sociedades el continuo incremento de la guerra civil era
un rasgo de la vida corriente. Vivimos ahora en un mundo diversamente
articulado por los estados y por los medios de comunicación en diferentes
contextos nacionales y regionales, en el cual el temor a menudo parece ser
origen y fundamento de fuertes campañas de violencia de grupo que van desde
disturbios a pogromos de grandes dimensiones.
A lo largo de los años cuarenta y
durante algún tiempo después, muchos especialistas comenzaron a asumir que las
formas extremas de violencia colectiva, sobre todo las que combinan asesinatos
a gran escala con diversos modos de degradación premeditada de la dignidad y
del cuerpo humanos, eran consecuencia directa del totalitarismo, en particular
del fascismo, y podían apreciarse en la China de Mao, en la Unión Soviética de
Stalin y otras sociedades totalitarias más pequeñas. Por desgracia, los años
noventa no han dejado ninguna duda de que las fuerzas mayoritaristas y la
violencia etnocida a gran escala también pueden apoderarse de sociedades
democráticas liberales, así como de otras diversas formas de Estado.
De manera que nos vemos en la obligación de formular y responder el interrogante de por qué la década de los noventa, periodo de lo que ahora podríamos denominar «alta globalización», tuvo que ser también el periodo de la violencia a gran escala en diferentes sociedades y regímenes políticos. Al referirme a la alta globalización (con algo más que un guiño a la alta modernidad) tengo presente sobre todo un conjunto de posibilidades y proyectos utópicos que se extendieron como un reguero de pólvora por numerosos pueblos, estados y esferas públicas tras el final de la guerra fría. Tales posibilidades se entretejieron en una suerte de tramado doctrinario acerca de los mercados abiertos y el libre comercio, de la expansión de las instituciones democráticas y las constituciones liberales y de la fuerza de las posibilidades de Internet (y cibertecnologías relacionadas) para mitigar la desigualdad, tanto dentro como entre las sociedades, y para incrementar la libertad, la transparencia y el buen gobierno incluso en los países más pobres y aislados. Hoy en día, sólo los partidarios más fundamentalistas de la globalización económica ilimitada admiten que el efecto dominó del libre comercio, el alto grado de integración del mercado internacional y el flujo de capitales es siempre positivo.