Américo. El hombre que dio su nombre a un continente

Prólogo a la edición norteamericana

 

 

América fue bautizada el 25 de abril de 1507; por lo menos ésa fue la fecha en la que los impresores terminaron de componer el primer libro que sugería que el hemisferio occidental debía llevar el nombre del explorador florentino Américo Vespucio. Pero sus autores preveían que habría problemas. El consejo que uno de ellos añadió al relato que publicaron de los viajes de Américo fue: «Al leerlo, no deis un respingo con la nariz, como un rinoceronte». «No tengáis prejuicios.» En realidad, algunos lectores se inclinaron ante el nombre de Américo. Otros críticos mantuvieron la nariz desdeñosamente elevada. Y muchos, probablemente la mayoría, siguen haciéndolo hoy en día.

La imprenta que publicó el libro en cuestión era relativamente nueva y se había fundado a mediados de la década de 1490 en un lugar que, para gran parte de los contemporáneos, era un improbable templo del saber. Saint-Dié era una pequeña localidad de tejedores de lino, aserradores de troncos y ladrilleros, enclavada en una boscosa hondonada de los Vosgos, esa cordillera de cumbres bajas y azules que, salpicadas de tocones, se alzan en el extremo occidental del valle del Rin, en la región conocida como Lorena, entonces un ducado soberano y después provincia fronteriza, moneda de cambio entre Alemania y Francia. En esa época, los Vosgos tenían fama de contar con una población campesina zafia y atrasada, de ser unas tierras altas sólo parcialmente civilizadas, y de tener hirsutos pinares vírgenes. En Florencia, donde Vespucio vivió en la época de esplendor del movimiento intelectual y artístico que llamamos Renacimiento, un famoso académico puso en duda que ese remoto enclave rural pudiera albergar alguna erudición.2 Sin embargo, Renato II, duque de Lorena y joven príncipe de la región, había convertido Saint-Dié en su hogar, atrayendo a la corte a varios ambiciosos y doctos hombres.