Verano de 1934-febrero de 1936
Aunque Hitler había eliminado a sus enemigos y rivales en
el Partido, continuaba sin poder ejercer como déspota. En su camino aún se
interponía el mariscal de campo Paul von Hindenburg, el senil presidente del
Reich. Para el ambicioso Hitler resultaba insoportable tener que permanecer a
la sombra de esta personalidad.
El 9 de septiembre del año 1934 moría por fin Hindenburg.1
Después de su muerte, Hitler se proclamó jefe de estado y comandante en jefe de
la Reichswehr. También se hizo con el cargo de presidente del Reich. Ahora
reunía en sus manos todas las riendas del poder.
En su primer discurso ante el Reichstag tras la muerte de
Hindenburg, Hitler dio a conocer que renunciaba al sueldo que le correspondía
como presidente del Reich.2 Esta declaración era un truco demagógico
de la misma naturaleza que las historietas propagandísticas de Goebbels, en las
que se presentaba a Hitler ante Alemania como un hombre abnegado, que no
pretendía sino servir a su pueblo.
Tras su llegada al poder, Hitler se convirtió en uno de
los hombres más ricos de Alemania. Tenía unos ingresos millonarios y, por
supuesto, no necesitaba su sueldo como presidente del Reich. Su libro Mein Kampf, convertido en lectura
obligatoria, le proporcionaba unos beneficios enormes.3 Hitler era
copropietario de la editorial Eher,
que pertenecía al Partido. Esta empresa había absorbido una editorial tras
otra, hasta convertirse finalmente en uno de los grupos de publicaciones más
grandes del país.4 Gracias a su posición de monopolio, la editorial
podía repartir unos dividendos colosales, la mayor parte de los cuales fueron a
parar a Hitler.5 Éste, además, tenía acceso a la caja del Partido
nacionalsocialista sin necesidad de someterse a control alguno.6
El Partido era, en el fondo, una enorme empresa
capitalista. Además de las cuotas que pagaban los afiliados y de las grandes
donaciones de los industriales y banqueros alemanes, iban a parar a sus cuentas
los ingresos procedentes de diversas empresas, entre ellas, varias haciendas en
Mecklemburgo y
Baviera.
Para incrementar los beneficios se creó incluso una
cadena de hoteles repartidos por todo el país. La cadena se llamaba
Parteihotel-Konzern Färber. Su director era Färber, un viejo nazi y amigo de
Martin Bormann.
Pero incluso estos enormes ingresos no eran suficientes
para Hitler. Contraviniendo las normas vigentes antes de la subida al poder,
ordenó retirar «los gastos del Estado» y «los gastos de representación» del
control del tribunal de cuentas, para de esta manera poder disponer libremente
de estos recursos y destinarlos a su uso personal.7