Diario de Haydée
Viernes, 24 de marzo
Hace una semana se
llevaron preso a Pericles. Yo creí que hoy lo pondrían en libertad, tal como
sucedió en ocasiones anteriores, cuando luego de una semana de encierro volvía
a casa. Pero ahora la situación es distinta. El coronel Monterrosa
me lo confirmó este mediodía, en su despacho, con expresión compungida, porque
él le tiene respeto a Pericles: «Doña Haydée, lo
siento, pero la orden del general es terminante: don Pericles permanecerá
detenido hasta nuevo aviso». Yo intuí que el general padecía otro enojo, otro
miedo, desde que supe que a mi marido no lo encerraron en la habitación cercana
al despacho del coronel Monterrosa, que es el jefe de
la policía, sino que se lo llevaron a una de las celdas ubicadas en el sótano.
Entonces, en ese primer día, el coronel me dijo que lo lamentaba, que la
decisión de tratar con mayor rigor a Pericles procedía expresamente de arriba.
En los encierros anteriores, mi marido podía ser visitado por algunos amigos, a
quienes el coronel autorizaba, y siempre almorzábamos y cenábamos juntos en esa
habitación, adonde yo llevaba la comida que preparábamos con María Elena. Ahora
Pericles permanece completamente aislado en la celda y únicamente le permiten
subir a la habitación una vez al día, a la hora de almuerzo, para que se
encuentre conmigo. Pero yo no debería quejarme: la situación de don Jorge y de
otros presos políticos es mucho peor.
Luego de hablar con el
coronel Monterrosa regresé a casa y llamé por
teléfono a mi suegro, para preguntarle si conoce las razones por las que
Pericles no será puesto en libertad. Mi suegro me dijo que el general tiene sus
motivos, que lo mejor que yo puedo hacer es esperar. No insistí. Mi suegro es
hombre de pocas palabras, fiel al general y le molestan los artículos en que
Pericles critica al Gobierno; en cada ocasión en que le he preguntado por qué
se han llevado preso a mi marido, él sólo me ha respondido que todo desacato
debe ser castigado.
Después llamé a casa de
mis padres para contarles la mala noticia. Mi mamá me preguntó cómo se lo ha
tomado Pericles. Le dije que me pareció que ya se lo esperaba, que su único
comentario fue: «Se ve que el hombre tiene ahora mucho miedo». Mi marido nunca
dice el general, ni el señor presidente, ni el brujo nazi, como lo llaman mi
padre y sus amigos, sino que nada más le dice «el hombre». Mi mamá me preguntó
si llegaríamos a cenar a su casa con Betito. Le dije
que sí; Betito es el nieto favorito de mi madre y el
más joven de mis hijos.
A
la noche vinieron de visita los Alvarado, nuestros vecinos. Lamentaron que
Pericles no haya sido puesto en libertad, aunque ellos son muy cuidadosos a la
hora de expresar opiniones políticas. Raúl es médico, pero lo que en realidad
le apasiona es la astronomía; tiene un telescopio y cuando se va a producir un
fenómeno especial, de los que siempre está enterado, como una lluvia de
estrellas, por ejemplo, invita a Pericles a pasar la noche en vela. Rosita, su
mujer, me trajo unas revistas femeninas que ha sacado del Círculo de Buenos Vecinos,
un club patrocinado por la embajada americana del que ellos son miembros, al
cual yo quiero afiliarme, y que a Pericles no le hace ninguna gracia.
Escribo este diario para
paliar mi soledad. Desde que nos casamos, ésta es la primera vez en que he
permanecido separada de Pericles más de una semana. Cuando era adolescente,
escribí diarios, una docena de los cuales yacen apilados en mi baúl de los
recuerdos; era la época en que me pasaba los días en mi habitación, leyendo
novela tras novela, en un mundo de fantasía. Luego vinieron el matrimonio, los
hijos, las responsabilidades.
Esta mañana, antes de
que mi padre partiera hacia la finca, conversamos largamente. Le pregunté si se
le ocurre una manera de presionar al general para conseguir la libertad de
Pericles. Me dijo que en unos días habrá una reunión de la
Asociación de Cafetaleros con
Al mediodía le llevé
libros y tabaco a mi marido. Comimos en silencio. Luego le conté asuntos de
familia; él me dijo que está harto de la falta de luz natural, de
A media tarde pasó por
Hacia el final de la
tarde llegó Carmela para que tomáramos un cafecito en la terraza; es mi mejor
amiga desde la época del colegio. Trajo un delicioso pie de limón. Lamentó que
Pericles aún no haya salido en libertad y me advirtió que otra vez circulan
rumores sobre un golpe de Estado.
Hace un rato, cuando me
disponía a sentarme a escribir, llamó mi hermana Cecilia. Le conté lo de
Pericles, pero enseguida nos quedamos hablando sobre su calvario, porque la
pobre está peor que yo: su marido, Armando, se ha convertido en un alcohólico
consuetudinario, y cada vez que agarra la borrachera se vuelve agresivo,
violento; nunca la ha golpeado, porque teme a mi padre, pero siempre se mete en
graves problemas y termina en la casa de las mujerzuelas. Ellos viven en la
ciudad de Santa Ana, donde nosotras nacimos y estudiamos, donde yo me casé con
Pericles, donde está la vieja casona que dejó mi abuelo y que mi padre ha
transformado en planta procesadora de café.
Domingo, 26 de marzo
Patricia habló por
teléfono temprano en la mañana desde Costa Rica. Le dije que su padre aún
permanece en
Después fui a misa de
ocho, como todos los domingos. Recé para que mi marido salga pronto de la
cárcel, aunque él no crea en la religión ni en nada que tenga que ver con los
curas. Siempre ha respetado mis creencias, así como yo respeto las suyas. A la
salida de la iglesia, me quedé platicando un rato con Carmela y otras amigas.
Me pidieron que las acompañara al Club, pero yo tenía varios asuntos pendientes
en casa, sobre todo porque María Elena se ha ido a su pueblo. Un fin de semana
cada mes ella va a casa de su familia, en las faldas del volcán, cerca de la
finca de papá.
Pasé el resto de la
mañana preparando un arroz con pollo y una ensalada de remolacha. Betito se había ido a nadar al Club y volvió un poco antes
de las doce, para acompañarme al Palacio Negro, que es como llamamos a la sede
de
Clemen, Mila y
mis tres nietos llegaron a la una en punto. Los niños son muy inquietos y mal educados.
Marianito tiene cinco años, pero es un pequeño demonio; los gemelos, Alfredito e Ilse, tienen apenas
tres años y parece que van por el mismo camino. Pericles pierde fácilmente la paciencia con ellos: no
le gusta su carácter destructivo, caprichoso, berrinchudo. Dice que Clemen y Mila no son la mejor
pareja. «Qué otra cosa podía salir de un liviano y una resbalosa», se quejó una
vez con rabia luego de que los niños se metieran a su biblioteca y despedazaran
varios de sus libros; yo le censuré semejante expresión. Esta tarde, desde que
llegaron, recorrieron la casa llamando al abuelito. Cuando está
tranquilo, Marianito es un niño muy tierno, dulce, y parece el retrato de Clemen a esa edad.
En la sobremesa, mientras Mila salía al patio
en busca de los niños, que jugaban con Nerón, nuestro viejo perro, le
pregunté a mi hijo qué pasaría con su padre si éste permanece detenido mientras
se produce un golpe de Estado. Clemen dijo, terminante, que sería lo
mejor, la forma más expedita para que Pericles recobre su libertad. Luego le
pregunté qué pasaría con su abuelo, el coronel Aragón, que siempre ha sido tan
fiel al general. Me respondió que eso dependería de la actitud que asuma su
abuelo a la hora del golpe. Yo no comparto la seguridad de Clemen,
la idea de que el mejor camino para que Pericles vuelva a casa sea un golpe de
Estado. Me da miedo; preferiría estar junto a mi marido si algo así fuera a
suceder. Yo no entiendo gran cosa de política, pero mi
En la tarde fui al Club.
Me enteré de que Betito había estado tomando cervezas
con sus amigos del colegio, a escondidas, por supuesto, porque él sólo tiene
quince años. Al regresar a casa lo reñí, le dije que debe tenerme respeto y no
aprovecharse de la ausencia de su padre para hacer tonterías por las que éste
lo castigaría en el acto. Pericles es muy estricto; hace años tuvo problemas
con Clemen por ese mismo motivo.
Después de la cena,
hablé por teléfono largo rato con mi suegra, Mama Licha,
como le decimos todos. La pobre padece una artritis que le dificulta caminar.
Me dijo que cada día le pregunta a mi suegro cuándo pondrán en libertad a
Pericles y que el coronel sólo le contesta con un carraspeo de fastidio. Mi
suegra adora a mi marido, su primogénito. Me preguntó por Patricia, se quejó de
que ni Clemente ni Betito la hayan ido a visitar en
las últimas dos semanas. Mis suegros viven en la ciudad de Cojutepeque, a
cuarenta kilómetros de distancia, donde el coronel es gobernador.
Más tarde, mi mamá llamó para decirme que acababan de regresar de la
finca, donde almorzaron con varios matrimonios amigos, incluidos míster Malcom, el encargado de negocios inglés, y su
señora. Supongo que los
hombres, como siempre, se la pasaron comentando con emoción los hechos de la
guerra en Europa, y luego haciendo burlas del general y de su esposa; mi papá
dice que los ingleses no se explican cómo el brujo nazi puede permanecer aún en
el poder, por qué los americanos no hacen un esfuerzo definitivo para quitarlo.
Mi mamá me preguntó si había alguna novedad sobre Pericles.
Raúl y Rosita vinieron un rato en
Lunes, 27 de marzo
Es extraño cómo a veces siento nostalgia de la adolescencia mientras escribo este
diario. Entonces recuerdo que en octubre pasado cumplí cuarenta y tres años,
que tengo tres hijos y tres nietos, y que me he puesto a escribir como
sucedáneo a las conversaciones con mi marido. Necesité
Esta mañana, María Elena
regresó de su pueblo más tarde de lo usual; por lo general a las ocho ya está
en casa, pero hoy llegó casi a las once. Me explicó que Belka, su hija, sufre
una fuerte gripe y tuvo que llevarla muy temprano a la clínica; Belka es una
niña de seis años, vivaz y encantadora, que vive con los padres y hermanos de
María Elena y a la que nosotros sólo tenemos oportunidad de ver cuando
visitamos la finca de papá; la familia de María Elena siempre ha trabajado para
mi familia. Le pedí que terminara de cocinar las albóndigas y el arroz que ya
estaban en el fuego, mientras yo acomodaba las demás viandas en la cesta que
diariamente le llevo a Pericles: el termo con café; huevos duros, leche y pan
dulce para el desayuno, y los sándwiches de jamón y queso para
Mi marido estaba muy molesto este mediodía: se ha enterado de que el
general no lo mandó encerrar por su artículo crítico sobre las violaciones que
perpetró a la Constitución para reelegirse como presidente de la república,
sino que alguien le fue con el chisme de que Pericles ha aceptado formar parte
del grupo de don Agustín Alfaro, el líder de los cafetaleros y banqueros que
ahora adversan al general, la mayoría de los cuales
son amigos de papá. Le dije que eso es una tontería, el mismo general sabe que
éstos no simpatizan con las ideas de Pericles, a las que tachan de comunistas.
Pero los chismes son los chismes. Y no sería la primera vez que eso sucede:
hace unos años, cuando comenzaba la guerra en el Pacífico, el general encerró a
Pericles una semana, sin motivo aparente, aunque después supimos que alguien le
fue con el chisme de que mi marido propagó las versiones de que el general
había diseñado un plan para el abastecimiento de submarinos japoneses en la
playa de Mizata y otro plan para el desembarco de
tropas japonesas en California, y que tales versiones habían predispuesto al
Gobierno de Estados Unidos contra «el hombre». Esa acusación también era una
tontería, pues todo mundo sabía entonces de las simpatías del general con los
alemanes y los japoneses, y sobre esos planes de apoyo.
Al regresar a casa,
llamé a mi suegra para contarle lo que me dijo Pericles, con el propósito de
que ella se lo comunique al coronel, quien tiene acceso privilegiado al
general. Mama Licha me dijo que lo haría sin
dilación, que no es posible que su hijo esté preso por chismes estúpidos y que
ya es hora de que sea puesto en libertad. Mi suegro
pertenece a la vieja guardia militar, quienes apoyaron al general para que
diera el golpe de Estado hace doce años y desde entonces le ha sido leal; tanto mi marido como mi suegra lo
llaman «coronel», nunca por su nombre propio, al grado que yo misma desistí hace
muchos años de llamarlo don Mariano o suegro, y sólo lo llamo coronel.
A media tarde fui a la mercería de las Estrada. Le voy a tejer un suéter a Belka; la
pobrecita seguramente pasa frío y por eso padece tanto de gripe. La mayor de
las Estrada, Carolina, fue mi compañera de colegio. Me ofreció
una madeja de lana de un rojo carmesí muy hermoso; luego preguntó por Pericles,
me dijo que no es posible que se cometan tales atropellos contra la gente
decente, que ya nadie está de acuerdo con los caprichos de ese brujo. Luego
pasé por la tienda de Mariíta Loucel, ubicada en el
mismo edificio Letona, junto a la mercería de las Estrada. Para mi sorpresa me
encontré a mi sobrino Jimmy,
Al salir del edificio Letona, me encontré con el maestro César Perotti. Me preguntó por Pati, lamentó una vez más que
la boda de ella se haya realizado en San José de Costa Rica y no aquí, donde él
gustoso hubiera participado interpretando sus mejores canciones. El maestro Perotti fue profesor de piano y de canto de Pati; siempre elogió la disciplina y las virtudes musicales
de mi hija, a quien dio clases dos veces por semana durante cinco años. A veces
me cuesta entenderle esa mezcla de italiano y español que habla tan
atropelladamente. Pero en esta ocasión se abstuvo de sus gestos
grandilocuentes, y ahí mismo, en la calle, en voz baja, me dijo que no me
atormente por Pericles pues pronto las cosas cambiarán, que en todos los
hogares de bien que él visita para impartir sus clases la gente expresa su
rechazo hacia el general, que una situación así no puede durar mucho tiempo. En
Fuimos a cenar con Betito a casa de mis padres. Les conté lo
que me había dicho Pericles. Papá dijo que ese brujo nazi es un pícaro, y que
como ahora quiere apropiarse de las ideas socialistas para perpetuarse en el
poder, teme que mi marido desenmascare su farsa; luego volvió a vociferar
contra el aumento en el impuesto a las exportaciones de café, un tema que lo
saca completamente de sus casillas y que me hace temer que le dé un ataque
mientras come; también se refirió a los rumores sobre un gran descontento entre
los oficiales jóvenes del ejército por los bajos salarios. Después estuvimos hablando
En la noche, Betito entró a mi habitación para entregarme una circular
del colegio en la que solicitan la presencia de Pericles para tratar problemas
relacionados con la conducta de mi hijo. Le pregunté si no le da vergüenza
provocar semejante situación ahora que su padre está detenido. Me dijo que no
ha sido su culpa, que el inspector le tiene ojeriza. Pericles es extremadamente
riguroso en lo concerniente a la disciplina y le enerva que ninguno de nuestros
dos hijos varones haya heredado esa virtud; sólo Pati
se le parece en ello.
Martes, 28 de marzo
Como todas las mañanas,
escuché en la radio los programas de Clemen. Mi
Mi mamá me llamó después
del desayuno para recordarme que en la tarde tendría lugar el té de despedida
de soltera de Luz María, la hija de Carlota de Figueroa, que no se me fuera a
olvidar; y pasó por casa a media mañana para que fuéramos juntas a buscar los
regalos. Yo aproveché para entrar al almacén La Dalia a comprar los puros
cubanos que le gustan a Pericles; don Pedro, el dueño del almacén, tan amable,
me regaló un Habano especial para que se lo llevara a mi marido.
Llegué al Palacio Negro
un poco antes de mi hora de visita, con el propósito de entrevistarme con el
coronel Monterrosa. Don Rudecindo, así se llama el
hombre, es un militar de origen humilde, como el general, y con muy mala fama,
pero que a mí siempre me ha tratado con amabilidad. Le dije que ya era hora de
que pusieran en libertad a mi marido, que él no ha cometido ningún crimen sino
que sólo expresó sus ideas en un artículo. Don Rudecindo me dijo que él nada podía
hacer y me aconsejó que tratara de hablar personalmente con el general; también
me dijo que quizá lo mejor es que mi marido permanezca encerrado porque corren
rumores de que los comunistas están preparando una conspiración contra el
Gobierno y así Pericles no se verá involucrado. Las malas lenguas dicen que el
general nunca le perdonará a mi marido el haberlo traicionado, el haberse
convertido en un agente comunista. Pero la gente sabe que el general acusa de
comunista a todo aquel que se opone a su Gobierno. No le conté a Pericles lo
que me aconsejó don Rudecindo: de sobra sé que mi marido consideraría la peor
traición que yo le pidiera el mínimo favor a «el hombre». A la salida del
palacio le entregué unas monedas al sargento Machuca, quien se encarga de
comprar los periódicos temprano en la mañana para entregárselos a Pericles.
La despedida de soltera
de Luz María fue en el Casino. Mi hermana Cecilia vino de Santa Ana con un
vestido nuevo, color verdeceledón y
En la noche llamé a mi
suegra para preguntarle si tenía noticias del coronel. Me dijo que éste le
explicó que el general está ahora muy enojado, colérico, porque asegura que
muchos de sus ex colaboradores conspiran contra él, pagados por un grupo de
ricos y por los gringos, por lo que sería inconveniente sacarle el tema de
Pericles, incluso contraproducente. Mamá Licha dijo
que ojalá esta tormenta pase rápidamente para que el
general entre en su periodo místico y ordene la puesta en libertad de mi
marido. A veces no sé si mi suegra habla en serio o en broma. El general es
teósofo, realiza sesiones espiritistas, cree en los médicos invisibles y exige
que sus allegados lo llamen «maestro». Al principio la gente mostró respeto
ante sus excentricidades, pero luego de que comenzó a dar sus conferencias
todos los domingos desde el paraninfo
Mi hermana se ha quedado
a dormir en casa de mis padres; Armando no ha aparecido ni aparecerá como no
sea completamente borracho. Mi papá está que trina del enojo; la enviará mañana
con su chófer de regreso a Santa Ana. Yo siempre le recuerdo a Cecilia que dé
gracias a Dios porque sus hijos no han heredado la tara de su padre: Nicolás
Miércoles, 29 de marzo
Los amigos de Pericles
llamaron esta mañana como si se hubiesen puesto de acuerdo, uno tras otro,
haciendo las mismas preguntas, recibiendo las mismas respuestas. El primero fue
Serafín, quien por ahora dirige
Serafín dice que siente
un poco de culpa porque él también debería estar detenido, como responsable del
periódico, aunque el artículo lo haya escrito Pericles. Le respondí tal como le
dijo mi marido
Mingo está preocupado
porque a Pericles lo han encerrado en la celda del sótano. Hace años, Mingo
estuvo detenido un par de días, en la habitación cercana a la del director; en
esa época era el dueño del periódico Patria,
en el que mi marido comenzó a trabajar cuando regresamos de Bruselas, luego de
su renuncia como embajador. Mingo es un poeta muy sensible, de salud precaria,
y aún recuerda con escalofríos el momento en que se lo llevaron detenido; pero
el general le tuvo mucha consideración, porque entonces Mingo también
practicaba la teosofía, aunque ahora ha regresado a
Al Chelón
le dije que si él había llamado era porque no tenía nada que hacer, que
seguramente estaba de vago en espera de que la inspiración lo iluminara para
pintar su próximo cuadro. Nadie está mejor enterado que él sobre los
acontecimientos, gracias
No hubo novedad en la
visita a mi marido. Le entregué los libros que me había pedido. Me dio una
carta para Serafín, quien mandó a recogerla a casa en cuanto le avisé. A
Pericles le conté que mi papá sigue presionando al abogado Molina, el
presidente de
Clemen vino a casa después del mediodía,
achispado, hablando hasta por los codos, como cuando le circula más alcohol del
debido en la sangre y está a punto de cometer una tontería. Me aseguró que algo
se está cocinando, que ahora sí el general se tendrá que largar, que le quedan
pocos días en el poder pues los gringos ya se hartaron de él. Por un momento
temí que Clemen tuviera alguna información precisa
sobre una conjura o incluso que estuviera involucrado en ella, porque con los
tragos se va de la lengua y podría terminar en la cárcel como su padre; hasta
entonces no me enteré de que venía de un almuerzo ofrecido por la embajada
americana a los periodistas nacionales. Le preparé un café muy fuerte, pero
luego comenzó a cabecear y se quedó dormido en el sillón. Pobre mi hijo, tan
parecido al tío Lalo. Lo dejé dormir aunque su ausencia pudiera causarle
problemas en
Cuando bajara la
resolana, a media tarde, yo tenía pensado ir al banco y luego visitar