Guerra en la familia

Chiste

 

Éste es bueno, me lo contó Hank.

Va un hombre al médico y el médico le dice:

–Tengo que darle dos pésimas noticias.

–Muy bien –responde el hombre–, adelante.

–Bueno, la primera es que tiene cáncer. Se le ha extendido por todo el cuerpo y no me cabe la menor duda de que va a morir muy pronto.

–Vale –contesta el tipo–. ¿Y cuál es la segunda, entonces?

–Mire –responde el doctor–, es ésta. También se encuentra en fase terminal del mal de Alzheimer. Tiene un vacío enorme en la memoria.

El hombre lo medita un instante. Luego se vuelve hacia el médico.

–¡Caramba! –exclama–. Será mejor que lo miremos por el lado bueno. ¡Al menos no tengo cáncer!

Es un chiste fantástico. Aunque, ¿qué le mosca le ha picado a la esposa de Hank? Ni siquiera se echó a reír Hank cuando nos lo contó. Se limitó a decir:

–¿Se puede saber qué te pasa, Hank? ¿Cómo se te ocurre contarle a tu pobre madre un chiste de tan mal gusto? ¿Es que te has vuelto loco?

Por el contrario, Hank y yo lo encontramos divertido hasta decir basta. No podíamos parar de reír.

Ahí va otro: a una inocente señora de setenta y nueve años y tres cuartos, que no ha hecho nada malo, la meten en una residencia de ancianos llamada Miramar porque está mal de la chaveta.

Lo malo de éste es que me temo que no tiene final.

 

 

Me enamoré

 

Me enamoré el mismo día en que una chica de la fábrica perdió la cuarta parte del cuerpo.

Menudo día para quedarse lisiada, un día lleno de sorpresas. Una oscura mañana de invierno. Por culpa del apagón no hay luz en las calles. Una no ha llegado a las puertas de la fábrica y ya percibe el sulfuro, esa cosa enrarecida que se te mete en los pulmones. En el vestuario –nosotras le llamamos el orinal– nos enrollamos unos turbantes para cubrirnos el pelo. Son de algodón, de colores distintos según el turno que hagas, y hoy lo llevo azul porque me toca de seis a seis. El señor Simpson jura que los lavan cada semana, pero las liendres se reproducen como conejos y nada pica más que las liendres bajo un turbante. Corre el chiste de que allí nos dan rato por liendre.

–Mamá jamás habría soportado esto –le digo a mi hermana Marjorie cuando cambia el turno–. ¿Te imaginas lo que le diría a Hitler?

–Le preguntaría: «Señor, ¿es cierto que no tiene más que un testículo?».