Nehru. La invención de India

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«Poco se podía decir a mi favor»

1889-1912

 

En enero de 1889, o así reza la leyenda, Motilal Nehru –un abogado de 27 años de la ciudad de Allahabad, en el norte de India– viajó hasta Rishikesh, una ciudad santa para los hindúes, situada en las estribaciones del Himalaya a orillas del río sagrado Ganges. Motilal se sentía abrumado por una tragedia personal. Tras casarse en su adolescencia, tal y como era entonces costumbre, el joven enviudó cuando su esposa y su primogénito murieron en el parto. Con el tiempo se volvería a casar, esta vez con una mujer de belleza exquisita llamada Swarup Rani Kaul. Swarup no tardó en bendecirlo con otro hijo, pero el niño murió en su primera infancia. Después murió Nandlal Nehru, el hermano de Motilal, a los 42 años, por lo que éste tuvo que encargarse de su viuda y de sus siete hijos. Motilal aceptó de buen grado esta carga, pero ansiaba desesperadamente verse compensado con un hijo propio. No parecía que sus deseos fueran a cumplirse.

Motilal y sus compañeros, dos jóvenes brahmanes conocidos suyos, visitaron a un famoso yogui, célebre por las estrecheces que soportaba mientras vivía encaramado a un árbol. En los días más fríos del invierno el yogui solía cumplir diversas penitencias, que, según se decía, le otorgaban grandes poderes. Uno de los viajeros, Pandit Madan Mohan Malaviya, reveló al yogui que el mayor deseo en la vida de Motilal era tener un hijo. El yogui le pidió a Motilal que diera un paso al frente, lo escrutó durante un buen rato y después sacudió la cabeza con tristeza: «Tú», afirmó, «no tendrás un hijo. Ése no es tu destino».

Mientras Motilal, desconsolado, lo miraba con abatimiento, el tercer viajero, el docto Pandit Din Dayal Shastri, discutía respetuosamente con el yogui. Las antiguas shastras hindúes, dijo el brahmán, dejaban claro que semejante destino no era irreversible; un gran karmayogui como él podría concederle su deseo al desafortunado. Al verse desafiado, el yogui miró al joven que estaba frente a él y finalmente suspiró. Introdujo la mano en su jarra de latón y roció con agua tres veces al aspirante a padre. Motilal comenzó a expresar su gratitud, pero el yogui lo interrumpió: «Al hacer esto», musitó el yogui, «he sacrificado todos los beneficios obtenidos sufriendo estrecheces durante muchas generaciones».

Al día siguiente, según cuenta la leyenda, el yogui murió.

Diez meses después, a las once y media de la noche del 14 de noviembre de 1889, la esposa de Motilal Nehru, Swarup Rani, dio a luz a un niño sano. Lo llamaron Jawaharlal («joya preciada»), y al crecer se convirtió en uno de los hombres más notables del siglo xx.

Jawaharlal Nehru siempre negó esta historia por considerarla apócrifa, aunque muchos la atribuyeron a dos de sus protagonistas: Motilal y Malaviya. Dado que ninguno de ellos ofreció una versión de primera mano del episodio, la veracidad del relato nunca se podrá determinar con seguridad. A los grandes hombres se les suelen atribuir comienzos excepcionales, y en el momento álgido de la carrera de Jawaharlal Nehru muchos quisieron difundir una explicación sobrenatural de su grandeza. Su padre, sin duda, lo consideró desde su más tierna infancia un hijo de la providencia, predestinado a obtener éxitos extraordinarios; pero es poco probable que un racionalista como Motilal hubiera basado la fe que tenía en su hijo en la bendición de un yogui.