Cuatro noches romanas

noche primera

CAMPO DE' FIORI

 

—Después de tantos años escribiéndome,

hoy has venido a verme.

                                                  —Siempre supe

que hacia ti me llevaba mi destino,

cuando reconocía las huellas de tu paso

y la perennidad de tu gobierno.

Para qué perseguirte ya que ibas a alcanzarme

bajo cualquiera de tus apariencias.

—Para qué ir a buscarte

si me eres por completo indiferente.

—Te has hecho encontradiza porque sabes

que tu antiguo poder está olvidado;

que nadie te recuerda

con obsesión y con acatamiento,

y que han de complacerte las preguntas

de quien aún halle en ti sabiduría.

Aunque careces de misericordia,

te envuelve sueño altivo

de recelos de reina destronada,

y por eso esta noche concederás audiencia

a un viajero que te reconoce

y cree en ti.

                       —Pregunta 

pero evítame quejas y gemidos,

la hartura de las mismas  necedades.

—¿Por qué persiste en ser inmortal el espacio,

indiferente al tiempo?

                                            Cuando acaba

la representación, el escenario

debiera perecer. Al disiparse

las últimas palabras con ellas descendiera

perpetuo infranqueable telón de oscuridad

sobre la ausencia y la oquedad del tiempo.

Si todo lo arrastrara tu corriente

no quedarían restos de tramoya

roídos por el polvo en rincones oscuros,

trajes envilecidos con las costuras fláccidas,

espejos astillados en su marco de oro.

Qué ineficaz tu olvido y qué lento tu paso,

tu desdén negligente qué piedad tan dudosa,

y tu devastación inacabada.

—Mi misión es dañar, nunca he sido el alivio

como el que habéis querido imaginarme.

El daño es arte sabia, de oscura sutileza

y de ambigua razón; lo más dañado

es lo que sobrevive y queda indemne,

el filo de la espada obstinado en brillar

sobre el que se debate la conciencia.

Ese brillo era antaño la alegría

de la proclamación, el norte del deseo

y el imán retador de la certeza;

y acaba siendo el halo mortecino

en que se agranda el hueco de lo ausente

como miembro amputado cuya cicatriz duele

en la fascinación de la memoria.

Ella es vuestro enemigo.