Ribeyro, Julio Ramón
NARRATIVA (F). Novela
Mayo 1983 Andanzas CA 9 ISBN: 978-84-7223-209-9 246 pág. 12,50 € (IVA no incluido) |
SINOPSIS
4
Después
de que las tropas regresaran a Muji, la gratitud de Manna se transformó
gradualmente en una profunda curiosidad. A menudo pasaba por su consultorio
para charlar un rato con él. Por la noche, tras el toque de retreta, permanecía
despierta pensando en aquel hombre extraño, y en su mente se sucedían los
interrogantes. ¿Ama a su esposa? ¿Qué aspecto tiene ella? ¿Es cierto que es
ocho años mayor que él? ¿Por qué es un hombre tan sosegado y amable? ¿No se ha
enfadado nunca con nadie? No parece tener genio.
Entonces
se decía que era una estúpida. ¿Por qué pensaba tanto en él? Era un buen
hombre, desde luego, pero ya estaba casado. No debía ser una necia. Lin Kong no
sería para ella. Pero... ¿y si no amara a su esposa y quisiera abandonarla? En
tal caso, ¿se iría con él? Pensaba que debía dejar las fantasías y dormir, y
acto seguido se preguntaba si se casaría con él.
Por
mucho que lo intentara, no podía alejar a Lin Kong de su pensamiento. Una noche
tras otra, preguntas similares la mantenían despierta hasta la madrugada. A
veces sentía como si las manos de Lin aún sostuvieran y tocaran su talón
derecho, tan sensibles y suaves eran aquellos dedos. Se restregaba los pies
bajo la colcha, e incluso los masajeaba de vez en cuando. El corazón le
rebosaba de emociones.
Haiyan
le informó de que la esposa de Lin había dado a luz una niña. La noticia le
causó pesadumbre, pues indicaba que Lin estaba unido a su familia más de lo que
ella había pensado. Seguía diciéndose que, probablemente, lo mejor que podía
hacer era distanciarse de él, pues de lo contrario iba a verse en un aprieto.
Al margen de cuál fuese el resultado, la gente le echaría la culpa a ella. Una
mujer que interfiere en la vida de una pareja es casi una delincuente.
A
pesar de sus razonamientos, no podía dejar de mirar a Lin cada vez que se
encontraban. Empezó a tener la sensación de que estaba viviendo en un estado
hipnótico.
Una
noche de junio, Manna fue al lugar donde criaban a los conejillos de Indias
para ver una nueva camada. Luego regresó sola a su residencia. Por el camino
vio un hombre y una mujer que paseaban a lo largo del bosquecillo de álamos
temblones, al oeste del comedor. Desde lejos no distinguía quiénes eran, aunque
visto por detrás el hombre se parecía a Lin. El aire del crepúsculo era
fragante, tras toda una jornada de llovizna, y los árboles parecían una valla
oscura contra la que las dos figuras con camisas blancas avanzaban hacia el
oeste.
Manna
estaba deseosa de averiguar la identidad de la pareja. Había un sendero que se
extendía en diagonal entre las hileras de álamos jóvenes. Sin pensarlo dos
veces, la joven se internó en el bosque, para poder ver claramente a la pareja
en el otro extremo. Mientras caminaba por el sendero, el corazón empezó a
latirle con fuerza. A su alrededor, de las anchas hojas se desprendían gotas,
como si lloviznara. El cielo de color azul estaba tachonado de estrellas.
Una
sombra apareció delante de ella y se detuvo en medio del sendero. Era un perro.
Manna se quedó inmóvil, preguntándose si era el animal que criaban los
cocineros o un perro sin hogar que se dirigía a la cocina para robar comida.
Ante el par de ojos verdosos que la miraban, un escalofrío le recorrió la
espina dorsal, pues recordaba que unas semanas atrás un perro rabioso había
atacado a un muchacho en el bosque. Sabía que si se daba la vuelta el perro se
le echaría encima, por lo que permaneció quieta. Vio una rama con hojas al
alcance de la mano, se agachó para recogerla y la agitó con gesto amenazador.
El perro siguió mirándola durante un rato y entonces se alejó furtivamente,
tocando el suelo una y otra vez con el hocico.
Cuando
Manna llegó al extremo del bosquecillo, oyó una voz femenina.
—¿Así
que ha perdido el libro? —decía—. No puedo creerlo.
Reconoció
la voz. Era Pingping Ma, la joven encargada de la biblioteca del hospital.
—La
próxima vez será mejor que me quede con él como fianza —dijo Lin en tono de
broma.
Ambos
se echaron a reír. Manna los observaba desde detrás de unos álamos de tronco
delgado. Lin parecía muy feliz. Se detuvieron bajo una farola, diciendo algo
que Manna no entendió. Más allá había un pequeño estanque de agua de lluvia que
tenía un brillo tenue a la luz de la luna y desde donde los sapos croaban.
Pingping se agachó, tomó una piedra y la arrojó por debajo del brazo al
estanque. La piedra plana rebotó en la superficie del agua y lanzó unos
minúsculos destellos.
—¡He
hecho tres! —exclamó en voz cantarina. La piedra había silenciado por unos
instantes a los sapos, y entonces uno de ellos, titubeante, se puso a croar de
nuevo.
—Yo
tenía buena mano en el juego de cabrillas —recordó Lin, y también lanzó una
piedra.
—¡Vaya,
cinco! —dijo la mujer.
Buscaron
piedras planas, pero no encontraron ninguna apropiada. En los intentos
posteriores ninguno de los dos consiguió más de tres rebotes, debido al grosor
de las piedras. Pero era evidente que se estaban divirtiendo.
Manna
no se atrevió a quedarse mucho rato, porque la gente usaba bastante aquel
sendero y temía tropezarse con alguien. Además, el perro podía volver. Regresó
a toda prisa, con la rama al hombro y la sensación de que algo le tiraba de las
entrañas. Tragaba saliva una y otra vez, pues tenía la boca muy seca. Cuando
llegó a la residencia, las zapatillas y los extremos de sus pantalones estaban
empapados.
Aquella noche permaneció despierta durante horas,
pensando en la escena que acababa de presenciar. ¿Cuál era la verdadera
relación entre Lin Kong y Pingping Ma? ¿Eran amantes? Debían de serlo, pues de
lo contrario no se habrían dedicado a lanzar piedras al agua con tal regocijo,
como niños pequeños. Por otro lado, eso no era posible, porque Pingping Ma era
como mínimo diez años más joven que Lin. Además, ella era un simple soldado y
no se le permitía tener novio. Pero aquella chica no haría caso de la norma, ¿o
sí? No, no haría caso; de lo contrario no habría salido con un hombre casado.
¿De veras Lin se sentía atraído por ella? Probablemente no. Tenía las facciones
irregulares, era fea como una calabaza y había una brecha entre sus dientes
delanteros. Sin embargo, Lin parecía pasárselo muy bien con ella. Nunca se
había mostrado tan natural con otras personas. Manna volvió a verle junto al
borde del estanque, los brazos en jarras, mientras observaba a la joven que
lanzaba piedras.