Después de tres libros de poemas que lo han convertido en un poeta cada vez más necesario, Javier Rodríguez Marcos nos entrega en Vida secreta tal vez su obra de madurez. Madurez porque en ella culmina algunos de los asuntos de sus libros anteriores —la tensión entre naturaleza y ciudad, las evocaciones de un paisaje y una infancia, a veces en diálogo con la pintura, el homenaje a los mayores y su memoria—, y sobre todo porque desvela como pocos la complejidad sentimental que anida en algunas escenas urbanas, ya sea de hotel o de hospital, o en soledad ante el televisor. Incluso buscándose en el poema, extrañado y desdoblado, en el lenguaje y sus resonancias, el propio sujeto poético no puede escapar de la paradoja de sentirse hijo de su tiempo y del lenguaje. La verbalización sobria pero intensa, las paradojas y las múltiples referencias cargan los versos de sentido y profundidad, y los dotan de una fuerza inusitada.