Cuando Justo Vila
publicó en 1994 su primera novela, La
agonía del Búho Chico (Los libros del Oeste), el crítico Ricardo Senabre,
entre otros, la acogió con las siguientes palabras: «Pocas veces una primera
novela constituye una sorpresa tan grata como en este caso. La obra tiene
méritos suficientes para llegar a un amplio número de lectores. Confiemos en
que el autor no se detenga aquí. Tiene facultades de sobra para hacernos
concebir muchas esperanzas. Y esto no es algo que pueda decirse todos los días».
Pues bien, Justo Vila no se ha
detenido y nos entrega su segunda novela, Siempre algún día, que viene a
confirmar sus ya sólidas dotes narrativas.
A pesar de los profundos cambios que experimentará Artobas, un pequeño pueblo de Badajoz, durante gran parte del siglo XIX y principios del XX —las desamortizaciones y la mecanización del campo, la llegada del ferrocarril, el telégrafo y la luz eléctrica, el efímero paso de la República, el regreso de los Borbones…—, el tiempo parece haberse detenido para los que no tienen historia. En semejante situación, y con el fin de cambiar una realidad vulgar y cotidiana que a nadie hace feliz, José y su abuelo Juan María el Nublero se refugian en la imaginación y, «cuando éste recuerda la rama peruana de la familia, se le calienta la lengua y se le iluminan los ojos». José, apesadumbrado por la muerte de su padre y desesperado, abandona un día el pueblo en busca de nuevos horizontes. ¿Adónde le conducirán sus azarosas peripecias? ¿Podrá imponer a la dura realidad el fantasioso mundo de sus deseos y añoranzas?