A la novela policíaca, parece haberle llegado el momento de hacer patente, en su textura por sí intrincada, el desmontaje impío de su propia ficción.
Lo que ya es habitual en un extendido campo de la moderna novelística europea alcanza hoy a este género, por supuesto de lábiles características, que solemos denominar novela policíaca.
La asesina ilustrada, en la medida que algún secreto, alguna deuda y más de una muerte merodean por entre sus páginas, es ejemplo todavía del antiguo género, pero también muestra actual de la remodelación, a fondo, de todas las categorías discursivas de tal especie de novelas, y de la novela en general.
Practicando, por un lado, el truco antiguo de los enigmas y entuertos desvelados al fin por ilustrada mano, es también, por uno de sus otros lados, desmonte cuidadoso, analizable si no analítico, del lugar del narrador, los personajes, la escritura, la lectura y la muerte en el espacio del texto.
Texto tramado por historias literarias, novela cuyo personaje principal es este significado puro llamado escritura, La asesina ilustrada vale como metáfora inteligente de la paradoja más policíaca de nuestra propia y común cotidianeidad : la curiosa capacidad que tenemos de hablar y ser, por ello, ritualmente asesinados por alguna mano, más o menos oculta. En este sentido, el autor parece haber dado con una forma muy llevadera, y hasta productiva, de suicidio : realizar la muerte en el espacio simbólico de la escritura.